La estrella más brillante del león

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"Regulus:

Espero que tengas una buena explicación o, en su defecto, al menos una excusa al hecho de que aún no has hecho lo que te pedí antes de comenzar el curso, considerando que el verano ha llegado.

Debemos mantener nuestra imagen, mientras más rápido lo hagas, mejor. Antes de comenzar tú séptimo curso en Hogwarts, preferiblemente.

Por el amor de Circe, Regulus, no es algo muy difícil de hacer. Mucho menos para ti.

Ya sabes que te tengo mucho cariño, querido, tengo mucha fe en ti. Sé que, a diferencia del bastardo traidor, tú si vales la pena y sabrás hacer lo correcto.

La familia es importante, Regulus, pero el honor lo es aún más. Estoy segura de que irás por el camino correcto, pero no está de más recordarte que no permitiré que nuestro apellido se ensucie más y que no me importa pasar sobre quién se cruce en mi camino para que así sea.

Walburga."

Arrugó aquel papel en un puño, sus ojos fijos en el sol del crepúsculo ocultándose perezosamente, el dulce olor de las flores del jardín de Hogwarts haciéndole cosquillear la nariz.

Usualmente, aquel lugar le había proporcionado tranquilidad a lo largo de todo su año escolar, pero justo ahora, solo sentía una mano invisible asfixiándolo lentamente.

Pasó una de sus níveas manos por su rostro, como si de esa manera pudiera colocarse una máscara inexpresiva. Lo hacía tan seguido, que el gesto para él era tan familiar como respirar.

Su madre nunca enviaba cartas. Siempre que a primera hora de la mañana llegaba el correo en el gran comedor, la lechuza de casa llegaba con una copia de El Profeta, dinero y alguna carta de Kreacher. Por lo que en cuanto vió la lechuza familiar llegar fuera de hora hacía una semana, quizás sabiendo que se encontraba solo, y su nombre en aquella excesivamente curva caligrafía plasmada con la tinta púrpura de su madre en el pergamino, sintió como se le hundía el estómago.

Nunca le había agradado que lo compararan con su hermano, incluso si era para decir que él era mejor que Sirius. Ellos no eran ni de cerca iguales para ser comparados. Sin embargo, el cómo los comparaba su madre, como si Sirius hubiera sido alguna alimaña con la que se vio obligada a convivir, le provocaba náuseas. No porque Sirius fuera una prioridad suya, eso había cambiado hacía años, sino porque en momentos como aquellos, recordaba quién era Walburga Black y de lo que era capaz.

Sacó la varita de su bolsillo y murmuró un Incendio apuntando al pergamino arrugado en su puño, soltándolo en cuanto comenzó a arder y dejándolo caer al suelo. A lo largo de la semana la había leído lo suficiente como para sabérsela de memoria.

Solo cuando estuvo seguro que no había más que cenizas de aquella carta, decidió encaminarse a las mazmorras.

La sala común de su casa era un lugar frecuente para él, no le gustaba mucho su dormitorio, el cual se basaba en Avery o Rosier con las cortinas echadas y alguna de sus chicas de turno inaudibles gracias a un hechizo silenciador. Lo único que no le gustaba de la sala común, eran los continuos y estúpidos cuchicheos de las chicas.

Allí va, míralo.

La verdad es que se parece mucho a su hermano.

Ojalá fuera igual que su hermano en ciertos sentidos.

Si bien Lucius y Mulciber se burlaban a costilla suya por esto, a él le parecían irrelevantes comentarios fuera de lugar por cualquier chica, fuera Slytherin o no. Tenía cosas más importantes en las que centrarse.

Marauders OSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora