Capítulo 5

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Ya ha anochecido y estoy cenando a la luz del fluorescente con Jamie y mi padre.

No le he contado nada a María y a las demás de lo sucedido, no se lo he dicho a ningún profesor, no le he dicho nada a Uriah cuando nos hemos cruzado en el pasillo. Prácticamente llevo callado todo el día.

Desde que tengo uso de razón que siempre nos hemos sentado de la misma manera. Jamie y yo estamos uno junto al otro en uno de los lados de la mesa cuadrada, y mi padre está delante nuestro. A menudo, estas posiciones tan fijas resultan excesivamente formales para algunos, como si la cena fuera un momento que mi padre aprovecha para interrogarnos sobre nuestro día. O como si fuera un director de colegio ante dos alumnos desobedientes. No, nada de eso. Mi padre no es de esa clase de personas.

Siempre nos pasamos la comida de derecha a izquierda. Así, yo sirvo a Jamie, Jamie a mi padre, y mi padre a mí, luego entrelazamos las manos y damos gracias a Dios por estos alimentos, que son guisantes y muslos de pollo descongelados. Mi padre no tiene tiempo para nada más elaborado.

Trabaja seis días a la semana en Mercabarna, la planta comercial mayorista de frutas y verduras de Barcelona, cargando y descargando cajas. Además, tres días a la semana hace el turno de noche en una fábrica de neumáticos. La verdad, nunca ha llegado a comprender el misterio de su horario, como puede mantenerse en pie y encima cenar con nosotros todas las noches. Es en estos momentos en que ansío la llegada de mi decimosexto cumpleaños, cuando por fin pueda trabajar y pueda aportar algo en la economía familiar. Me preocupa mucho ver a mi padre tan agotado.

Él también es bajo, como yo, y tiene muchas canas y una cara arrugada por el cansancio, las patas de gallo le surcan la piel como grietas. Ciertamente, creo que debería descansar. Ahora asiente distraído y con una medio sonrisa en los labios mientras escucha a Jamie, que le habla con voz entrecortada y entusiasmada de su día en el Santa Caterina. Está muy ufano, ha sacado un sobresaliente en inglés.

Puede parecer que no esté pensando nada en concreto, a juzgar por cómo muevo la comida por el plato con desinterés, pero mis pensamientos explotan como fuegos artificiales en mi cabeza. Estoy decidiendo si se lo cuento a mi padre o no. Gracias a Dios, el impacto de Uriah solo me dejado un chichón en la cabeza, y no es observable a simple vista. Noto la mirada inquisitiva de mi padre tras sus gafas de montura de oakley. Sabe que me pasa algo.

No puedo decírselo. No ahora. No con Jamie delante.

-        ¿A ti cómo te ha ido el día, Gabriel? -pregunta-

-        Oh, muy bien, papá. -fuerzo una sonrisa- María sigue sin acostumbrarse a llevar pantalones.

-        Esa niña vive en el siglo pasado, le va a costar un montón desenvolverse por el mundo. Además, -pone los ojos en blanco- ¿no se dan cuenta sus padres de que están criando a una hueste de inadaptadas? Esa educación no les hace ningún bien...

-        No creo que lo necesiten. -digo pensativo- María siempre dice que sus padres planean casarla a ella y a todas sus hermanas con miembros de la Organización.

-        Sí, claro, para ponerse a parir equipos de fútbol enteros, ¿no? -mi padre resopla-  En ese caso, ¿para qué se gastan tanto dinero en una educación en el Santa Caterina? -apoya su espalda en el respaldo de la silla y alza las manos con gesto de rendición- No entiendo a esta gente, Gabriel, de verdad que no la entiendo...

-        ¡Ejem! -protesta Jamie a mi lado- ¡Estaba hablando yo! ¿por qué siempre tenéis que interrumpirme? Es porque soy pequeño, ¿verdad? ¡No es justo!

-        Jamie, no se grita en la mesa. -le reprende mi padre con voz tranquila, pero inclina la cabeza, dispuesto a seguir escuchándolo.

Me gusta que mi padre comparta sus opiniones y pensamientos conmigo, sin tapujo alguno. Considera que ya soy lo bastante mayor como para entenderle y como para saber lo que luego puedo ir diciendo por ahí y lo que no. Eso me gusta, me hace sentir adulto, fuerte y seguro de mí mismo.

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⏰ Última actualización: Dec 29, 2014 ⏰

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