Capítulo 1.

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Lleva años siendo mi protector.  Nos reunimos en aquel bosque cuando tenía 12, después de la masacre de Cintra, pero nuestros destinos estaban ligados desde años antes, cuando yo aún era una semilla en el vientre de mi madre. Soy su Niña de la Sorpresa.


Geralt de Rivia, brujo. Tiene muchos nombres. Algunos lo conocen por El Lobo Blanco, otros por El Carnicero de Blevaken, otros simplemente por Brujo o Mutante.  Para mí es mucho más.

Durante años me intenté convencer a mí misma de que tenía que verlo como un padre, o por lo menos algo parecido; al fin y al cabo, tiene como 300 años más que yo.  Y ese sentimiento duró… unos años. Hasta mis 16, cuando empecé a verlo con otros ojos. O tal vez se me cayó la venda? 

Por supuesto, sigo debiéndole mi vida, sigo sintiéndome a salvo si estamos cerca. Pero a mis 20 años, aunque culpable, me atrevo a dar nombre a mis sentimientos. El latir rápido de mi corazón, el aumento del calor y espesor de mi sangre cuando sus ojos lobunos amarillos me miran. El calor que siempre desprende su ancho y robusto pecho aunque sus pulsaciones sean mucho menores a las humanas. Su voz grave que retumba en cada hueso de mi cuerpo. El brillo de su cabello níveo a la luz del sol, que se confunde a menudo con la nieve del bosque. Pero mi momento favorito es cuando me sonríe. Son contadas ocasiones, es parco en palabras y en mostrar sentimientos, pero no puedo echárselo en cara teniendo en cuenta sus vivencias; tenemos más similitudes de las que a priori creerías. Y aunque no son muchas sonrisas, la gran mayoría van para mí. Y es ahí, en ese momento, cuando siento mis entrañas gelatina, y mi pecho parece que echa a volar.

A veces, y prometo que son mínimas, dejo vencer mis resistencias y me permito creer que mis sentimientos son correspondidos. Hay momentos en los que siento que sus miradas hacia mí han cambiado con el paso del tiempo, con mi cambio a mujer. Que el destino, igual que pasó con mis padres, ha hecho que el vínculo de la Sorpresa se convierta en amor.


Lo observo a lo lejos, en su entrenamiento con la espada diario. Me hipnotizo de nuevo con el movimiento de sus músculos de la espalda y los brazos. Su cabello es aún más vistoso en contraste con la ropa negra. Sardinilla me golpea el hombro con su hocico, pidiendo caricias y algún premio, los cuales cumplo gustosa. 

-Crees que todavía sigue enamorado de Yennefer?- le pregunto a la yegua. Otra costumbre que he copiado de Geralt: hablar con los caballos más que con las personas. Ella solo relincha quedamente y pide más mimos tocando mi palma y llenándola de cálido y húmedo aliento.


Geralt tenía la esperanza de que Yennefer, él y yo formásemos la familia que ninguno de los dos había podido tener y yo había perdido. Yo compartía su esperanza, y Yennefer supongo que también… hasta que dos años después, se fue. 

Huyó hacia lo que proclamaba despreciar: otra corte, otro reino, de tierras lejanas y gobernado por un rey-mago con el que se había prometido.  La pena y la tristeza tardaron meses en abandonar al brujo -a mí menos porque con su partida dejé de sentir las punzadas de celos al verlos besarse. La vez que los escuché hacer el amor estuve tentada de usar mis poderes y hacerla volar lejos con uno de mis gritos. No me siento orgullosa de esos sentimientos, pero nadie controla sus pensamientos.-
Geralt decía que seguramente había sido obra de un djinn, obligado por un deseo de ese mismo rey. Yo creo que su deseo de poder había sido más fuerte que su deseo de una familia. 

Y es que lo que me dijo Geralt de Rivia cuando nos encontramos en el bosque, como nuestro destino, sólo nos concierne a ambos.

-Entonces, si soy tu Hija de la Sorpresa, soy tu destino?- le pregunté, asombrada por su tamaño, pero sobre todo por el color tan vivo de sus ojos.

-Eres mucho más que eso.- Respondió con una sonrisa antes de abrazarme.

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