—¡No te puedes morir, Hamilton! ¡No se lo permito! —los golpes del rubio sobre el pecho del detective eran certeros, sino fueran para hacer que su corazón volviera a bombear no estarían justificados.
Llevaban varios minutos tratando de escapar del frente de batalla de un pequeño pueblo de Inglaterra con nombre de dudosa pronunciación. Ambos habían sido involucrados en un caso, John menos que Alexander Hamilton, pero al tratarse de su compañero de años, él podía hacer una excepción. Incluso cuando se suponía que esta era su luna de miel.
Luego de correr esquivando balas a través de un sendero llenos de árboles y seguir el camino de rieles, lograron subir a uno de los vagones del tren, para descubrir que el golpe que Hamilton había recibido hace unas horas, sumado al agotamiento físico de su carrera a contra reloj, estaba cobrando factura. Alexander Hamilton, reconocido detective consultor, había tenido un paro cardiaco en medio de la nada y se había quedado en la mitad de una oración.
Aquello fue lo que hizo que todos los sentidos de Laurens se pusieran alerta y cerrando los ojos, pensó en todas sus clases de medicina y en una solución para que el corazón de su amigo volviera a latir. Aún escuchaba los silbidos de las balas detrás de sus pasos, la madera crujiendo al ser golpeadas y astilladas por los proyectiles y la bocina del tren anunciando su entrada y única salida.
—¡Vas a romperle las costillas! ¡John! ¡John! —Gilbert, el francés que los estaba guiando a través del caso, le advirtió con la mayor convicción que podía encontrar en ese momento antes de romper en llanto.
—¡Él tiene que vivir! ¡Maldito hijo de...! ¡Eres un imbécil! ¡No puedo creer que no me estés escuchando! —continuó con el masaje cardiaco que más parecían miles de pisadas sobre su pecho que cualquier otra cosa.
—¡John!
—¡Tienes que levantarte y defenderte de todo lo que te estoy diciendo, Alexander! —demandó volviendo a revisar el pulso por décima vez en un minuto— ¡Vas a burlarte con tu típica sonrisa de suficiencia! ¡Eso es lo que haces! ¡Por eso eres Alexander Hamilton!
—No hay nada más que puedas hacer, ya lleva mucho tiempo inconsciente, el cerebro...
—¡Lo sé! —gritó en dirección de Gilbert, callándolo en el acto y permitiéndose pensar de nuevo.
Lastimosamente, él no había encontrado el valor de confesarle su gran admiración al hombre que estaba en el suelo en periodo de transición—nunca diría que estaba muerto, la muerte no existía para alguien como Alexander—. En lugar de eso, había decidido casarse—gran alternativa—con una dama de renombre y dejar de lado sus aventuras con el detective. No obstante, no había considerado varias alternativas.
La primera, por más que se casara, Alexander continuaba siendo su amigo y no podía alejarlo de su vida, así que tampoco dudó en hacerlo el padrino de dicha boda, de la cual ya se estaba arrepintiendo. La segunda, su amigo tampoco lo olvidaría de la noche a la mañana, en especial por todas las aventuras que habían pasado juntos. No existía un Alexander Hamilton sin un John Laurens y tampoco un John sin un Alexander.
Eran la extraña combinación de un médico veterano de Afganistán que había regresado a la ciudad para una vida más tranquila, pero—por pura suerte—su paso se había cruzado con el del único detective consultor en el mundo—él había inventado el trabajo—, químico y músico con una personalidad un tanto sociópata. Aun así, y a pesar de los años trabajando juntos, habían formado una rutina en la que compartían cierta cotidianeidad. Se habían acostumbrado a la presencia del otro y quizá John demasiado.
—¡Déjalo, John! ¡No hay otra forma! ¡Creo que la vida te trata de decir algo! ¡Felici—
—¡Siempre la hay! —escaneó el vagón y su mirada cayó en su abrigo— ¡Felicidades por la boda!
Esa frase.
Fue como si volviera a ese momento en cuestión de segundos, en otro tren, cuando ambos se volvieron a reencontrar luego de la ceremonia de bodas, Alexander le había dado su regalo por la ocasión, por ser su padrino, por tratarse de su mejor amigo. Con rapidez de un lince, se quitó el abrigo y comenzó a revisar en los bolsillos de este, el empaque de cuero seguía intacto.
—¿Qué eso?
—Eres un estúpido, ¿lo sabías? ¡Cretino idiota egoísta! ¡No puedes ser tan egoísta como para abandonarme! —sabía que Alexander lo seguía oyendo así que aprovechó eso para insultarlo— ¿cómo se te ocurre hacer eso?
La precisión de cirujano se activó en sus huesos cuando abrió el regalo y sacó una jeringa con una aguja demasiado larga.
—John... —advirtió Gilbert—, ¿estás seguro?
—¡Seré un farsante, pero no un cobarde! Te amo, idiota —entonces con la misma intensidad de esas últimas palabras, clavó la aguja en su pecho.
Un shot de adrenalina.
Por cinco segundos, John pensó que no había funcionado, que el pinchazo le había dado a otro lugar, incluso cuando todo su cerebro de médico le decía que esperara, que aún debía la sangre bombear y...
—¡Ahhhhhh! —compararlo con revivir a un muerto era ser demasiado humilde para lo que John Laurens había hecho.
Literalmente, Alexander había abierto los ojos para gritar con todo el aire que le quedaban a sus pulmones mientras corría como desquiciado al otro extremo del vagón. Eso le dio el tiempo justo a John para modular su corazón y revisar lo que había en el empaque de cuero.
"Te amo"
—¿Cretino idiota egoísta? Creo que he estado más tiempo contigo para que sepas insultar, Laurens.
Volvió a leer la nota por si se estaba equivocando, pero el mensaje no cambiaba, era el mismo: cinco letras.
—Ya cállate —con su mano sujetando la tela de su camiseta lo atrajo hacia él y lo besó.
Era como si toda la adrenalina que Alexander había recibido en un segundo, en realidad la hubiera drenado el sistema de John, porque no dudó ni un segundo en enterrar sus dedos en el cabello del pelirrojo o buscar un mejor ángulo para que el beso continuara. De lo que estaba seguro era que la felicidad infinita lo invadió cuando Alexander abrió sus labios y correspondió.
Alexander le había devuelto el beso.
—Pareces muy feliz de verme con vida —rio sintiendo una presión sobre sus costillas—. ¿Por qué mi pecho se siente como si alguien me hubiera bailado encima?
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N/A Estuve escribiendo casi mil palabras más para Titanic y no se me ocurría nada para hoy y luego recordé la película de Sherlock Holmes: Juego de sombras y boom. En donde John es Watson y Alex es Holmes. Obviamente, Watson y Holmes no están juntos, pero al tratarse del mes de nuestros tortolitos, no me pude resistir.
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Fotogramas || Lams Month
FanfictionColección de one-shots del Lams Month (edición abril). Pequeñas historias que relacionan a Alexander Hamilton y a John Laurens en distintos escenarios por un mes completo, ya sea en sus versiones históricas o musicales. ______________ Créditos del a...