Incluso había llegado temprano para sentarse en la parte más cercana del escenario. Durante años y luego de salir unas cuantas veces, Alexander Hamilton aún se sentía en capacidad de hacer que John Laurens recurriera a sus más bajos instintos. La última vez que se habían encontrado lo pudo demostrar con una sola orden, una pequeña sucesión de palabras y si quería que se repitiese de nuevamente solo tenía que pedirlo.
No obstante, las situaciones de la vida no siempre fueron las ideales y mucho menos les favorecieron estando juntos, por lo que ambos habían decidido tomar caminos separados. Aquella decisión fue a mejor, claro si se hubiera hecho en buenos términos, no como en realidad había terminado todo. En resumen, la tensión que existía entre los dos hombres era capaz de ser cortada con un cuchillo, pero su mutuo disgusto lograba ocultarla como debía.
Por este motivo, cuando lo encontró sentado junto a él en la subasta más importante del año organizada por la familia Frederick, múltiples emociones salieron de repente de su escondite, dejándolo por cuestión de segundos sin sus habilidades básicas de habla. Y eso, para Alexander Hamilton, era la completa perdición.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó por lo bajo girando su paleta para la subasta.
El número 79 era el que le había tocado.
—Por el mismo motivo que tú —guardó unos segundos de silencio, Alex sabía que aún faltaba el golpe, siempre había uno—. Cierto, una persona como tú no debería estar en eventos como estos.
Y ahí estaba. De hecho, John tenía cierto punto, alguien con el apellido Hamilton ni se podría imaginar estar en un lugar como este. Tampoco debería estar usando un traje como el que Alex había decido vestir, ni unos zapatos de una marca italiana de nombre extraño. Pero la vida tenía sus sorpresas y quién diría que, debido a su separación, el azabache sería capaz de ascender en el lado este de Manhattan.
—¿Ya te casaste? —devolvió el golpe sin vergüenza— Escuché el rumor que los Laurens planeaban una gran fiesta, supuse que...
—Mi hermano Harry —interrumpió—. Él se va a casar, estamos ansiosos por la unión.
Las cejas de Alex se elevaron de curiosidad—sí, solo era eso—, saber que su ex aún estaba disponible le provocó una sensación en el pecho, la ignoró por completo y desvió su atención a la paleta del mayor.
—Viniste temprano —señaló con su mirada el número en la paleta. Era el diecisiete.
—La subasta me interesa, ese uniforme, lo necesito —un brillo feroz iluminó los ojos avellana de John.
El alma de Alex cayó al suelo al igual que la alarma en su cabeza salió despedida.
—¿El uniforme? —eligió utilizar una táctica evasiva.
—Guerra de la independencia, materiales originales.
—Oh ese —susurró por lo bajo.
—No te hagas el tonto, sé que vienes por el mismo —la sonrisa ladeada de John creció porque sabía que era verdad—. Olvídalo, Alexander, sabemos quién se merece más ese uniforme.
El director de la subasta subió al escenario y fue introduciendo a los asistentes a los objetos que serían vendidos al mejor postor, siendo cualquiera el que participe obligado a pagar la suma, aunque no terminara llevándoselo a casa. Así la casa subastadora se llevaba más dinero del previsto, era simple, rápido y justo si eras de clase alta.
—El primer objeto se trata de un uniforme mantenido en excelentes condiciones de la guerra de la independencia americana. Utilizado por uno de los aide-de-camp del general Washington. La puja empieza en $13.500. Cabe recalcar que son materiales originales.
Dos asistentes quitaron la tela que cubría el objeto antes mencionado. El azul que caracterizaba los uniformes aún se veía intacto, las dobles cadenas de botones dorados, la camisa suelta de color blanco y los pantalones del mismo tono, pero de diferente acabado se veían intactos. Ambos hombres perdieron el aliento por unos cuantos segundos, antes de darse cuenta de que debían empezar a levantar sus paletas.
—Moriste en el proceso, Laurens —contraatacó Hamilton colocando su mano sobre la pierna de su acompañante. De alguna forma debía desconcentrarlo.
—Juegas sucio, Hamilton —ignoró al de origen caribeño, mientras el precio del uniforme no hacía más que subir por los aires.
—Es la verdad.
—¿Sabes qué también recuerdo? —no esperó a que el menor respondiera, sino que él mismo lo hizo— Lo intenso que te ponías en las cartas.
—No mientas, las amabas —resopló riendo e invadiendo un poco de su espacio personal susurró en su oído—: por algo eran personales.
Por el cuello de John cruzó un escalofrío que lo recorrió de pies a cabeza, dirigiendo toda la sangre a una zona en específico. Necesitaba recuperar la compostura, no podía dejar que Alexander ganara la partida. Con ellos todo era un juego, incluso el amor.
—Y por lo mismo las mías no se han podido rastrear —dijo con el mismo tono usado por Alex hace unos momentos—. Cuentan con tanto detalle que cualquier cura se caería de su silla y regresaría al Vaticano para ser excomulgado por lo que acaba de leer.
La cifra subía a $20.000 en solo tres minutos.
—Tienes razón y eso no quita que hayas quedado impactado por la longitud de mi...
—Nariz —intervino antes de que expusiera algo más sugerente—. Una pena que hasta eso haya cambiado por la época. Eras más lindo de pelirrojo.
—Y tú de rubio, pequitas —jugueteó con la corbata del aludido con la excusa de enderezarla.
—También tenías otras cualidades secretas.
—La última vez que nos vimos creo que dejé en claro que aún están bajo mi poder —levantó las cejas con una sonrisa de suficiencia pintada en sus labios—. Lo que bien se aprende, nunca se olvida.
Estaban tan absortos en ellos que habían olvidado por completo la subasta. Incluso cuando el conteo había empezado.
—Pues estoy dispuesto a que me lo recuerdes.
Uno.
—Por mí perfecto, solo di el lugar y la hora.
Dos.
—Te mataría venir a Carolina. Me voy a quedar unos días, podríamos aprovechar ese tiempo.
Tres.
—Trato hecho.
Vendido.
—¡¿Qué?! —la burbuja en la que estaban metidos se reventó al girarse a ver a quien había comprado el uniforme.
—Uno más a la colección —con la cabeza en alto, George Frederick salió detrás de Batholomew Andrews para realizar un nuevo trato.
Ambos resoplaron en derrota; sin embargo, aúnquedaba su acuerdo, el cual no dejaba demasiado a la imaginación. Solo queda decir que lejos de la ciudad, en una casa de campo, ellos tuvieron su propia subasta.
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N/A Les prometo que no se me ocurría nada, pero luego de la sugerencia de mi hermana todo fluyó. Y Bar, este es otro universo alterno de nuestra historia. También me inspiré directamente de un capítulo de Gossip Girl.
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Fotogramas || Lams Month
FanficColección de one-shots del Lams Month (edición abril). Pequeñas historias que relacionan a Alexander Hamilton y a John Laurens en distintos escenarios por un mes completo, ya sea en sus versiones históricas o musicales. ______________ Créditos del a...