Pero la oreja es del hombre

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Se estremecen las tierras
desoladas por el hombre.
Vuelan las aves de la calma
y la paciencia ciega,
sorda y estúpida.

Se agitan los bosques:
sus hojas tibias, 
sus troncos escritos, vividos
y más que leídos.

Se agrietan las heridas:
las sociales, las convencionales.
Todas y todos,
juntos al unísono.

¡Es la voz del hombre que clama!
Las vísceras no hablan
solo gritan, escupen y callan.
Un grito largo, verdadero.
El infierno y sus lamentos.

Pero el hombre es de piedra,
de tierra y acero.
El sediento y el mar abierto
Incluso la lupa con ganas de secarlo.

Y el grito arrasa, despiadado,
la sutileza, la calma del firmamento
Pero la oreja es del hombre:
y el hombre es de piedra, tierra y acero.

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