Prólogo

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Una de las muchas cosas inusuales que hace la familia de María es dedicarse al estudio de la Biblia. En vez de ser como las familias normales, que ven la tele, juegan a cartas o se gritan, María, sus hermanas y sus padres se sientan en círculo en unas incómodas sillas de madera, cada una con una Biblia pequeñita y negra en la mano. Cuando alguna lee algún versículo que le llama la atención, lo lee en voz alta y todos discuten y debaten sobre lo que Dios quería o no quería decir, sobre cómo o cómo no se tiene que interpretar la Palabra dada a los hombres. Para María, ése es el sinónimo de una tarde en familia.

En casa de María tienen muchísimas Biblias, además de las ocho copias de bolsillos que tienen cada uno de los miembros de su familia para su estudio. Está la Biblia ceremonial, que está en un estante de honor en la biblioteca de la casa, es gruesa y enorme, los bordes de las páginas son dorados y está transcrita a mano en imponente letra gótica por un monje copista de Santo Domingo de Silos. He llegado a desarrollar la teoría de que en su casa tienen entre dos y cinco Biblias en cada estantería. Tienen Biblias de todo tipo, Biblias para niños, Biblias en latín, en hebreo y en arameo, incluso tienen una Biblia escrita en Braille. Lo de la familia de María ya es una obsesión.

El caso es que un día me habló del versículo que con el que habían estado discutiendo durante toda la tarde del día anterior. Es este: y, de la misma manera, los hombres han dejado sus relaciones naturales con la mujer y arden en malos deseos los unos por los otros. Hombres con hombres cometen actos vergonzosos y sufren en su propio cuerpo el castigo de su perversión. Romanos 1:26-27.  He odiado durante toda mi vida cada mísera sílaba de estos versículos, cada átomo y cada célula de Pablo de Tarso, al que se le atribuyen estas palabras. Si no fueran por ellas, probablemente a mí me dejarían en paz, a todos nos dejarían en paz... Pero no. Soy antinatural, soy obsceno, soy pecador... Merezco morir. Que idea tan deprimente.

No le pregunté a qué conclusión habían llegado, después de tan largo e intenso debate. No quería saberlo. No quiero saberlo.

La valentíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora