2017 – Edad de veintisiete años
―Entonces, ¿sí podrás? ―cuestioné, aunque ya era la decimoquinta vez consecutiva que insistía ante sus contestaciones negativas y tediosas―. Doctorcito, es por mi bien.
―Mira, Sam ―dijo, soltando un suspiro exasperado, aunque yo sabía que era débil ante las constantes insistencias―. Las dosis que te estoy dando ya son bastante altas. No creo que sea correcto que te medique aún más.
Formé un puchero y no pude evitar sentir las ganas de llorar amontonarse en el puente de mi nariz, como un cosquilleo molesto e inevitable. No quería llorar, así que lo único que pude hacer fue seguir insistiendo… como lo hacíamos con la abuela Marga.
―Por fa…
―A ver, dime, ¿por qué crees necesitar más?
―Tengo miedo ―contesté rápidamente, casi en un susurro automático y quebradizo, sin poder evitar mirar las cicatrices sobre mis nudillos, palmas y brazos―. Si no tomo la medicación, mi cabeza grita muchas cosas, y me insiste que solo si me hago daño lograré callarla.
―Sam…
―Si no fuera cierto esto que te estoy diciendo, no te lo pediría ―insistí―, sabes que odio venir a este lugar, y que odio las medicinas.
―De todos modos, aunque yo decida ayudarte ―empezó a decir, bajando notablemente el volumen de su voz, aunque estaba claro que nadie nos escucharía al estar solos en su consultorio―… no podrías obtener esas medicinas. No sería normal que necesitaras tantas, y sería sospechoso. Me meteré en problemas.
―Solo es un pequeño problema, ya lo estuve pensando. Podrías hacer las recetas farmacéuticas a mi nombre, al de la abuela Marga, y al de cualquier otro paciente anciano al que le cueste leer.
Para ese entonces, su rostro era de total desconcierto, pero no pude sostenerle la mirada y la volví a depositar sobre mi piel marcada. Estaba desesperándome. Si no lo conseguía estaba seguro de que perdería la poca cordura que me quedaba.
―¿Solo un pequeño problema? ¡Eso sería un pequeño gran problema! ―soltó, alzando la voz en un gesto totalmente dramático, lo cual me hizo un poco de gracia, pero ni siquiera me dio tiempo a que pudiera completar una sonrisa porque la tuve que borrar al escucharlo proseguir―: Eso no es correcto, jamás pasará ―sentenció, y yo no pude más y eché a llorar.
―Estoy desesperado, Alex, ¿por qué rayos no quieres ayudarme?
―Sam, eso no sería ayudarte…
―¿Por qué me ves la cara de imbécil? ―le corté, perdiendo aún más la compostura y exaltándome―. Sabías lo mucho que odio a los que son como tú, ¿por qué me hiciste creer que eras diferente?, ¿que podíamos ser amigos? A ti no te intereso en lo más mínimo, solo haces lo mismo que todos los estúpidos mentirosos de mierda…
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La caja negra
Misterio / SuspensoLa cabeza de Sam es un mundo confuso, alterado y muy poco amigable. Más allá de eso, los especialistas no saben exactamente a qué están enfrentándose cuando buscan la manera de responder algunas cuestiones sobre su comportamiento o, por lo menos, in...