Prefacio

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El día que Emma Sumpter desapareció era un día como cualquier otro. Un jueves cualquiera, para ser más exactos. Alrededor de las siete de la tarde después de salir de la biblioteca donde yo trabajaba y después de charlar conmigo sobre el largo camino que tendría que recorrer a casa; bromeaba sobre correr para alcanzar la cena antes de que su madre la quitara de la mesa.

Emma bromeó conmigo esa tarde y no recordaba cuanto tiempo había pasado sin hacerlo. Pero ahora solo recuerdo esa última vez: Nerviosa, con cierta presión y con una sonrisa enorme plasmada en sus labios rehusándose a mostrar lo anterior.

El día que Emma Sumpter desapareció, llegué tarde a casa. Quizá mala suerte, me gustaría llamarlo así, porque creo que culpar a la suerte sería una medida desesperada para cubrir el verdadero problema.

Cenaba con mis padres en silencio como siempre desde hace varios años, siempre tarde y casi a la hora de dormir por culpa de sus empleos: Papá simplemente no hablaba y mamá solo se dedicaba a leer algún documento de todos esos que siempre llevaba por ahí. Y a mí me gustaba que fuese así, tampoco fui una de esas personas que siempre tenía algo que decir.

El día que Emma Sumpter desapareció, varias horas después de su salida de la biblioteca, llamaron a mi puerta justo a la mitad de la cena y mamá abandonó su calma por culpa del par de patrullas que habían llegado hace minutos a la casa de los Sumpter y que iluminaban la habitación con sus luces que entraban por la ventana.

Sin explicaciones ni algún saludo realmente cortés, las personas que llamaron a la puerta pidieron hablar conmigo.

¿Para qué?

Fue lo primero que me dije a mi mismo en cuanto escuché mi nombre pronunciarse con sorpresa desde los labios de mi madre. Papá me miró por primera vez en la noche, quizá preguntándose lo mismo. Lo siguiente fue tan atosigante que siento que mi cerebro lo borró casi por completo.

Era un silencio vacío y frío, tanto como si la muerte hubiese caminado por el lugar llevándose cualquier alma que quedara en la habitación. Recuerdo mi corazón detenerse, dejé de sentirlo, pero mi respiración era prueba de lo contrario.

Todos ellos esperaban por mí, por mi respuesta y, como de costumbre, yo no tenía mucho que decir.

Me perdí en el goteo de la llave del fregadero de la cocina, hizo eco en mí, grabándose en mi mente y distrayéndome de todo lo que mi cerebro creaba para responder.

La oficial de policía golpeaba su lápiz contra el pequeño cuaderno donde momentos antes escribió cada una de mis palabra donde le explicaba donde había estado ese día. Recuerdo como eso me regresó en sí y como le miré con seriedad intentando verme lo más apacible posible pero su mirada prominente me intimidó al instante; aterrado y acorralado, así me sentí. Ella y sus dos acompañantes detrás estaban frente a mí en la pequeña mesa de la cocina de mamá.

Los tres me atacaban con los ojos, como si esperaran a que yo hiciera algo y así sacar su arma para disparar en contra de un psicópata.

No, yo no era un psicópata.

Miré de reojo el reloj de la pared, éste me mostró que tenía alrededor de veinte minutos sin decir ninguna palabra y pude sentir la desesperación adueñándose de ellos. Vi a mi madre en la puerta con sus ojos llorosos y con una sonrisa forzada, mientras que papá no mostraba expresión alguna en su rostro. No sabía cuál era peor.

—Charlie—la voz de la oficial me obligó a mirarle de nuevo—, necesito que me digas lo que pasó— cuestionó de nuevo. Pero yo ni siquiera sabía qué era exactamente lo que había pasado. Noté más su enojo por todo y por un momento creí que me golpearía.

—Ya lo dije— fue lo único que salió de mi boa como si me defendiera instantáneamente.

—¿Estás seguro?

—Si...

—Dices sobre tres chicos—afirmó leyendo lo que dije antes—, tres chicos que no puedes identificar—murmuró entre un suspiro no alentador. Al parecer no había sido de mucha ayuda—. Eso no me dice nada, Charlie.

—A mí tampoco—me mordí el labio—. Quizá tres chicos desesperados y adictos a la pornografía...

—Aún estarás bajo investigación—dijo no muy convencida y terminó de escribir. Cerró su cuaderno dando fin y se puso de pie—. Gracias por todo, lamento las molestias—se dirigió a mi padres—. Buscaremos toda la noche, cualquier cosa que sepan, no duden en comunicarse— sonrió fingidamente e indicó a sus acompañantes que deberían salir—. Volveré— me avisó, pero más que aviso aquello sonó como una clara amenaza.

A pasos lentos salieron de la cocina, acompañados por papá; mi madre se quedó ahí, mirándome, tratando de descifrar algo en mí. Intenté sonreír pero ella solo apartó su mirada y se fue en cuanto supo que tenía que responderme.

Ese vacío se quedó ahí.

Me apresuré a subir las escaleras antes de que se dieran cuenta y quisieran preguntarme más, sabía que papá lo haría. No sabía qué pensar; desde el primero momento en el que la oficial puso un pie dentro de casa preguntando por mí, sentí que las dudas los atacaban, y ni siquiera sabían el porqué.

Me encerré en mi habitación, estaba completamente en la oscuridad pero sabía de memoria por donde caminar y por eso no me molesté en encender las luces. Creí que estando ahí la tensión se iría pero me di cuenta de que ésta me estaba asechando. Lentamente fui a mi ventana para poder espiar un poco todo lo que sucedía afuera.

Las luces rojas y azules teñían mi vieja cortina blanca. Sabía que las búsquedas no me dejarían dormir.

Vi por mi ventana hacia la ventana de Emma. La ventana de Emma Sumpter, mi vecina y quien alguna vez fue mi amiga. Estaba abierta y el viento otoñal hacía bailar sus cortinas color cereza. Podía apreciar su habitación, en completa oscuridad como la mía pero aun así se podía distinguir lo que había en ella; todo estaba completamente igual a como ella lo dejó esa misma mañana, después de saludarme y desearme un buen día con un gesto alegre.

El día en el que Emma Sumpter desapareció parecía ser un día normal, como cualquier otro, pero no, éste no terminó así.

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