XII

615 39 45
                                    

Llegamos hasta Cueva de Sima Negra y nos adentramos en ella. Estábamos dispuestos a conseguir ese Arco de Auriel, no temíamos a lo complicado que podía llegar a ser. Tuve que usar mi hechizo de luz de mago, pues aquella zona estaba bastante oscura, al menos para mí, porque Serana veía perfectamente gracias a su vampirismo. Estuvimos investigando hasta llegar a un puente, el cual cruzamos.

—Tengo un mal presentimiento, no bajes la guardia —me advirtió Serana

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Tengo un mal presentimiento, no bajes la guardia —me advirtió Serana.

—Sí, a mí también me parece todo esto un poco raro, mira, no hay camino por dónde ir. ¿Y si nos hemos equivocado de sitio?

—No nos hemos podido equivocar, tú viste el mapa y señalaba aquí, los Pergaminos Antiguos no se equivocan. Tiene que haber otro camino que no hayamos visto. Volvamos para atrás, a ver qué vemos.

Al cruzar de nuevo el puente, este cedió y ambos caímos de una buena altura al agua, que tenía una fuente corriente. Esta comenzó a arrastarnos. Fue tan rápido que no me di cuenta de lo que había sucedido exactamente. No sabía si Serana estaba ahí, si había conseguido cruzar, si estaba herida o incluso si estaba muerta. Esa incertidumbre me estaba poniendo nervioso, así que empecé a gritar su nombre desesperado.

—¡Serana!

Caí por una cascada, por suerte no me hice daño. Volví a salir a la superficie mientras me seguía llevando la corriente.

—¡Serana!

—¿¡Atzaroth!?

La vi a lo lejos, al menos sabía que estaba viva. Llegamos hasta la orilla, los dos acabamos en una punta de esta. Estábamos tirados en el suelo, empapados, con la respiración agitada e intentando recuperar el aire. Yo me levanté lo más rápido que pude y fui a por Serana, que seguía tirada en el suelo.

—Mi amor, ¿te encuentras bien? ¿Te has hecho daño?

—No, no estoy bien. ¡Estoy empapada! Sabes cuánto odio tener la ropa mojada. Esto es horrible.

—Me alegro de que estés bien, aunque tú digas que no.

Le di las manos para ayudarla a ponerse en pie y también la ayudé a sacudirse un poco. Estar húmeda la ponía de mal humor, pero al menos así podía saber que no se había hecho ninguna herida, ni siquiera leve.

—¿Tú te has hecho daño?

—Qué va, estoy perfectamente. Venga, sigamos.

—¿Cómo que sigamos? Nos hemos alejado bastante del camino.

—Lo sé. Sinceramente, no sé si ahí delante hay una salida o está el Arco de Auriel. La cosa es que una de las dos nos viene bien. Lo que sí que sé es que no nos podemos quedar aquí parados.

—Sí, en eso no te falta razón.

Seguimos avanzando hasta dar con una especie de campamento. Estaban todos muertos, pero al menos eso nos daba la esperanza de que hubiera una salida.

El corazón del Dovahkiin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora