Prólogo

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"En tiempos inmemoriales, las Deidades del Poder, Valor y Sabiduría descendieron sobre un mundo lleno de caos. Ellas crearon la tierra como la conocemos, y dejaron atrás un símbolo de su gran poder: el emblema dorado conocido como la Trifuerza, oculta en el llamado Reino Sagrado. Según se decía, dicha reliquia tendría el poder de cumplir los deseos del corazón de aquel que lograse obtenerla.

Hace más de mil generaciones, un hombre malvado del desierto logró abrir las puertas hacia el Reino Sagrado, donde aún permanecía oculta la mítica Trifuerza. Su corazón lleno de oscuridad y ambición transformó totalmente el Reino Sagrado, y hordas interminables de seres malignos comenzaron a emerger en nuestra tierra.

Se desató una gran guerra, donde las fuerzas del bien y del mal combatieron entre sí por la sagrada reliquia. Bajo el mando de la entonces monarca del reino de Hyrule, siete poderosos sabios asumieron el deber de sellar la Trifuerza, para evitar que cayera en malas manos, mientras el ejército de valerosos caballeros se enfrentaban a las hordas malignas para protegerlos. Miles de ellos cayeron durante la cruenta batalla, pero su sacrificio no fue en vano: el ejército malvado fue derrotado, y la Trifuerza volvió a su lugar, donde no pudiera ser tocada por manos malignas.

Con su tarea completada, varios de los sabios y de los caballeros sobrevivientes tomaron caminos separados por todo el continente, y sus hazañas pasaron a formar parte de la historia. Alrededor de dichas historias se formaron leyendas, y bajo esas leyendas, se fundaron nuevas naciones, creciendo cada una a su manera. Miles de años han pasado desde entonces, y los tiempos de guerra han sido olvidados, dando paso a una larga y próspera era de paz.

Pero el tiempo transcurre como un río, y la historia se repite..."

(== Prólogo. ==)

Reino de Bern...

Las ceremonias formales nunca habían sido lo suyo. A decir verdad, únicamente habían asistido por obligación y para presentar sus respetos a su nación vecina. El príncipe del reino de Bern estaba a punto de celebrar su mayoría de edad y por ende su nombramiento oficial como legítimo heredero al trono, y debido a que el Rey Rhoam tenía otros compromisos más apremiantes que atender, su esposa e hija tendrían que representarlo.

Ninguna de las dos, ni la princesa Zelda ni la reina Selena de Hyrule, se mostraba particularmente entusiasmada. Habían permanecido en silencio todo el trayecto mientras su carruaje avanzaba por el camino, sin hacer otra cosa que observar los (admitiéndolo) hermosos paisajes de la tierra de Bern, una nación donde predominaban más las montañas, que se alzaban imponentes en el horizonte a dondequiera que mirasen.

. Creo que ya falta poco para llegar. – dijo la reina, rompiendo el incómodo silencio y atrayendo la atención de su hija.

- Me alegra saberlo, madre. – dijo la princesa, todavía con la cabeza apoyada en una mano y observando por la ventana del carruaje.

- Tu expresión no parece estar de acuerdo con tus palabras. – añadió la monarca.

Zelda volteó a ver a su madre, y las dos se miraron fijamente una a la otra por un momento. El parecido entre ambas era tan evidente, que al verlas lado a lado no existiría un ápice de duda de su relación. Ambas compartían los rasgos más obvios, como la forma del rostro, el cabello del mismo tono dorado, la misma complexión blanca sin rayar en lo pálido y los ojos de un esmeralda vibrante. Las únicas diferencias notables eran que la reina era un poco más alta, y evidentemente su rostro había adquirido un encanto más propio de una mujer madura, en contraste con los rasgos más delicados y juveniles de su hija.

La Leyenda de Zelda: El Emblema de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora