IX. No deberías estar sola.

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— A ver, quiero que sepáis que esto no es una amenaza, sino un favor que os pido a nivel personal. No como atracador. Quiero que os pongáis las caretas, las capuchas y que salgáis a la azotea sin hacer señales ni tonterías. Tan sólo diez minutos, ¿vale? Salir, tomar el aire y entrar. ¿Estamos? — Tras las claras indicaciones, Denver comienza a entregar una careta a cada uno de nosotros. Estamos todos los rehenes ubicados en la escalera que da a la azotea de la Fábrica, todos en un escalón diferente.

— ¿Qué es lo que pretendéis? ¿Entretener a la policía? — Aquí tenemos de vuelta al imbécil número uno; Pablo. Está ubicado al inicio de la fila. Durante todo su discurso, Denver lo observó atentamente, asumo que para asegurarse de que le entendiera, porque de brillante no tiene nada el niño. Les miro a ambos desde el final de la fila.

— La policía está ya entretenida, así que déjala en paz y no me alborotes el gallinero. — Le lanza una última mirada antes de comenzar a bajar los escalones para entregar más caretas de Dalí.

— La del cebo, nos quieren hacer la del cebo. Nos mandan ahí a los leones, mientras aprovechan para salir por otro lado.

— Vamos a salir ahí afuera por humanidad, porque un compañero nuestro necesita respirar. — Denver se devuelve en su dirección enrabiado. — Y no te lo voy a repetir otra vez. — Regresa a entregar más caretas. — ¿Pero en qué puto mundo vivimos? Ya nadie está dispuesto a hacer nada por nadie, ¿no? A un compañero le da un ataque de ansiedad y vosotros no hacéis de otra que pensar en la del cebo. — Todo esto se lo grita a la distancia, mientras continúa bajando escalones. — No va a pasar nada. ¡No va a pasar nada, porque yo voy a salir con vosotros!

— ¿Por qué le ha dado un ataque de ansiedad? Por los disparos... Ha sido por los disparos, ¿verdad? Ha sido por los putos disparos. ¿A quién habéis matado? — Creo que al leerlo suena casi heroico, pero les aseguro que la voz temblorosa y la cara de pánico que trae Pablo en estos momentos dista mucho de valentía. El niño está desesperado, totalmente cagado de miedo.

— Abre la boca, Pablo. — Denver se acerca nuevamente a él, pero esta vez saca su arma. Mierda. Pablo niega con la cabeza. — Abre la puta boca, Pablo. —Ya que no obtiene respuesta, le mete la pistola por la fuerza a la boca. — Ahora levanta la mano izquierda si vas a seguir tocándome los cojones. Si vas a mantener la boca cerrada, levanta la mano derecha. —La derecha, como era de esperarse. — Bien. — Un ajetreado Moscú aparece a mi lado, me regala un pequeña sonrisa antes de subir apresurado para frenar a su hijo.

— Denver, ya. Déjate de hacer el ganso. —Le toma del brazo para alejarle de Pablo. — Por favor. — Denver asiente y se dispone a entregar las últimas caretas que le quedan. Cuando está a punto de llegar a mí, aparece Río.

— Vamos, Mía. Tú no subirás a la azotea. — Me toma suavemente del brazo para guiarme, pero retrocedo de inmediato.

— ¿Qué dices, Río? Yo salgo con el resto para ayudar a Moscú.

— Moscú ya tiene bastante ayuda. —Me señala con la cabeza a la decena de rehenes que están en el lugar. No alcanzo a rebatir nada, porque es Denver quien me increpa esta vez.

— Además, ya lo has ayudado bastante. — ¿Acaso es reproche lo que oigo en su voz? ¿Está molesto por lo que hice? Dios, si todo fue para ayudar. No me lo creo. No he tenido oportunidad de conversar sobre el incidente con Denver aún, ni con Río. Con nadie en realidad. Tras la perplejidad del momento, Moscú volvió a sufrir un ataque de ansiedad y todos se dispersaron nuevamente. Al rato nos llevaron en dirección a la azotea y, pues, aquí estamos. — Ve con Río, haz caso. — No me dedica ni un segundo más. Se apresura a subir rápidamente la escaleras y vuelve a dar instrucciones.

Bella Mia. | DENVER |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora