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El convento y seminario de Charlottetown estaba buscando chicos de Avonlea que aspiraran a ser monjas y sacerdotes cuando se graduaran de la escuela, faltaban seis meses para tal ocasión pero muchos de los padres de familia estaban de acuerdo con tal opción si es que sus hijos no entraban a la academia de Queens. Marilla Cuthberth era la más interesada en el tema, debido a que la pequeña niña que había adoptado hacía ya unos años carecía de la presencia de Dios en su vida, ella era una mujer de ir muchísimo a la iglesia, por lo que aspiraba a que al menos Anne, la chica de la que habíamos hablado, encontrara su voluntad en el camino del señor.

Cosa que ni Matthew Cuthberth, su hermano, ni nadie en la isla Príncipe Edward creía.

-Tú preparación empezará este mismo domingo -sugirió Marilla-. Hablaré con el ministro, mientras tanto, tú no podrás tener una relación amorosa, ni nada de eso porque el Dios te castigará si ve que incumples lo propuesto por él.

-O lo propuesto por ti -murmuró ella a una distancia considerable.

-Anne -la mujer se acercó-. El mundo, las personas, todos pueden ser crueles, yo no quiero que seas víctima de ello. Te amo más que a nada en la vida, eres una chica maravillosa, pero hay situaciones en las que debes hacerme caso. Esta es una de ellas.

La pelirroja asintió con la cabeza gacha.

-¿Podrías hacerme el favor de ir a casa de Rachel Lynde a pedirle que me preste un tambor de costura? -preguntó la mayor- No sé dónde dejé el mío y lo necesito urgente, hay algo importantísimo que debo hacer.

-Por supuesto, iré en un momento -calzó sus zapatos y se fue.

Aquella tarde, el viento helado rugía llevándose consigo cada cosa con la que se cruzaba. La chica, que en ese entonces tenía dieciséis años, solía tomar un atajo por un huerto de manzanas cercano a su casa. A veces, cuando pasaba por ahí, se sentía observada por alguien. Sí, era un sentimiento bastante extraño que su mente llevaba hasta ese día que el viento hizo que su sombrero saliera volando.

«¡Maldición!» exclamó dando la vuelta. Para su sorpresa, una mano blanca lo sostenía con fuerza aún en el aire.

-Tuvo suerte, si no tuviese estos reflejos, probablemente no tuviera con que cubrirse del ardiente sol.

-Muchas gracias -dijo Anne parándose en puntillas para tomar lo que le pertenecía, caminó con rapidez al lugar que se le había indicado, recordando las advertencias de Marilla con cualquier acercamiento a un chico.

-¿Quién es usted? -gritó desde la distancia- ¡No puede cruzar por ahí!

Ella frenó en seco.

-¿Es acaso usted el propietario de el huerto?

-De hecho sí -sonrió el chico-. Mi nombre es Gilbert Blythe.

-Anne Shirley-Cuthberth -estrecharon  sus manos.

-¿A donde se dirige?

-A casa de la señora Lynde.

El chico no se desanimaba a pesar de la indiferencia de la muchacha. En la escuela de Avonlea a Gilbert Blythe se le conocía por dos cosas: 1) Su gran inteligencia, y 2) Jamás rendirse en lo que a una chica se refería, por lo que casi todas estaban a sus pies. Ahora que había vuelto de un largo viaje junto a su padre trataría de tomar nuevamente el ritmo escolar que antes llevaba.

-¿Quiere que la acompañe? -preguntó.

-No -respondió ella a secas.

-¿Por?

-Porque no necesito de su compañía, señor Blythe. Estoy muy cerca de mi destino, gracias.

-Si así lo desea, espero que por el camino no la persiga ningún fantasma- sonrió malicioso.

-No creo en esa clase de cosas, gracias por su preocupación.

-¿Que tal si mañana viene después de la escuela y lo comprobamos juntos?

-Paso -lanzó una mueca irónica y le dio la espalda.

-Será entonces un desafío -susurró divertido y corrió tras ella.

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Anne se hace la difícil pero se vaaaa xd.

Es casi mi día 30 de cuarentena, en mi pueblo ya hay dos casos, cuídense amigos. Besos;
~Cass.🌻🌈🍑

「𝐅𝐥𝐲 𝐚𝐰𝐚𝐲 𝐡𝐨𝐦𝐞 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 × 𝐆𝐢𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora