XXI. Reflection

324 36 51
                                    

—Lo sabemos —aquella fue la frase que marcó un antes y un después en la vida romántica de John Laurens.

Dos de sus amigos—o, mejor dicho, sus únicos amigos—irrumpieron en su dormitorio. Tenían suerte de ser hombres porque, aunque NYU tuviera varias libertades al momento de hacer fiestas memorables, este año estaba planteando una nueva política de "cero mujeres luego del toque de queda", una idea un tanto utópica, demostrada por las bolsas bajo los ojos de John al escuchar como sus compañeros de pisos se divertían por las noches.

Debido a esto, la mirada fulminante, que el sureño les dedicó a sus amigos, no los sorprendió.

—Váyanse de mi habitación —estiró su mano y lanzó lo primero que encontró sobre su cama.

—¿Enojado? —el francés se sentó de la misma forma que lo había hecho siempre en el suelo, observando analíticamente al chico con pecas y cabello rizado que tenía frente a él.

—Fastidiado, media facultad sabe lo que ocurrió, no necesito que me lo recuerden —levantó un poco la mirada para enviar el mensaje por si no le habían entendido.

—Es algo normal que pasaría —Herc trató de consolarlo.

—¿Normal? —una risita triste salió de sus labios—. Normal sería haber aceptado salir con él.

La mano de Herc sobre su hombro lo obligó a voltear.

—No es tu culpa que Peggy estuviera detrás de él —su rostro lo decía todo, se quería reír, pero por respeto al ego lastimado de John, logró controlarse—. Tampoco es tu culpa que...

—Lo es —asintió mordiéndose el labio inferior—. Después de lo que hice no puedo ni verme al espejo de la vergüenza. No voy a salir de esta habitación hasta que acabe el semestre. No, no lo haré hasta que Alex acabe la carrera. Sí, eso será lo mejor.

—Podrías pedir una transferencia —soltó Laff quien recibió un golpe en la nuca por parte del mayor de los tres—, desaparecer para siempre... Okay, me callo.

—Gracias.

—Deberían irse, no será que me ponga tan nervioso como para lanzarlos al río.

Hubo dos razones para que el silencio inundara la habitación. La primera, ninguno de los dos quería dejar a John solo. La segunda, al parecer no habían escuchado la historia completa porque aquello los sorprendió a ambos.

—Me estás jodiendo, ¿no? —la voz de Herc salió en un susurro.

—"Lenguaje, Marie" —se burló Laff haciendo comillas imaginarias con sus dedos—. Pero, espera, John. ¿Eso fue lo que pasó?

De inmediato, los recuerdos de ese día regresaron como fotogramas recortados de una vieja cinta de película. El río, Alex, Eliza, las gafas. Sintió como si su garganta se estuviera cerrando y se obligó a sujetar la almohada que antes le había lanzado a Laff para concentrarse en las costuras y no en la vergüenza que estaba subiendo por su cuello en forma de sonrojo.

—Quizá —el tono usado por John demostraba la duda que estaba creciendo como planta en buena tierra—, quizá no...

—¿No fue que tiraste las gafas de Alex al río? Porque eso es lo que todos andan diciendo —Herc empleaba su voz suave cuando quería que una ardilla no se asustase y le permitiera acercársele. Ahora John era la ardilla y Herc seguía siendo él.

—Una cosa menos de qué preocuparme, parece que mi reputación no quedó tan lastimada —silbó imitando una caía por un barranco.

—¿Qué fue lo que pasó?

Fotogramas || Lams MonthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora