Destino

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¿Somos humanos porque miramos las estrellas? O ¿Las miramos porque somos humanos? Una pregunta inútil ¿Nos miran las estrellas a nosotros o nosotros a ellas? Una buena pregunta que sin saberlo ni desearlo sería respondida a una chica de ojos color esmeralda.

Nuestra historia comienza en el castillo de Stormhold y varios nobles reunidos en este lugar que mantenían una discusión acalorada que no había tardado en convertirse en una batalla campal.

-¿Enserio te crees digno de lady Pendragon? Por favor ¡No me hagas reír!- Una flecha se clavó contra la dura y firme madera que había fungido como mesa hace un par de horas y ahora hacia de barricada a un joven de cabellos rubios.

-¡Es divertido que encuentres tan elocuente ese pensamiento cuando el chiste eres tú, príncipe Arturo!- Esta vez un hacha salió volando en otra dirección del gran salón dando de lleno contra una figura de un oso que cubría a otro chico.

-Los dos son adorables, ¡solo mírense! ¡¿Qué podría un par de crias como ustedes ofrecerle a lady Pendragon?! Un verdadero hombre es lo que necesita.- Hizo una pose varonil presumiendo sus musculosos brazos tostados.

-¿Hombre?- Dijo en tono incrédulo otro chico en la sala.- Pero si aquí todos son un par de críos.- Dijo señalando a los demás con su espada, siempre con medio cuerpo tras su escondijo.- ¡Yo soy el verdadero hombre aquí! Mis cicatrices son muestra de batallas, y las batallas.- Una sonrisa de medio lado y socarrona asomo en sus lacios.- solo verdaderos hombres las libran, no un puñado de niñatos como ustedes.

Más comentarios de ese estilo continuaban por parte de los invitados al igual que los objetos siendo lanzados entre todos.

-Madre, recuérdame, ¿Por qué es que tengo que casarme con alguno de estos...- Pensó en el mejor adjetivo que los describiera sin faltar a sus modales pero es que era imposible, enfrente tenía un grupo de salvajes acabando con todo en la estancia.- perros que solo juegan a perseguir sus colas?

-¡Lena! Cuide su lenguaje señorita, eso no es propio de una dama, mucho menos de una princesa.-

-¡Pero madre...-

-No no, cariño, nuestra hija tiene razón. Son un grupo de salvajes jugueteando y destruyendo todo a su paso. No es...- Los ojos de la pelinegra brillaron esperanzados y agradecidos de que su padre le diera la razón y tal vez recapacitara con lo del matrimonio forzado.- ¿Divertido?

Si, demasiado bueno para ser verdad, la verdad no sabía en que estaba pensando al creer que su padre diría algo distinto. Siempre había sido así de frio y sanguinario, no por eso era el rey más temido por esas tierras. Sin embargo, no podía evitar ser así de soñadora. La mayoría de veces ser así de imaginativa le ayudaba a sobrellevar la vida tan dura que llevaba, y no es que se quejara de ser de la nobleza, claro que tenía sus privilegios, pero también tenía muchas desventajas, y una de ellas claramente era no poder escoger su camino ni mucho menos con quien desposarse. Lena siempre había soñado con salir a explorar el mundo, conocerlo y liberarse y no ser solo la sombra de un salvaje que tendría como esposo que estaría exigiéndole herederos para continuar con ese frio legado.

Cuando pensaba en esto un nudo se le hacía en el estómago que se lo revolvía. Pero no todo estaba tan perdido, la joven Pendragon tenía un haz bajo la manga, uno que había cuidado con mucho recelo y utilizaría contra sus padres y todos los perros nobles que seguían jugando a mordisquearse los zapatos.

Si lo pensaba bien, le dolía tener ese plan de emergencia pues a pesar de todo el daño y las restricciones que tenían sus progenitores con ella, pero no era de piedra y sentía un mínimo atisbo de cariño por ellos. El pensar que tendría que dañar a sus padres le estrujaba un poco su maltrecho corazón, pero no lo suficiente como para detenerse, sabía que era un hecho lamentable pero necesario si quería cumplir sus sueños y objetivos.

StardustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora