Carta No. 6

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Hola a todos.

Está carta no tiene un remitente específico, o tal vez sí, pero quiero disimularlo, creo que a todos nos tiene más o menos la cuarentena, algunos tienen miedo, otros les parece un receso vacacional, y a otros, como yo, nos ocurre ambos.

Tengo miedo, sí, pero no del virus, no le temo al COVID-19, todos moriremos algún día, es obvio, naces y mueres, no es nada anormal, no temo morir joven, porque cada día, cada vez que el sol se pone me alegro, aunque no sepa sí mañana despertaré, sé que estoy lista, que recibiré a la muerte de buen agrado, sonará extraño, pero así soy yo.

Temo al pánico colectivo, a las personas que se dejan controlar por el miedo, a ello le temo, le temo a no poder acabar mis estudios o que todo mi esfuerzo se joda y se vaya al garete, a eso le temo también.

Y ya que ya he especificado eso, ahora diré que duele, duele el distanciamiento que hemos sufrido, porque de alguna manera siento a todos muy lejos, los humanos somos seres meramente sociales, necesitamos de otros y últimamente me siento alejada de inclusive mi propia familia, lo peor es que encuentro esta sensación tan familiar, demonios, pensé que nunca volvería a sentirme así de nuevo, y aquí estoy, sintiéndome sola en mi propia familia.

¿Patético?, ¿ridículo?, no, a veces la familia no es cómo debería, a veces son quienes primero te apuñalan, a veces son quienes más daño te hacen, quienes más te joden.

Mentiría sí las peores palabras que me han dicho no han venido de boca de mi madre, o las peores decepciones de mi hermana, a veces creo que la familia inflige más daño que una bala.

A todos nos ha pasado, ¿no?, que cuando más los necesitas, menos están, que te toca hacerte el fuerte y sonreír, pretender que no te arde en la puta alma, que no te desangra el corazón, una mierda.

Amo a mi familia, joder, la amo, pero son quiénes más daño siempre me han hecho, ¿algún identificad@?, hay veces que encuentras la verdadera familia en personas que no comparten tu sangre y que desgraciamente ahora tengo lejos.

Y me quedo callada, y lo acepto, y sufro en silencio, y a nadie le importa, nadie ve los demonios en mis ojos, nadie escucha el llanto escondido en mi risa, nadie ve el dolor detrás de mi sonrisa.

Pero tengo que vivir con eso, tal vez por eso no le temo a la muerte, imagino que es un páramo oscuro y solitario, y la verdad, no sería muy diferente a mi vida, pero por lo menos en ese lugar, no los escucharía reír y hacerme aún lado.

Atte. Katy

Las Cartas que jamás escribí... ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora