Doce.

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Era tanta la pesadumbre que podías sentirla con cada respiración; era como respirar dolor y humo de cigarro en una mañana de invierno. Sobrellevar todo eso era realmente difícil, no porque podría tener un desenlace malo para mí, sino porque temía en lo que me estaba convirtiendo desde el primer día; en alguien ausente y amargo que al parecer solo se siente vivo por culpa de su inminente agonía. No me importaría estar tras lo tubos de metal si siguiera siendo yo mismo.

Pensé en lo que la oficial dijo sobre mi forma indiferente de actuar ante el problema; ella tenía razón, yo no demostraba preocupación,  tristeza, ni siquiera temor. Yo no transmitía nada. Quizá nunca fui excéntrico o extrovertido, pero tenía sentimientos, eso yo lo sé.

Era la tercera cerveza de papá en una hora, miraba la repetición de un partido de soccer pero notaba como su mente estaba en otra parte. Fijé mi vista en él pero nunca se dio cuenta.

Encendí las luces del árbol de navidad, me alejé un poco para ver mi trabajo y le sonreí. En la pared estaba el calendario de la biblioteca que el señor Mason regala cada inicio de año. Veinticuatro de diciembre.

Solíamos ir cada año a casa de mi abuela pero por mi culpa ese plan no pudo ejecutarse, escuché por teléfono que ellos querían venir pero mamá se los prohibió. Quizá le daba vergüenza o quizá me protegía de preguntas y miradas  incómodas. Sabía que yo sería el tema principal de la cena de navidad de este año.

Fui a la cocina por algo de beber y el olor a lomo relleno me inundó. Mamá hacía un esfuerzo a pesar de todo. Me notó pero no me miró, siguió su batalla con la batidora y la masa de galletas.

No había sido el mejor hijo los últimos meses pero para mí era mejor que mamá me sintiera alejado por si algo malo llega a suceder. Me quedé ahí, escuchando como maldecía en voz baja y le daba vueltas a otros problemas que hacían su vida no tan buena. No me pedía ayuda, su orgullo era más grande que su desesperación, temblaba y de un momento a otro comenzó a sollozar. Dejó lo que hacía para limpiar pequeñas lágrimas que querían salir.

Dio un largo suspiro.

—No me mires así, por favor—pidió.

—¿Cómo? —fruncí el ceño. Era la primera vez que me dirigía la palabra sin indirectas o por medio de papá. Levantó la mirada e intentó sonreír pero no funcionó.

—Sé que estás enojado porque sientes que no creemos en ti, pero últimamente nos quitas las razones para hacerlo.

—Yo no estoy enojado—respondí—, y que papá y tú no crean en mí es algo que ya no me importa. Voy a creer en mí mismo y con eso me bastará.

—¿Lo hiciste, Charlie? —preguntó seriamente—. ¿Tú le hiciste eso a Emma? — era la primera vez que mamá me hacia esa pregunta de forma tan directa. Su voz tan fría y grave hizo un eco, y me hizo recordar a la oficial de nuevo.

—No—respondí con la mirada en mis pies, me había acostumbrado a tener esa cosa en mi tobillo, si algún día despertara sin él, lo extrañaría.

—¿Y cómo sabías exactamente dónde estaba? —alzó la voz—. Dijiste que no sabías y la encuentras antes que la policía—comenzó a llorar de nuevo. Antes, creía que ver llorar a tu madre era lo peor y que compartiría el sentimiento, pero ahora sólo la tenía frente a mí y lo único que sentía era una especie de lástima por ella—, ¿Cómo?

—Fue un error, lo sé. ¡Pero ya no importa! —grité. Me acerqué a ella pero retrocedió al mismo tiempo—. Porque la encontré y prefiero estar pasando todo esto ahora que haberme hecho el idiota y no hacer nada—respiré hondo en un mal intento de calmarme, los ojos de mi madre estaban completamente abiertos, atónita y sorprendida porque era la primera vez que yo le alzaba la voz de tal manera. A mí nunca me gustó gritar—. Si me hubiera hecho el idiota quizá ella estaría muerta ahora y no es algo que me gustaría cargar en mi conciencia toda mi vida— mamá se veía pequeña frente a mí, me imaginé esta escena en tercera persona y cualquiera creería que estaba punto de golpearla. Siguió sin hablar y mordí mi labio superior deseando que el momento incómodo se fuera.

—Charlie—titubeó.

—Perdóname—fue lo único que dije, no lo pedí, solamente lo dije para que dejara de sentirse mal. Y antes de que hablara de nuevo salí de la cocina, me encontré con papá afuera; su ceño fruncido me indicaba que había escuchado pero no dijo nada, solo pasó a mi lado para entrar con mamá y yo me fui a mi habitación.

Me llamaron para la cena pero hice caso omiso, podía verlos cenando con el único ruido que hacen los cubiertos cuando chocan con los platos. Casi dos horas más tarde dejaron cena fuera de mi puerta y con ella venía una hoja de papel doblada que formaba un cuadrado a la perfección. Lo único en lo que pensé fue en mamá escribiéndome algo porque su orgullo le impedía hacerlo de frente, de nuevo.

Lo único que comí fue el puré de papas mientras hojeaba un álbum de fotografías que tenía olvidado debajo de mi cama. Emma estaba en la mayoría de las fotos de cuando éramos pequeños, pero poco a poco iba desapareciendo de las páginas.

Emma y yo éramos inseparables, pero de pronto sólo comenzamos a saludarnos por cortesía u obligación. Dejamos de ser niños y eso lo arruinó todo.

Desvié mi mirada a mi escritorio donde la bandeja de comida fría estaba, la carta seguía ahí sin abrirse, no le había prestado atención hasta ese momento. Me acerqué para tomarla y noté lo rara que se veía, pasé mis dedos por el papel y las marcas que tenía no eran palabras, mucho menos letras. Decidí abrirla y me encontré con los garabatos productos de mi mente borrascosa a los cuales alguien sacó provecho remarcando las líneas, y así dibujar una rosa que después pintó con una acuarela rosa pálido.

 Emma no me temía. Emma no me odiaba. Emma tampoco sentía.





(n/a):

Soy mala socializando es me queda más que claro, pero lo intento. He visto varios comentarios en los que me preguntan cómo es Charlie físicamente porque es verdad, nunca lo he descrito y creo que no lo haré, pero mi pregunta es, ¿cómo lo imaginan ustedes?



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