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—¿Qué haces aquí? —inquirió una voz a las espaldas de la rubia.

Ella dio un respingo, asustada y sorprendida. No había escuchado pasos.

Pero en cuanto se dio la vuelta, su expresión de susto se transformó en una sonrisa.

—Oh... eres tú. —suspiró cerrando los ojos durante un momento.

—¿Decepcionada? —preguntó el castaño haciendo que ella soltase una pequeña risa y acto seguido se dispuso a sentarse a su lado en posición de loto. Acababa de cambiarse de zapatillas después del entrenamiento y no era buena idea sumergirlas en el agua de la piscina.

Era una posición realmente incómoda y él no era una persona flexible, sin embargo su aguante aumentó cuando vio el perfil de ella.

No tenía la frente especialmente pequeña, pero su amplitud le daba un toque. su nariz recta, y con un ligero bulto en medio, sus ojos redondos y azules, sus labios resquebrajados y con pieles muertas, sus mejillas regordetas. Era toda una impresión verla sin su base, pintalabios, contour... Y sí, él también se había aprendido el nombre de todas aquellas sustancias que parecían un juego de química de colores pastel. Lo había hecho por ella.

—Siempre viene bien un poco de compañía.

—Siempre estás acompañada. —se extrañó él ante la respuesta que había tardado.

—¿Tú crees? —Su tono era cansado, suspiró.

El chico apretó los labios. En realidad ya lo sabía. Pero había tenido la esperanza de que el hecho de que siguiese en el edificio hubiese cambiado un poco las cosas.

—¿Qué haces aquí? —volvió a preguntar. La rubia volvió a suspirar, cansada y con un ápice molesto. De alguna manera, él, se alegraba del hecho de que conociese tan bien sus gestos. Podría escribir un libro.

Ella inspiró profundamente por la nariz y sacó las piernas del interior de la piscina, doblándolas y así, poder apoyar su cabeza en sus rodillas, mirando al chico.

—Han encontrado pirañas nadando cerca de la costa —su tono adormecido y rendido, él odiaba eso —. No puedo ir y para ir a la playa más cercana me llevaría medio día. Y sabes que aún no tengo el carnet —explicó, moviendo su cabeza hasta apoyar ahora su barbilla, clavando sus ojos en el agua de la piscina —. Me he tenido que conformar aquí, sabes que si no nado me agobio. Aunque el cloro me ha hecho llorar más que mi ex. —una risa se escapó de sus labios.

Pero él no reía. Ese día la veía de un azul apagado, cuando ella era un brillante celeste.

Sentía impotencia. Mucha. Porque su felicidad le hacía él aún más feliz, pero su tristeza, aunque fuese solo cansancio, le desgarraba por dentro. Al fin y al cabo eran unos íntimos amigos.

Se mordió el labio durante un momento y se puso en pie. Ella ni se inmutó hasta que él despojó de su espalda la toalla que llevaba.

—¿Pero qué haces? —se quejó ella, frunciendo el ceño en su dirección.

—Vamos al coche. Ya me dirás donde está esa playa.

—Estás de coña... —respondió incrédula.

—Me gustaría pasar un día entero contigo. Te fastidias. —rebatió encogiéndose de hombros y elevando sus brazos, como que no le importaba.

La rubia entonces sonrió de una forma que él ya echaba de menos. Se levantó y corrió hacia él para poder rodearle con los brazos, pero la humedad de sus pies hizo que diese un traspiés y cayese encima de él, arrastrándolo provocando que él también resbalase y se precipitasen los dos al agua de la piscina uno en los brazos del otro.

Sacaron sus cabezas, dando una gran bocanada de aire. Ella soltó una gran carcajada cuando, al abrir los ojos, vio a su compañero escupiendo agua sin parar y con los ojos aún cerrados.

—Joder... —se quejó retirando su pelo de la frente al tiempo que sus labios temblaban de frío—Aquí no desinfectan las piscinas, las envenenan.

La rubia volvió a reír con ganas, y esta vez, sí rodeó el cuello del castaño con sus brazos, apoyando su cabeza en su hombro. De repente dejó de temblar.

Él tocó tímidamente su espalda, tragando grueso.

Por primera vez fue consciente de que, en medio de esas frías aguas, allá donde la piel de Twyla Fields tocaba la de Zander Prescott, quemaba.

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