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2009 – Edad de dieciocho años

Estaba escondiéndome de los escasos guardias de seguridad que se encontraban en la planta inferior, en donde se ubicaban los pasillos con los consultorios junto a las salas de reuniones para los distintos trastornados y sus visitas

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Estaba escondiéndome de los escasos guardias de seguridad que se encontraban en la planta inferior, en donde se ubicaban los pasillos con los consultorios junto a las salas de reuniones para los distintos trastornados y sus visitas.

Había aprovechado que mi madre pasó a verme, por lo que nos daban la posibilidad de salir al patio externo; y cuando ella se marchó, no dudé en escabullirme mientras el único guardia de turno la guiaba nuevamente hacia la puerta de salida. Estaba un poco mareado y con taquicardia, pero tan solo era por la rara adrenalina del momento. No quería ni podía esperar un segundo más.

Un par de días antes, había visto en el noticiero local, un informe sobre la muerte del famoso psiquiatra Leon Eisenberg. Unos meses antes de fallecer, confesó que la "enfermedad" que él había descubierto, era algo ficticio. ¡Yo lo sabía! Sabía que detrás de toda la basura que nos hacían consumir había solo una mentira para hacer crecer la venta de fármacos; de hacernos ver como unos inútiles solo porque ellos "sabían lo que hacían". ¡Y una mierda! Lo peor de todo era que a mí me había pasado, y yo siempre lo supe. El TDAH era una mentira, y las pastillas que tontamente me hicieron consumir eran puras patrañas.

Los doctores en el hospital hablaron de eso durante todo un día, pero lo olvidaron en cuanto apareció una primicia más candente. Yo estaba aprovechando ese momento al máximo, para tratar de escaparme.

Mis enfermeros estaban bastante atareados en esos últimos días que pasaron justo después de aquella noticia, ya que sucedió un inconveniente con el paciente dos, y tuvieron que dejarlo en terapia intensiva; también tuvieron que explicar qué diablos había sucedido con nosotros, pues nuestra sesión experimental no estaba del todo avalada por el consejo médico del hospital, por lo tanto, MonsterWoods lo había mantenido en secreto con el apoyo del director del psiquiátrico. Se pasaban la mayoría de las horas del día en reuniones sin sentido, tratando de delatar a alguien.

En síntesis, todo estaba hecho un caos para ellos. Y peor se pondría en el momento en el que se dieran cuenta que me había marchado, pero yo no iba a quedarme para corroborarlo, pensaba escapar a la mínima posibilidad de poder correr hacia la salida.

«¡Ahora! ¡Corre!» escuché que me demandaban, y no supe de dónde exactamente había venido esa orden, por lo que giré a los lados para ver a mi alrededor; todo estaba totalmente despejado.

El pasillo del ala psiquiátrico estaba vacío, y solo me quedaba llegar al pentágono de entrada en donde se unía con el otro ala, para poder pasar desapercibido y escapar como si no fuese un interno, sino un paciente normal; pero para eso debía pasar primero frente al despacho del director, en donde todos los psiquiatras estaban reunidos, y donde claramente podrían verme a través de las puertas de cristal.

El dolor de cabeza volvía a apuñalarme en el cerebro, haciendo que mi visión se vuelva borrosa y me costara enfocar, pero todo me parecía raro, ya que había ingerido mis medicinas esa mañana.

«¡Nadie puede verte, corre!» volvió a gritar la misma voz, y me sentí aturdido y asustado. Lo único que faltaba era que por su culpa me descubrieran.

De todos modos, ¿quién estaba hablándome? Volví a mirar hacia los lados, y como siempre; no había nadie. Empecé a preocuparme y a mirar hacia arriba, para fijarme si había cámaras o parlantes por donde pudieran hablarme, pero nunca antes había presenciado aquello, y me parecía ilógico que alguien tratara de ayudarme a escapar, a menos que se tratara de otro internado.

―¿Quién anda ahí? ―pregunté en susurros, esperando que la persona que trataba de darme ayuda pudiera escucharme, pues si levantaba la voz corría el riesgo de que todo se fuera al carajo.

Pero solo hubo silencio, ya que nadie contestó.

Agudicé mi oído, para tratar de escuchar, aunque sea pasos o algo por el estilo, pero seguía bastante aturdido, mi corazón no se calmaba, y mi respiración era muy ruidosa. No podía escuchar más que mi propia desesperación por querer salir de aquel lugar.

«Si no corres ahora, te vas a arrepentir

―¿Dónde estás? ―pregunté, esperanzado al saber que no estaba solo. Aunque me costaba admitir, tenía mucho miedo de lo que podían llegar a hacerme si descubrían que estaba tratando de escapar; pero podría aceptarlo si sabía que alguien más sufriría conmigo.

Otra vez quedé sin respuestas, y eso me aterraba de sobremanera.

La taquicardia se hizo más aguda, haciendo que los latidos dolieran contra mi pecho, y la respiración me fallara. El sudor también se hizo presente, mojando mis parpados y haciendo que los ojos me ardieran un poco, junto a una punzada horrible en el medio de las cejas. No quería seguir un segundo más ahí, y necesitaba ayuda.

―¿Dónde mierda estás? ―pregunté, con la voz un poco más alta, y me encaminé sin más hacia el maldito pentágono, ya que consideraba que a lo mejor, la voz había provenido de allí.

Olvidé agacharme, aunque sea para que se me notara menos, pero ya no actuaba según mis planes sino más bien según mis autodestructivos instintos. Mis calzados rechinaban contra el suelo, y mi cabeza parecía de pronto pesar el doble, cualquiera que me hubiera visto, pensaría que iba totalmente borracho, por no saber coordinar del todo mi cuerpo, y chocar contra las paredes que golpeaban mis costados.

―¡Aguarda! ―gritaron, y de los nervios empecé a correr sin mirar atrás―. ¡No puedes salir! ¡Detente!

Quise acelerar aún más mis pasos, pero antes de darme cuenta, ya tenía a dos guardias encima de mí. Ni siquiera sabía de dónde habían salido, ya que el PrairieCare se destacaba por su escasa seguridad.

La adrenalina momentánea se había marchado súbitamente, haciendo que una pesadez inmensa se adueñara de mi cuerpo, y todo lo que quería hacer era dormir para siempre. Estaba otra vez atrapado, pensaba, aunque en realidad nunca había dejado de estarlo.

«Te lo dije» me reprochó la voz, y todavía no distinguía su proveniencia, pero ya no tenía ganas de intentar buscar a su autor, así que, sin ánimos, simplemente me dejé llevar, dando un permiso involuntario para que todo se torne oscuro. Una vez más.

La caja negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora