La galaxia de la canica

Un bosque de lo menos normal

Después de unos días comunes de verano en los que Sara pasaba el día disfrutando con la familia y los amigos a los que solía ver a menudo, yendo a la piscina y a la playa constantemente y básicamente haciendo cosas de verano, se acordó de nuevo del sobre que había dejado en el cajón del escritorio. Volvió a su habitación rápidamente y no se le ocurrió nada mejor que hacer en ese momento que abrir el cajón, coger el sobre, leer de nuevo el papel, guardárselo en el bolsillo y sujetar la  curiosa canica con las dos manos. En ese momento  sintió como comenzaba a marearse, siguió mareandose poco a poco, hasta llegar a sentir que todo el mundo daba vueltas alrededor de ella. Se desmayó y al despertar se dio cuenta de que estaba en un lugar que no era su habitación, ni siquiera era su casa, ni su ciudad, ni su país, ni siquiera tenía claro si era el mismo mundo en el que estaba antes de desmayarse. Se fue incorporando lentamente hasta que logró levantarse, cuando reconoció que estaba en un bosque, pero no un bosque común, un bosque enorme con muchísimos árboles, pero no árboles normales, árboles extremadamente frondosos y de colores nada comunes, por lo menos en su planeta, porque no todos vemos árboles morados todos los días. La única luz que había eran  los últimos rayos de los dos soles que asomaban entre las ramas de los árboles. Pese a no haber mucha luz, hacía un insoportable calor que Sara calculaba que eran unos 45°C;afortunadamente en la habitación de Sara hacía siempre mucho calor y ella no solía llevar ropa muy abrigada. Entre las ramas de los árboles le pareció distinguir una figura que venía hacia ella.