C10 - DISLOCACIÓN

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Los dos disparos que se escucharon en el interior de la nave aún resonaban en sus oídos. Valentina y Juliana se miraron con los ojos muy abiertos. Silencio. Nada se escuchaba en el interior del local, ni quejidos de dolor ni gritos ni conversaciones. Dejaron de mirarse cuando vieron salir corriendo a los dos hombres que habían entrado unos minutos antes. Se montaron en un coche y se alejaron de allí quemando ruedas.

Juliana reaccionó y cogió su arma dispuesta a salir del coche.

—¡Quédate aquí! —le dijo a Valentina—. Llama a emergencias y di que has oído disparos y que ya hay un policía dentro.

En cuanto Juliana salió del coche en dirección hacia la nave, Valentina hizo la llamada a emergencias y, tras contar lo ocurrido, le dijeron que enviarían a una ambulancia lo más rápido que pudieran, pero que había ocurrido un accidente en cadena en la autopista y que no podían decirle el tiempo que tardarían. Valentina colgó maldiciendo el sistema.

—¿Para esto pagamos impuestos?

Juliana había entrado hacía apenas un minuto cuando Valentina vio a alguien acercarse a la nave por la parte contraria a la entrada principal, por donde había entrado la detective. Parecía un mendigo, y Valentina pensó que a lo mejor había escuchado los disparos y venía a curiosear. Al verlo meterse por una ventana de la parte más alejada de la puerta principal, decidió que debía avisar a Juliana.

Una vez dentro, escuchó la voz de la detective y los quejidos de Alan.

—Tranquilo, respira poco a poco, la bala se ha quedado superficial...

La luz de las farolas de la calle apenas iluminaba el interior, pero consiguió distinguir la figura de Juliana arrodillada sobre Alan, que estaba tendido en el suelo en mitad de la nave.

—¡Juliana, soy yo! —dijo cuando estaba apenas a unos metros de ella.

La policía levantó la vista y la vio.

—¿Qué demonios haces aquí?

—Ha entrado un mendigo por la parte de atrás, igual aparece por aquí.

—¿Estás segura de que es un mendigo?

—Creo que sí... ¿Cómo está Alan?

—Una bala en el hombro y otra en el móvil.

Juliana le mostró el móvil hecho añicos sobre el suelo.

—Gracias a eso la bala del pecho ha profundizado poco, no ha dañado nada vital.

—Eres un tipo con suerte.

—Sí... suerte... mis cojones —dijo Alan entre jadeos de dolor.

—Valentina, aléjate de la luz, espera fuera o escóndete... Allí hay una especie de oficina.

Juliana le señaló una puerta en uno de los laterales de nave y Valentina asintió.

—Y lleva cuidado con los fosos.

El lugar era un antiguo garaje y en el suelo había varios fosos profundos, donde los mecánicos se meten para arreglar los bajos de los vehículos. Valentina hizo lo que le pidió la detective, y se dirigió hacia esa zona.

—¿Cómo carajos sabían en dónde estaba? —musitó Alan.

—Nos has llamado porque tus colegas te habían propuesto una cita que te pareció sospechosa —se apresuró a decir Juliana—, ¿no te acuerdas? —y le guiñó el ojo.

—Si tú lo dices...

—Sí, lo digo yo, lo dice Valentina y lo dices tú, ¿entendido?

Alan afirmó con la cabeza con gesto de dolor. Mientras, Valentina estaba llegando a la pared lateral cuando el mendigo apareció de repente de entre las sombras a unos metros de ella. La detective se dio cuenta y levantó su arma.

Ley & desorden (Juliantina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora