El fin de la Guerra Santa, años de lucha sin fin... la extinción de los bendecido... Reinado de oscuridad y terror.
† † †
—¿Está todo listo? -habló un hombre con voz severa.
Kerloc estaba sentado en una silla, más bien un trono con toques dorados de oro puro, la habitación estaba escasa de iluminación y en su frente había otro hombre, con un aspecto desgastado, pelo canoso, corto y bien peinado hacia un lateral de su cabeza.
—Así es. -respondió aquel hombre con expresión de calma.
El hombre que estaba sentado en aquel trono echó su pelo castaño hacia atrás, tenía una apariencia joven y sus ojos, al igual que el del mayor, indicaban que eran vampiros.
—¿Edgar respondió tu carta, huh? -dijo Kerloc mientras apoyaba uno de sus brazos en el reposabrazos del trono y sujetaba su cabeza con dicha mano.
—No, y no espero respuesta alguna, si bien sé perfectamente que irá, y cuando pruebe esa sangre volverá a ser como antes.
—No deseo que vuelva a ser como antes Hamlett, -lentamente se fue levantando de su asiento. —lo único que espero es su muerte, y ahora es la oportunidad perfecta, la Alianza ya no lo necesita más, -una sonrisa salió de los labios de Kerloc mientras avanzaba hacia el mayor. —y si muere tendremos un camino fácil para lograr nuestro plan y cualquier cosa que deseemos. Edgar no es de fiar y nunca más lo será, que te quede claro. -finalizó con unos ojos amenazantes que al mayor le heló la sangre que no tenía.
† † †
La oscuridad estaba comenzando a salir en aquella ciudad cuyo nombre es irrelevante, las sombras empezaban a acunar todos los sitios del lugar, esa noche olía a muerte, al igual que la luna reflejaba un tono rojizo, propio de la caza y la guerra. La familia Valnum lo sabía, algo iba a ocurrir esa noche, algo para lo que no estaban preparados, Lawrence, el padre estaba hablando con su esposa, ideando un plan, un plan para su defensa, pues sentían que la Alianza irían a por ellos, pues corren rumores que muchas de las familias de bendecidos han muerto de desangramiento y lo más extraño de todo, sin sangre a su alrededor, todo eso a Lawrence no le sorprendía, pues estaba claro que los vampiros estaban bebiendo su sangre para volverse aún más poderosos.
—No hay opción, Shi-mae. -atrajo a su bella esposa hasta él y la abrazó con fuerza. —Ellos vendrán si no están aquí ya, esconde a nuestro hijo en un lugar seguro y nosotros lucharemos para su protección, hasta la muerte. -le susurró a aquella mujer que sabía que moriría aquella noche, pues sus lágrimas no tardaron en salir.
—Hasta la muerte, Lawrence. -le dio un tierno y corto beso a su esposo y fue corriendo a la habitación de su hijo.
Cuando Shi-mae abrió la puerta, su hijo estaba dormido en los brazos de Morfeo, estaba tan tranquilo que su madre casi no puede aguantar las ganas de llorar, pero no debía, tenía que ser fuerte y despertar a aquel pequeño angelito, sin duda él debía de sobrevivir. Se acercó a su hijo y con suavidad comenzó a moverlo.
—Kai. -llamó su madre con una tierna voz.
El niño no tardó ni un minuto en abrir sus preciosos ojos verdes, heredados de su madre. Unos golpes comenzaron a sonar en la puerta, Shi-mae debía esconderlo ya, si no lo hacía su hijo podría morir y su instinto de madre negaba aquella situación, se quitó su collar, una reliquia familiar de sus antecesores, una perla azul que servía para esconder el olor de la sangre de ángel, muy útil para no ser detectado, y se lo colgó, le hizo una señal de silencio y tomó su mano, mientras que su esposo aguantaba la entrada de aquellos sedientos vampiros, Shi-mae llevó a su hijo por el pasillo con rapidez y lo escondió en una pared falsa, esta tenía una escalera y un bunker escondido, muy difícil de percibir. Entró junto a Kai, el cual no sabía que ocurría, estaba muy confundido con una mezcla de sueño y pavor.
—Quédate aquí, Kai. -susurró su madre mientras lo metía en el bunker y sujetaba sus pequeños hombros. —Oigas lo que oigas no salgas, ¿vale? Prometeselo a mamá, no salgas bajo ningún concepto, Kai. -sus palabras salían firmes y sus ojos parecían querer explotar en lágrimas, pero ella se mantuvo fuerte esperando las promesas de su hijo de apenas diez años.
—Lo prometo, mamá. -dijo con miedo, pues no sabía lo que estaba pasando.
Su madre lo abrazó con fuerza y besó su frente antes de terminar por encerrarlo en aquel bunker. Kai se fue a sentar en un rincón, pues todo el lugar estaba sumido en la oscuridad, tomó la reliquia entre sus diminutas manos y cerró los ojos, rezando por sus padres y aguantando unas lágrimas que apenas podía soportar.
† † †
—¡Al fin apareces! Llevamos un rato esperándote. -habló uno de los vampiros de la Alianza en cuanto vio aparecer a Edgar.
Este lo miró con seriedad haciendo que se callara al instante y a dar instintivamente unos pasos hacia atrás. Es cierto, Edgar había llegado tarde, pues se estaba debatiendo si acudir o no, algo, dentro de él no quería ir a matar a aquellos bendecidos, es más, sentía que debía de protegerlos, ¿porqué?, no paraba de preguntárselo pues no conseguía recordar absolutamente nada de su pasado, mas apenas recordaba su verdadera edad, aunque aquella mañana le había dado por contar y de momento llevaba más de cuatrocientos años según sus cálculos.
Finalmente decidió acudir pues sería una buena oportunidad para poder cumplir tres objetivos: recordar, saciarse y... ¿morir?, cada vez lo tenía menos claro desde que bebió aquella sangre del borracho, tal vez esa sangre le envenenó o simplemente es que siente que tiene algo que hacer antes de poder dormir. Pero, ¿quién sabe?, al fin y al cabo aceptaría cualquiera de sus objetivos con lo brazos abiertos.
—Son tres, aquí solo viven tres, y uno de ellos es un crío, no sé porque Hamlett nos envío a tantos. -habló uno de ellos.
—Quien sabe, seguramente el jefe tiene sus propios planes, motivos habrán. -respondió otro de ellos.
Edgar simplemente comenzó a caminar sin prestarles mucha atención, en cuanto los demás lo vieron siguieron su ejemplo. No tardaron mucho en llegar, pues se habían reunido a las afueras de el mismo centro. Llegaron a la casa de la familia Valnum y Edgar no tardó en captar dos olores, era raro, pues habían dicho que serían tres, echó un vistazo a sus iguales que parecían impacientes y poco impactados por la ausencia de un tercer olor, no tardaron mucho en empezar a juguetear alrededor y a tocar la puerta sin preocuparse por si alguien más acudiría, pues sabían que era imposible que eso ocurriera. A los segundo, tumbaron la puerta y se encontraron con un hombre armado enfrente de ellos, no tardaron en tirarse encima de él para dar comienzo a la matanza que en esa casa sucedería. Edgar se quedó fuera, observando la casa, una que le parecía extrañamente familiar, después de echar un vistazo miró hacia dentro en dónde había aparecido una mujer con cabellos de oro también armada. De pronto un tercer olor llegó hasta él, un olor que le llenaba por dentro, un olor que le hacía recordar. Dio la vuelta por toda la casa y rompió uno de los cristales de la ventana para entrar, una vez dentro cerró sus ojos... ese tercer olor no era de un bendecido, ni de un humano corriente, era pasado muy desapercibido por cualquier vampiro sin experiencia, pero no por él, ese aroma olía a vampiro, olía a él.
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Edgar
VampireCuenta la leyenda que durante toda la eternidad, el mundo ha estado en constante guerra entre dos bandos: los inmortales, hijos de la noche y la oscuridad, y los mortales, mundanos y bendecios. Los hijos de la noche, también conocidos como vampiros...