25.

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JaeBum despertó a las cinco de la mañana, acostumbrado a iniciar el día temprano debido a su irregular horario en el mundo del modelaje. Hace más de una semana había emprendido un viaje programado por la compañía de telecomunicaciones donde salían a ofrecer chips y planes para móviles en constantes recorridos por la calle y, aunque notaba que su piel adquiría el atractivo bronceado que tanto quería pero nunca le duraba y las complicaciones parecían lejos de presentarse, se halló a sí mismo incapaz de relajarse.

Eficiente, terminó de bañarse y vestirse en apenas unos minutos, hurgando entre sus cosas por la pasta de dientes y, acelerándose fácilmente -consecuencia de haber suspendido sus pastillas para hipertiroidismo- tras notar que en el apuro se le había olvidado, empezó a rebuscarse entre los bolsos ajenos como un hombre en una misión. Tener la llave de todas las habitaciones era bastante conveniente, sobretodo si quieres violar la privacidad de la gente y no le ves inconveniente a lo mismo. Lo malo era que nadie parecía tener una maldita pasta, hasta que llegó donde su coordinador y éste lo agarró con las manos en la masa.

Somnoliento, le preguntó un quedo "¿qué haces?".

Él le miró inocente.

—Estoy buscando Colgate, me quiero cepillar, ¿tienes?

—No, metí todo a apuro —arrastraba su voz, cansado—. ¿Por qué despertaste tan temprano?

—Quiero vendeeer —alargó en un lloriqueo que afortunadamente nadie había oído al tocarle la suerte al hombre de dormir solo.

Cayendo en que agotó sus opciones gratuitas se incorporó, sacudió sus pantalones y salió como si nada a la calle, buscando a las cinco y media de la mañana una tienda antes de entrar en una crisis por la sensación de la boca sin lavar. Entre pequeños saltos tal niño yendo a comprar dulces, no notó que estaba siendo observado hasta que un señor estacionó una camioneta a su lado y le preguntó, con una galantería que JaeBum ni siquiera notó, qué pasaba, ofreciéndose luego a darle un aventón en ayuda. Así recorrieron tienda por tienda, todas cerradas por la hora (JaeBum había caminado antes diez cuadras, a éstas con el recorrido en el vehículo se le sumaron otras diez) hasta que el señor, decidido en poner en práctica su plan, anunció que sería mejor regresarlo a su hotel.

—No, no, una última y nos vamos.

Con un suspiro resignado, aceptó recorrer un poco más, el camino más ameno ahora que el pelirrosa un poco más despierto le platicaba sobre el porqué de su estadía ahí, platica que continuó incluso luego de haber conseguido su dichosa pasta dental. Confundido ante la cantidad de información sobre el trabajo que le soltaba y un poco desorientado, el hombre ni siquiera supo el momento en qué accedió a un plan hasta que el chico le entregó la tarjeta y se bajó de un salto de la camioneta al quedar justo frente al hotel, despidiéndole con la mano y exclamándole un agradecimiento por sus servicios. Volviendo a sus sentidos, rápidamente fue tras él, reteniéndolo en una llave con el brazo alrededor el cuello y la espalda del chico pegada a su pecho. Un arma se deslizó por su bolsillo e intentó volverlo a meter al vehículo con ésta pegada al.

Los compañeros de JaeBum, justo saliendo en ese momento del sitio, alcanzaron a observar el espectáculo con horror, llenando de pánico al agresor ahora que su rostro podía ser identificado por más de un testigo. Entre gritos, intentaron hacerlo entrar en razón.

—¡Suéltelo!, ¡le daremos lo que quiera!

Nervioso y no viendo otra salida, lo consideró.

—¡Diez mil dólares en este instante y lo devolveré!

JaeBum, mostrando emoción por primera vez, protestó ofendido:

—¿Tú crees que sólo valgo eso? —usando su pasta como micrófono, vociferó—: ¡Que sean cincuenta mil!

pink as my dickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora