1; Twyla

28 5 2
                                    

Capítulo 1.

—¡Twyla! ¡¿Quieres bajar de una maldita vez?! ¡El autobús está a punto de venir! —grita mi madre al pie de las escaleras.

Mi reflejo pone los ojos en blanco mientras aprieta con fuerza el mango del cepillo. Mi madre es la única que consigue irritarme a estas horas de la mañana cuando ni siquiera soy persona.

—¡Mamá, por última vez! ¡El autobús no vendrá hasta dentro de quince minutos!

—¡Yo te conozco y sé que de esos quince vas a pasar veinte en el baño! ¡¿Pero qué diablos estás haciendo?!

—Estoy pintando las paredes de mi cuarto. —siseo con sarcasmo. Aunque no puede oírme, me siento mal por mi genio.

Inspiro profundamente intentando tranquilizarme. "Vamos, Twyla, calma, solo se preocupa por ti, no empeores las cosas". Espiro. —¡Mamá, te juro que solo me hace falta peinarme! —le respondo intentando sonar convincente.

Pero es verdad. Me veo en el espejo. Estoy vestida con un apretado vestido de tirantes rosa que me llega hasta hasta el muslo y por debajo una camiseta simple blanca. Además de eso ya estoy completamente maquillada y calzada.

El problema está en mi pelo que parece haberse enfadado conmigo por ninguna razón. He conseguido desenredarlo casi todo, pero hay unos mechones al lado de mi frente de los que estoy segura que podrían partir mi cepillo en dos.

Por el amor de dios, ¿acaso un perro vino a hacerme una trenza por la noche? 

—¡Twyla! —La voz de mi madre me saca de mis pensamientos haciendo que pegue un pequeño salto, llevándome la mano al pecho casi por inercia. Algún día sufriré un paro cardíaco en esta casa.

—¡Ya voy! —me rindo volviendo a poner los ojos en blanco por quinta vez en ese día. Y eso que apenas son las ocho.

Salgo del baño de mi cuarto y busco algo a toda prisa para ponerme en la cabeza. Lo único que encuentro son gorros, pañuelos y diademas, pero ninguna va con el color de mi vestido. No puedo cambiarme de ropa o mi madre creerá que de verdad no estaba preparada.

Me muerdo la piel que hay alrededor de mis uñas, angustiada y, como si los gritos de ella no fuesen suficientes, escucho sus tacones subir las escaleras. Dejo los cajones de mi cómoda y me arrodillo en el suelo buscando si hay alguna goma para el pelo o una pinza perdida.

Y entonces lo veo, debajo de mi cama algo triangular que parece la punta de una hoja. Frunzo el ceño y lo saco. Es una foto de mí con seis años. Llevo mi pelo igual de desordenado, y un broche en él que destaca por su forma de gato. Y ese mismo broche, está enganchado a la otra punta de la foto.

Sonrío sin poder evitarlo y rápidamente lo suelto. ¡Es perfecto! Sin embargo, en cuanto lo retiro, veo que había estado tapando una parte de la foto que instantáneamente llama mi atención.

Me doy cuenta de que está cortada. Sobre mi hombro se ve una cabeza apoyada y dos ojos negros y sonrientes de un niño mirando al objetivo. Nunca había visto esta fotografía antes.

—¡Twyla! —La puerta de mi habitación se abre de golpe.

—¡Mamá! —me sobresalto dando un giro sobre mí misma. No sé por qué, pero escondo esa misteriosa fotografía tras mi espalda. —¡Te he dicho mil veces que no entres a mi habitación como si fuera la tuya!

—¡Y yo te dije mil más que bajes ya! —contraataca poniendo énfasis en la palabra "ya". Su grito de alguna manera consigue enturbiarme más por su volumen y me preocupo por si alguno de los vecinos la habrá escuchado, pero tan solo bajo la mirada.

Ni siquiera respondo, no vale la pena. Arrugo la fotografía en mi puño. Quizás para esconderla porque sé que mi madre me someterá a un interrogatorio y no tengo ganas de cruzar otra palabra con ella. Quizás por rabia.

Cojo mi mochila tirada en la cama y me la engancho en el hombro. Mi madre se hace a un lado para dejarme salir, clavándome sus ojos amonestadores en mí.

Bajo las escaleras de dos en dos mientras me pongo el broche en mi pelo, cubriendo el mechón enredado. Cuando llego al comedor, me encuentro con mi hermana pequeña Agatha comiendo de los cereales... o pintando con la leche del tazón su cara.

—¡Buenos días, Ty! —saluda con una gran sonrisa lechosa. Su torpe voz de alguna manera me apacigua.

Le devuelvo la sonrisa. Al menos alguien aquí da los buenos días. —¡Bonjour, Agatha! —enuncio con un exagerado acento francés mientras veo como se ríe a carcajadas. Ese idioma siempre le pareció de lo más desternillante.

Estoy a punto de sentarme en la mesa y apurar cualquier cosa, aunque sea un vaso de zumo. Pero entonces, avisto una pequeña botella de ron abierta y medio vacía en el sitio opuesto a donde está sentada Agatha.

Una mueca se forma en mis labios y las ganas de picar cualquier cosa desaparecen.

Le doy un beso en la mejilla a mi hermanita y me despido de ella dirigiéndome a la puerta. Escucho su vocecita pronunciar un "au revoir" mal dicho y no puedo evitar soltar una risa. Vale la pena tenerla a ella en una casa en la que está alguien como mi madre.

Poso la mano sobre el pomo de la puerta para abrirla, pero en cuanto bajo la mirada, veo la foto de mi padre encima del mueble de los zapatos.

Es de hace dieciséis años, cuando aún podía sostenerse con las dos piernas. De espaldas al mar, en un traje de baño y sosteniendo a una niña de un año y medio con una expresión de euforia en la cara y el pelo mojado.

La sonrisa se desvanece. No puedo evitar echarle tanto de menos y me arrepiento de tantas cosas antes de que se fuese de casa.

"Lo siento, papá", me digo para mis adentros, "debí haber dicho algo".



ONLY US ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora