VI

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A la mañana siguiente me desperté enseguida por el sol, además de que se escuchaba a alguien practicando con una ballesta atrás de nosotros. Me levanté y miré a Serana, ella seguía durmiendo profundamente, así que no me apetecía molestarla. Fui hacia donde se escuchaba los virotes clavándose en la diana y me di cuenta de que, quien estaba practicando su puntería, era Isran. Al parecer estaba solo.

—Buenos días, Isran. Practicando con la ballesta un poco, ¿no?

—Efectivamente, Atzaroth. Siempre hay que estar en forma cuando te enfrentas a vampiros. Pero bueno, ya que estás aquí, no vamos a hablar de las prácticas de puntería. Tenemos otra conversación pendiente.

—Ah, ¿la tenemos? No lo recuerdo.

—Sí, quiero hablarte de esa vampira y tú. Es inevitable ver que estás comenzando a cogerle cariño y que te llevas especialmente bien con ella. Entiendo que estáis pasando mucho tiempo juntos y tal, es normal que incluso aceptes dormir aquí fuera por ella en vez de en una buena cama. No te juzgo por eso, pero sí que te advierto. Tienes que tener cuidado, los vampiros, especialmente los que son mujeres, son muy astutos y saben engañarnos. Estoy muy seguro de que posiblemente te esté manipulando en su propio beneficio.

—Son acusaciones muy graves.

—Lo son, no las haría si no estuviese seguro. Esa vampira sabe hacer hechizos. Seguramente ella te esté controlando a su gusto.

—Te equivocas. No puede hechizarme... es una larga historia, pero puedes creerme.

—Aunque me equivocara en eso, sigue siendo un error que te lleves tan bien con ella. Créeme. Es mejor que no le cojas cariño, pues te recuerdo que somos cazavampiros. En cuanto deje de sernos útil, la mataremos.

—¿Qué? ¿Por qué ibais a hacer eso? Es nuestra aliada y nos está ayudando. Mínimo merece que la dejemos ir.

—Ya lo dije, es un recurso. Cuando un objeto deja de interesarte, lo tiras a la basura. Te recuerdo que tu amiguita es un vampiro y que nosotros los matamos a todos.

—Yo ya no mato a todos los vampiros que me encuentro.

—¿Perdona?

—Lo que oyes. Sigo apoyando vuestra causa por encima de todo, pero solo asesino a los vampiros que son crueles y despiadados, que matan y chupan sangre humana por placer.

—¿Y qué te crees que hace esa tal Serana?

—Te vuelves a equivocar, ella no es así. Nunca ha probado la sangre humana y dice que nunca lo hará.

—¿Y tú te lo crees? —preguntó riéndose.

—Pues sí, lo hago, y sé que hay más vampiros como ella. Tal vez, si te molestaras en conocerla, te darías cuenta de lo que te estoy diciendo.

—Isran siempre ha odiado y siempre odiará a todos y a cada uno de los vampiros. Es una pena que te haya avisado demasiado tarde. Ya le has cogido cariño.

—No te digo que te tenga que encantar Serana, solo te pido que le perdones la vida. Es lo minimo que le puedes dar como agradecimiento por su ayuda desinteresada.

—Dudo que lo haga.

—Pues que te quede entonces bien claro: tendrás que hacerlo por encima del cadáver de tu camarada, es decir, yo. Allá tú con las consecuencias.

—Si eso es lo que deseas…

—Esta conversación se ha terminado —le dije enfadado.

Me marché de allí y me dirigí de nuevo hacia donde se encontraba Serana. Después de lo que había escuchado, no podía dejarla sola. Sabía que ella podía defenderse sola, pero si le pasaba algo sabía que iba a ser culpa mía también. Estuve por ahí dando vueltas mientras intentaba tranquilizar mi cabreo, ya que no quería que Serana me viera así. No era momento para bombardearla con otras preocupaciones.

El corazón del Dovahkiin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora