3; Twyla

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Capítulo 3

En cuanto pongo un pie sobre el asfalto sonrío con gran amplitud.

El edificio de Marin High se alza ante mí, majestuoso y enorme. Siempre me ha gustado ya que, de alguna manera, me recuerda a los castillos de la era victoriana. Las películas inspiradas en esa época me ganan y quizás sea esa la razón por la que siento tanta satisfacción visual con la construcción.

Es uno de mis placeres prohibidos, pues mis amigas prefieren películas como "American Pie" o "Scary Movie". No digo que a mí no me gusten, pero mi gusto es más variado.

Sin embargo, no puedo deleitarme durante mucho tiempo porque de repente alguien me da un empujón con fuerza y caigo de rodillas en el asfalto.

—¡Auh...! —gimo sentándome, manteniéndome quieta y en shock al abrir los ojos.

Me incorporo sentándome sobre mis piernas, pero en cuanto lo hago noto una ligera molestia.

Levanto mis brazos y veo como desde las palmas de mis manos hasta mis codos corre un reguero de sangre mezclado con mi piel hecha jirones, negra por la suciedad del suelo. Y como si ver mis heridas activara algún tipo de mecanismo en mi cerebro, de repente siento mucho dolor en mis brazos y rodillas.

Mis ojos se humedecen al instante. Quizás siga teniendo la tolerancia al dolor de una niña de cinco años, pero en este mismo momento solo quiero levantarme e ir a limpiarme las heridas.

Lucho para que mis lágrimas no crucen el límite de mis pestañas mientras siento como toda la gente a mi alrededor que antes corría de un lado a otro se paran en seco. Entre los mechones de pelo que me cubren la cara puedo notar como la punta de todos los zapatos y zapatillas están apuntándome. Me están observando.

"Qué vergüenza", es lo único que puedo pensar al tiempo que mi nariz enrojece. Quizás por el bochorno, por el dolor, o por las ganas de llorar.

—¿Twyla? ¿Estás bien? —La voz de Adelaide me hace reaccionar. Alzo la cabeza y me doy cuenta de que mis amigas están paradas una junto a la otra mirándome divertidas, con las manos tapando sus bocas mientras luchan por no reír o sonriendo directamente.

La voz de Adelaide llamándome parecía estar batallando por no soltar una carcajada ahí mismo.

No digo nada. Tan solo me levanto y forzándome a no hacer ninguna mueca de dolor y sacudo mi precioso vestido. Mi bonito vestido...

—Mira —llama mi atención Jenn —, es esa tipa la que se ha caído sobre ti.

Frunzo el ceño y sigo con la mirada su brazo que termina en su dedo índice apuntando con descaro a una chica, mucho más bajita que yo.

No puedo saber su complexión ya que lleva ropa muy holgada negra. Su pelo está recogido en una coleta baja y sus gafas apenas cubren sus ojeras. Sus deshidratados y finos labios tiemblan mientras se aferra a sus libros.

Uno de ellos lo reconozco por la portada. "Orgullo y prejuicio". Lo leí miles de veces.

—¡Eh, gafotas! —llama Bella —¡Aprende a caminar, anda!

Una risa unánime se escucha por todo el lugar. La chica se vuelve aún más pálida de lo que está.

—¡Sí! —la apoya Abby —¿Qué eres? ¿Un pato? ¡Cuack! ¡Cuack! ¡Cuack! ¡Mírenme! ¡Soy la patosa gafotas!

Las personas parecen no poder respirar de lo fuerte que se están riendo. Ella baja la cabeza y en ese mismo instante una gota se sangre sale de una de las heridas de mi rodilla y parece notarlo.

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