Mientras los perros ladran

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Todo comenzó pidiéndome auxilio, me llegaban mediante cartas de gente que conocí desde hace varios años atrás, en aquel lugar.
Lo más pronto que pude me dirigí hacia aquel lugar, que no había pisado ya desde mucho tiempo. Me encontré un panorama muy triste y desolador.
Llegué al alba, y divisé aquel pueblo rodeado por el río, con casas de adobe y teja, inmensos matorrales, arenoso y caluroso, con bosques en las montañas y nieve, y selva a los lados del río.
Entré por el arco que da la bienvenida,  no había ninguna persona. Podía escuchar el ruido del río golpeando con las piedras, los cuervos pasando en paradas sobre mi, y las espinas de los huizaches chocando, al ser golpeados por el viento.
Sin embargo escuché algo más...
Era un perro negro que me ladraba, y cuando lo ví, el salió corriendo. Yo lo seguí hasta llegar a un lugar que haciendo memoria le decían el laberinto, lugar de recuerdos, de magia y de perdición. Era una formación rocosa de paredes de 5 metros de grueso, y mínimo 4 metros de altura, erosionadas por el pasado, por donde se oían voces.
Pero arriba de aquellas piedras gigantes estaban más perros.
Eran un número incontables de perros, todos del mismo color y ladrandome. Ladrandome desesperados como si quisieran decir algo y no pudieran debido a su condición.
Yo solo me arrodillé, escuché y cerré los ojos.
Al abrirlos, estaba confundido, había despertado de nuevo en el pueblo, era de noche y veía  las personas caminando en aquellas calles calientes y polvosas.
Algunos me reconocieron, entre ellos, una mujer que me dijo que  necesitaban mi ayuda, que hace años los había abandonado y con ello todo.
Las alegrías, la salud, la economía, las familias y las personas, todo quería irse de aquí. Y ahora tenían lo peor, una pandemia de una enfermedad nunca vista por algún doctor de ahí o de la ciudad más cercana. Esta enfermedad los deprimía, los hacia perder el apetito, les daba fiebre a algunos, algunos se comportaban violentos, desesperados por curarse, y otros se resignaban y morían ante esa enfermedad de miseria. Al inicio todos se designaban a que todo estaría bien, que juntos lo superarían, sin embargo hubo algunos pobladores que no pensaban igual, esta gente simplemente huyó o robaba a los débiles, su avaricia y corrupción en su alma no cesaba.
Unos días después trataron de culpar a otros de ocasionar la pandemia, la gente ajena al pueblo, los comenzaron a linchar o incluso algunos a matarlos. La violencia, el caos y la aceptación había estallado.
Y ahora yo me encontraba ante esa situación, lo que se me ocurrió es darle a cada uno lo que quería, comida, medicinas y elementos así, durante tres días, la gente al inicio fue agradecida, pero después ya no parecía su salvador. Me trataban como sirviente, algunos robaban lo de otros al querer más y de nuevo surgía aquella peste. Cuando vi eso cerré los ojos y volví al lugar del laberinto de piedra, con los perros volviendomé a ladrar.
Nuevamente me arrodillé, escuché y cerré los ojos. Volví a abrirlos y de nuevo salí en aquel lugar, mi decisión ahora fue dar a los más necesitados lo que debían,sin embargo, la gente rica quería lo que ellos tenían, se invirtieron las clases, hubo luchas y destrucción y de nuevo surgió la plaga.
Al otro paso, intenté dar comida y auxilio a la gente para que ayudara a los más necesitados, todo iba bien esta vez, ellos recibían gratitud y recibían cosas valiosa para ambos, salud, dinero, comida, no importaba como se llamase, esto pasaba a mano de todos, pero con el paso del tiempo unos contuvieron más solo para volverse más posesivos, avariciosos e inhumanos y conseguirlo a cualquier precio,y otros tenían menos tratando de vivir al día, esa gente se enfermó primero. Se deprimían, tenían rencor, ira y desesperanza. Yo no pude de nuevo y volví hacia donde estaban los perros.
Sin embargo esta vez entré al laberinto, donde escuché las voces, cada una me contaba una anécdota de mis errores que cometí, cada uno como si fueran espíritus, recuerdos de un pasado, de una dimensión que ya no está.
Tras eso reflexioné y me di cuenta de algo...
Esto se seguiría repitiendo, se seguiría dando, día tras día, mes tras mes, año tras año, siglo tras siglo y milenio tras milenio, pues aquellos animales afuera de aquel laberinto eran mis mejores amigos, el mejor amigo del hombre, pero era la población de aquel lugar. Convertidas en animales, pidiéndome auxilio, incapaces de comunicarse y razonar pero si de sentir.
Ahí me di cuenta de una de las virtudes más grandes de ello, la gente.
Pueden pensar, y son diferentes, buscan algo superior que les ayude, buscan ayuda, tratan de explicar y entenderlo todo, pero ni si quiera comprenden la naturaleza humana.
Aquella que los ha hecho indiferentes, avariciosos, y ha llenado de tristeza y dolor este lugar, este pueblo.
Pero a pesar de eso yo los quiero, tengo esperanza en ellos, en estos animales, en esta gente, en aquellos recuerdos guardados en aquel laberinto, en este lugar y en este mundo de los muchos que he visto, y sé que mientras ellos ladren, los escucharé, y valoraré con todo lo perfecto e imperfecto. No puedo cambiar su naturaleza pero confío que en una de esas veces, habrá alguno de ellos, que los ayudará, los hará pensar, reflexionar y sentir, y yo ya no seré necesario.
Los ayudaré hasta que eso pasé.
Llevo haciéndolo desde que vine, y ya han pasado tantos miles de años que no recuerdo cuando comencé a hacerlo, pero asi será siempre y cuando los perros ladren y crean en mi.

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