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Introducción

―Sam, la idea de estas sesiones es que hagas una introspección. Esto nos ayudará a encontrar el motivo de tu dependencia ―dijo el terapeuta.

No lo llamaría psiquiatra, porque me molestaba mucho la idea de tratar con uno; es más, mi mente y yo lo llamaríamos imbécil.

―Seh ―contesté desinteresado, y obligado por la mirada persuasiva que imponía.

―Muy bien, tengo entendido que amas las películas. ―Asentí sin ánimos y el imbécil sonrió por tener un punto de donde surgir―. Lo que tienes que hacer es contar tu vida como cuentas una película.

―Tardaría más de treinta años ―dije riendo, aunque me emocionaba reflejar mi vida como una película, sería interesante; me gustaría verlo, con palomitas y todo―. No sea imbécil, por fa.

―Cuando uno cuenta una película, no cuenta todos los detalles de comienzo a fin ―explicó con paciencia―. Solo narra los hechos relevantes, o las cosas que suman a la trama, es lo que tienes que hacer.

―A ver, diría que no quiero ser grosero, pero me importa una mierda. ―Hice un ademán con la mano, como quitándole peso a lo que dije―. No quiero estar contándote todas las cosas que pasaron. No me siento cómodo contigo, ni en este lugar que apesta a incienso.

Era la verdad. Aquel extraño sujeto no vestía la bata blanca, ni olía a limpio o a jabones anti-bacteriales como lo hacían la mayoría. Él vestía siempre un mameluco negro y olía a humo.

―Ahí está la parte interesante, Sam ―dijo el imbécil mientras rebuscaba en un cajón de su escritorio y sacaba una libreta―. Deberás escribirlo, en este cuaderno.

―¿Hablas de un diario? ―pregunté sorprendido, seguramente no hablaba en serio.

―Sí, un diario, un apunte de ideas, un cuaderno de recuerdos… como quieras llamarlo.

Tomé la libreta entre mis manos y la inspeccioné, como si fuera una bomba de tiempo.

―¿Y pretendes que escriba querido diario y todas esas cursilerías? ―cuestioné. La idea comenzaba a agradarme, y me encontraba emocionado… un poco.

―No necesariamente.

Bufé, abriendo la libreta en la primera hoja en blanco, y dejándola sobre el escritorio. Una vez alejado de lo que pensaba que podría explotar en cualquier momento, froté mis manos y sonreí.

―Muy bien. Entonces… ¿qué tengo que escribir?

―Puedes escribirle a alguien a quien quieras contar tu pasado; dijiste que no querías contármelo a mí, cuéntalo a quien quieras. Incluso estaría bien si te lo narraras a ti mismo.

―¿Querido Sam? ―pregunté pensativo. Lo del querido no me atraía mucho, estimado sonaba muy formal―. ¿Debería cambiarme el nombre?

―No es necesario que se lo dirijas a alguien en específico, Sam ―dijo, tratando de sonar paciente, tamborileando los dedos sobre el escritorio―. O sea, sí que se lo dirijas a alguien, pero no escribirlo. ¿Comprendes?

Con un dedo corrí el cuaderno de mi lado, dejándolo frente suyo.

―Mira, imbécil. Me quitaste las ganas de hacer mi propia bibliografía ―dije bufando, inclinándome sobre el escritorio; apoyé mi codo sobre la mesa y posé mi mentón sobre mis manos, de ese modo pude verlo directamente a los ojos―. Solo dame mis medicamentos, y me iré sin hacer ruido.

―¿No te gustaría recordar tiempos pasados? ¿No te gustaría revivir en tu mente cuando venías a esta oficina de la mano de tu madre? ―preguntó intentando desesperadamente hacerme cambiar de opinión―. En esos momentos no estabas solo, como dices sentirte ahora…

Me vi confundido, con sentimientos encontrados. Por un lado quería volver a vivir todo lo que extrañaba, pero por otro lado, recordar solo haría que sufriera más la pérdida de todo. No quería que el pasado ficticio que armé en mi mente se viera consumido con la realidad; la realidad en que entregué todo, trozo a trozo los pedazos de mi aturdida vida, dejándome a la deriva, con el alma muerta.

―Me gustaría… ―susurré, agitado.

―Entonces recuerda… recuerda tu historia Sam. Eres lo que viviste, vamos a remontarlo.

Y junto con aquellas palabras, intenté recordar la primera vez que llegué a ese lugar; cuando vivía con mis padres y no me faltaba nada.

Empecé a sudar, la habitación se había vuelto tan pequeña, me estaba asando. Se sentía como el mismísimo infierno, y se me dificultaba ver en este lugar aquél recuerdo al que quería acceder. Todo me parecía tan distinto, pero la diferencia solo se radicaba en mí.

―No sé a dónde ir exactamente… ―dije entre balbuceos.

No podía parar de sudar. Sentía que me derretía entre recuerdos calcinados en mi memoria, fundiéndome con todo, confundiéndome entre la nada misma.

―¿Cuál es tu primer recuerdo, Sam? ―escuché desde lejos, antes de que el fuego me consuma por completo y nada quedara de mí.

Todo se volvió oscuro.

La caja negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora