Genocidio en las montañas benditas

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El cabrón me había atrapado y quiso abusarme, pero hubo algo en su mirada que le impedía cometer el acto. Era turco, igual que los otros hombres que asaltaron restaurante, y creo que era él. Traté de gritar pero sentí que derramaba algo de mi cuerpo. Uno de los cómplices, supongo yo, me había apuñalado en la pierna. La sangre caía con intensidad: mi llanto se escuchó con tal fuerza que los sujetos me apuñalaban con mayor fuerza en mi otra pierna y mis pies. Me taparon la boca y se burlaban de mis pasos torpes. Me quitaron los zapatos, y dejaba huellas de sangre al caminar.

Mi oído era tan agudo que escuchaba pasos cerca del monte Ararat. Pasos furiosos, para ser sincera, corrían agitadamente repleto de un odio que nadie sentiría más tras tantos. Altas potencias de Turquía habían invadido. Los de aquí ni se inmutaban. Parecía que incluso les valía toneladas de verga si moríamos o no. Resultaba que en realidad no les valía, sino que esa misma noche, los habían asesinado. Ni siquiera Dios no salvaría. ¿A dónde esperan que vayamos cuando las bombas caían? Volvimos a estar ciegos en un mundo de tuertos. Nuestras mentes eran manipuladas con barbarismos por Barrabás. No habría ningún grito de libertad. 

Nadie cantaría Hossana de la misma forma como el recuerdo del camino de Jesús a Jerusalén. El terror crecía en la ciudad, todos lloraban: los sujetos los asesinaban. Las tripas salían de las personas. Había decapitaciones por doquier. Mujeres violadas y asesinadas estaban ahí.

Los sodomizadores nos torturaron de maneras bestiales. También las bombas caían y mataron a toda una población casi completa. Estaba lamentando mi desgracia. Quise caminar y dejar mi legado, mas lograron callarme con bestialidad. Una puñalada al corazón terminó con esta tragedia. Dios no nos protegió. Nunca lo previmos. Los muros jamás serán protegidos.

Despertad a las almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora