C2 - LA PRIMERA IMPRESIÓN

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El apartamento de Juliana parecía sacado de una revista de decoración: muebles minimalistas de colores claros, paredes blancas, sofá y sillas en tonos tierra, un televisor de muchas pulgadas colgado de la pared y un frondoso ficus junto a un enorme ventanal a través del cual se podía apreciar la considerable altura a la que estaba el inmueble, además de un espectacular atardecer otoñal sobre la ciudad de Los Ángeles.

Juliana cenaba en el sofá, frente a la tele, sobre la mesita auxiliar cuya tapa se elevaba para permitir comer en ella cómodamente. Vestía con ropa cómoda de estar por casa. Una ensalada, una tortilla francesa y una copa de vino componían su también minimalista menú. El móvil vibró sobre la mesa y cuando vio "Debora" en la pantalla, la mujer puso los ojos en blanco con cierta pesadumbre, bajó el volumen de las noticias, cogió el teléfono y contestó con una sonrisa que dulcificó increíblemente sus rasgos.

—¿Quééé? —respondió con fingido hartazgo.

—Buenas noches para ti también —le contestó irónicamente su amiga—. ¿Qué haces?

—Cenar.

—¿Cenar? ¿Cada vez cenas más temprano o qué?

—Siempre a la misma hora.

—Bueno, pues entonces picaré yo también algo antes...

—¿Antes de qué?

—Salimos un rato, ¿no?

—Es día de semana, Debora, sabes que madrugo.

—Ya, pero no te levantas hasta dentro de doce horas, guapa.

—Once, porque corro siempre antes de ir a trabajar, ya lo sabes.

—Ya.

—Nick tiene turno, ¿no?

—Sí, pero lo dices como si sólo te llamara cuando trabaja.

—Me llamas todos los días, pero sólo quieres salir cuando tu novio tiene turno.

—Ya. O sea, que no.

—No.

—Juliana... deberías salir más y conocer gen-

—No empieces con lo mismo otra vez —la cortó Juliana.

—Vale, de acuerdo... ¿El viernes entonces?

—El viernes.

—¿Seguro?

—Sííí. Te lo prometo.

—Venga, ya te dejo, no sea que se te enfríe la ensalada.

Juliana escuchó un sonoro beso al otro lado de la línea y, antes de poder despedirse, su amiga colgó. Entonces, dejó el móvil de nuevo sobre la mesa, subió el volumen del televisor y tocó el cuenco de la ensalada. Cerró los ojos para percibir mejor la temperatura del recipiente y dijo para sí "no, no se ha enfriado" y sonrió ampliamente por su propia broma. Tenía una sonrisa encantadora, que la rejuvenecía diez años, pero en su salón no había nadie para apreciarla.

***

Esa misma noche, dos horas más tarde, Valentina se reunía con la familia McAdams, reducida ahora a Erick McAdams y a su madre, Aly, ya que su padre había fallecido un par de años atrás.

El chico empezó a narrar el relato del secuestro de su hermanastro, pero a cada momento tenía que parar porque se emocionaba, así que fue su madre la que, haciendo gala de una mayor entereza, relató los hechos: justo una semana atrás, James, el hijo adoptivo de los McAdams, desapareció, salió por la tarde sin decir adónde iba y ya no regresó. Sus pertenencias, incluido su móvil, se quedaron en casa. Al día siguiente llamaron a la familia por teléfono y una voz distorsionada pidió medio millón de dólares por su rescate, y añadió que el chico moriría si se ponían en contacto con la policía. Concretaron un lugar y una hora dos días después, el tiempo necesario para reunir el dinero en metálico. Dejaron la bolsa en el lugar acordado, alguien encapuchado lo recogió, pero el chico no apareció. Fue entonces cuando decidieron ir a la policía y, dos días más tarde, el caso fue asignado al equipo de Juliana Valdés. Lo último y más raro del asunto es que justo hacía veinticuatro horas, cuando ya creían que habían matado al chico, la voz distorsionada volvió a llamarles para exigir otro medio millón, la familia pidió una prueba de vida y el secuestrador colgó. Y ya no habían vuelto a tener más noticias suyas.

Ley & desorden (Juliantina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora