Capitulo I

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En un mundo lleno de ira y de oscuridad la única solución es la guerra. Una Guerra Santa entre la luz y la oscuridad, entre el cielo y el infierno, entre los enviados de Dios y los siervos de Satán.

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En una pequeña y oscura ciudad sumida en el más profundo terror, muchos humanos viven esperanzados de no ser víctima de los terribles demonios que habitan aquellas tierras, pero las noches son peligrosas y todo aquel ser que salga en plena oscuridad no volverá a ver la luz del día, pues aquellas bestias llamadas vampiros, cazan sin piedad alguna buscando su amada sangre.

Esta noche amarga y solitaria es noche de caza, muchos valientes y estúpidos mundanos salen en busca de las bestias para darles un final a su mísera existencia. Ellos no son bendecidos, pues estos saben a la perfección el gran error que es hacer tal cosa. Pero su ridícula parafernalia llegará a su fin, mas en las sombras se encuentras aquellas bestias, vistas sin ser vistas y pasadas inadvertidas, esperando con impaciencia su hora de atacar.

† † †

Los gritos atravesaban las ventanas de aquel castillo antiguo situado a las afueras de la ciudad, en una de sus habitaciones se encontraba un hombre de aspecto joven de edad aparentada sobre unos treinta años, de cabellos negros y largos hasta un poco más abajo de los hombros, con unos ojos de un color rojo sangre, vestido con ropa de época de color negro y con un gran abrigo que le llegaba hasta más abajo de las rodillas del mismo color, estaba sentado en una silla de madera apoyando sus manos en una mesa del mismo material y observando la luna, esa luna que lo alentaba a salir de su hogar en aquella noche sangrienta.

Aquel hombre miraba a la luna como un loco enamorado miraría a su amada, pero en sus ojos se podía reflejar dolor, melancolía y soledad. Su garganta le escocia y le ardía como si llamas hubieran nacido dentro de él, pues su sed de sangre no había sido calmada en meses, esta noche, esa luna, más que nunca le incitaban a cazar. Estaba claro que a él no le importaba matar, pero si esa noche salía no podría controlar sus instintos y eso significaría que todo su sufrimiento habría sido en vano.

Muchas veces se preguntaba el porqué de su inmortalidad, porqué tenía que ser él, pues hacía demasiados años que se había convertido en un monstruo, tantos, que ni él mismo recuerda, ni siquiera la razón de su vida eterna. Le constaba mucho esfuerzo recordar y más en ese estado tan lamentable, cuando estaba apunto de acordarse, su fuego interno le quemaba, un dolor insoportable le inundaba por todo su pálido cuerpo.

Con cada minuto y cada grito su cuerpo se movía de furia, de impaciencia y de dolor. No podía aguantar más, sentía que su fuego interior acabaría por matarlo, y eso es lo que quería, morir, descasar en paz. Tomó con sus manos la mesa y con fuerza no tardó mucho en romperla, se levantó de la silla con rapidez, llevando sus manos sucias a su cabeza, moviéndose desesperado de un lado a otro, debía aguantar, debía hacerlo para dar su vida por acabada. No quería seguir así, no quería vivir esa vida eterna, deseaba con todo su ser la muerte, la anhelaba como nunca antes había echo, quería dejar toda la desesperación atrás, quería morir, desaparecer.

Entonces recordó algo, algo que estaba escondido en aquel castillo al que llamaba hogar, algo que nada más pensar en ello le hacía volverse totalmente loco, esa carta, ese trozo de papel lleno de verdades que no quería creer. La buscó sagaz como un leopardo caza a su presa, la buscó hasta por fin tenerla en sus temblorosas manos, no podía esperar para abrirla y volverla a leer, como otra de las muchas veces que lo había hecho.

Admirable Edgar:

   Si bien sabéis la situación actual de la Alianza, os pido bien que si no participáis en ella como antiguamente os mantengáis al margen, para ello y para facilitar nuestro ascenso será informado de igual manera, pues hemos votado y decido que seguirá siendo parte de nosotros, aunque inactivamente, por eso y por nuestra vieja amistad le ruego que deje esos estúpidos y burdos intento de quitaros la vida. Como ya le he informado en repetidas ocasiones en persona, la sed es incapaz de mataros, pues bien ya sabéis la única forma de acabar con una vida inmortal y eso está fuera de vuestra mano.

   Le seguiré informando.

Un cordial saludo:
H.Lugó de la Gran Alianza Inmortal.

Mentiras... -musitó sin fuerza. —¡Solo quieren engañarme! -alzó su profunda voz. Tomó con fuerza la carta y la arrugó por completo para luego tirarla a cualquier parte.

Edgar sabía a la perfección como funcionaba la Alianza, lo necesitaban, pues no les convenía tener a un vampiro tan veterano y poderoso como él en contra, y ellos, ese grupo, harían casi cualquier cosa por mantenerlo con vida, aunque la condición sea la mentira. Él no creía las palabras de la Alianza pero si confiaba en las de su antiguo buen amigo, Hamlett Lugó, miembro y seguidor fiel de la Alianza, aunque durante años estuvo guardando esa carta y no creyendo en sus palabras, con cada día que pasaba en el infierno que era aguantar la horrible sed, se planteaba si era cierto lo que Lugó le había dicho. Si fuera así, sería una tontería seguir con esta tortura que pasaba cada día.

Se acercó a la ventana en dónde hace unos minutos había estado y observó la luna, esa luna... Apoyó sus manos y asomó la cabeza cerrando sus ojos. Sangre, ese olor metálico que tanto le gustaba, ese líquido rojo oscuro que hacía meses que no cataba, instintivamente lamió sus secos labios, lo necesitaba, necesitaba volver a beber. Era hora de asumirlo, él no podía morir de sed, pero podría hacerlo de otra forma, aunque no era momento de pensar en eso, se echó un poco hacia atrás y saltó por la ventana de aquel torreón, es hora de calmar la sed.

† † †

EdgarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora