Siempre llegabas puntual, ni un minuto más, ni uno menos, a las 7:00 como de costumbre , me robabas todos los suspiros que mi corazón lograba almacenar, bajabas el volumen de tú canción favorita, apagabas el coche y esa sensación de mariposas en el estomago comenzaba a enloquecer si no corría a abrasarte ya.
Besabas mi frente y me recordabas lo bella que era, por dentro y por fuera, el tiempo se nos esfumaba como aquellos momentos de felicidad, en donde siempre entrabamos en dilema sobre lo grandioso que era tenernos mutuamente.
Nuestras despedidas eran las más largas, no querías soltarme, sólo decías:
- ¡Quédate conmigo para siempre!.
Rozabas mis mejillas y tú perfume se impregnaba en mi piel.
Créeme, si el reloj se hubiese pausado, me hubiera quedado para siempre.
