XII

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El viernes siguiente

Ya pasaron veinte minutos de las cuatro de la tarde, el sol que entraba por la ventana del aula y le calentaba el brazo había comenzado a recostarse sobre el horizonte y Louis estaba volviendo a casa.

Fue una buena semana.

La profesora de Historia por fin corrigió los parciales (Louis no va a continuar quejándose del tema, suficiente ya se quejó en clase con Nicola), y por supuesto que aprobó. Con un siete; no era una excelente nota pero no le importaba. Con aprobar y no tener que gastar tiempo en hacerlo otra vez le bastaba. (Punto aparte, Louis detesta Historia del Arte. No la historia en sí, pero la materia. Y no debería ser así. La culpa no la tiene la materia o él por haber nacido dos siglos más tarde y tener que estudiar muchísimas épocas, estilos y todo eso. La culpa la tiene la profesora y su didáctica de mierda. Didáctica inexistente en las sabias palabras de Louis).

(Y no siempre que Louis dice que va a dejar de quejarse lo hace).

Después de no dar el brazo a torcer por días, el profesor de Dibujo dio una alternativa a la técnica que había establecido como norma en la elaboración de una consigna en la que vienen trabajando por dos semanas ya. Fue Louis quién logró convencerlo y el resto de la clase aplaudió y chifló excitados en celebración. (El problema no era la dificultad de la técnica o el miedo a fracasar. Louis no tiene miedo de fracasar porque trabaja muy duro para no hacerlo. Sino que esa técnica de dibujo era viejísima y les llevaba más trabajo del que debería. No era práctica. Ese es el tema). Y por último la profesora de Sociología le permitió— como única excepción— hacer el próximo trabajo de investigación solo por su cuenta. Louis odia los trabajos en grupo. ¿Quién no?

Así que dentro de todo, fue una buena semana.

Lo que no es bueno, sin embargo, es lo que le estaba pasando a Louis ahora.

Perdió sus putas llaves.

Se palpaba los bolsillos del pantalón con palmas desesperadas, sus dedos escarbaban entre los bolsillos de su campera, de su camisa, separaba todos los cierres de su mochila y revisaba por todas partes. No importaba qué tan rápido lo hiciera; las llaves no aparecían.

Sí su mamá supiera pegaría el grito en el cielo. Estaría como loca y muy alterada retándolo como sí aún tuviera quince años e interrogándolo sobre donde las dejó. Sí supiera donde las dejé, no estarían perdidas; era lo que Louis adolescente le decía a su mamá cuando volvía de jugar al fútbol todo sudado, con todo el rostro enrojecido por el frío y con pasto en el cabello y sin sus llaves.

Louis siempre las dejaba por ahí antes de irse a entrar en calor para jugar, y Oliver siempre lo notaba y las guardaba en su mochila. Y después lo extorsionaba con algo a cambio de las llaves. (Intercambio de juegos de la Play, prestamos de dinero o ropa que se prestaban entre ellos).

Maldita rata pelirroja.

Como sea.

Louis ya no tiene quince años. Ya no vive con su mamá. Y él es su propia persona y tiene sus propias formas y maneras— muchas gracias— de hacer las cosas. En vez de alterarse y ponerse de los pelos, se puso a pensar y repensar donde carajo podían estar, donde las pudo haber dejado.

Bueno, puede que se le hayan caído del bolsillo. En ese caso, estaba jodido. Louis pensaba y pensaba por donde había estado en el día; cómo una película detrás de sus ojos se reproducía el hilo de todos los lugares a los que había ido y frunció el ceño (cómo sí eso ayudara de algo) tratando de recordar. Sí es que se le cayeron, mejor empezar a pedir ayuda.

Mandó un par de mensajes, también le escribió a Nicola y por último abrió el chat del grupo de WhatsApp de los vecinos. Louis ni se esmeraba en hacer nuevos amigos (su tiempo no era para eso) pero estaba en un grupo de chat con sus vecinos de la cuadra.

The Moon Can Love The Sun (I know it thanks to you)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora