Capítulo 3: Aquí estás

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Ismael aparcó el coche frente a la casa de ella y retiró la llave del contacto con suavidad, más nervioso de lo que le gustaría admitir. Suspiró profundamente y recogió las rosas del asiento del copiloto, al mismo tiempo que abría la puerta del coche y forzaba su mejor sonrisa.

Se encaminó hasta la puerta, que en aquel momento ya estaba siendo abierta por el padre de Clara. El hombre parecía verdaderamente contento de verle, hacía años que se conocían y se había encariñado con Ismael.

― ¡Ismael! Llegas pronto, como siempre. ― soltó un par de graves carcajadas y le dio una fuerte palmada en la espalda a Ismael.

Este se tambaleó por el golpe a pesar de su complexión firme, y trastabilló hasta la entrada, cerrando la puerta a su espalda.

― Hola José, ¿cómo va todo?

― Pues cómo va a ir, mortalmente aburrido. ¡Y no lo digo en el buen sentido! ― se rio de su propio chiste y dio un codazo al chico en las costillas. ― ¿Y tú? ¿Alguna novedad?

― Ya me gustaría... Las cosas en el taller nunca cambian.

― ¡Eso es bueno! Eso es bueno... ― José caminó hasta la cocina y abrió la puerta de su frigorífico, asomándose a su interior mientras se mesaba los canos y escasos cabellos de su cabeza. ― ¿Quieres una cerveza, muchacho?

― No, gracias. Voy a conducir. ― declinó él, sentándose en un sillón.

― Con un poco de suerte saldréis antes de mañana, jeje. ― apostilló el hombre, acomodándose en el sofá frente a él. ― Y dime, ¿ya lo tienes todo preparado? ― preguntó bajando la voz a un susurro.

Ismael asintió con una media sonrisa. Hacía ya varias semanas que José sabía lo del compromiso y él nunca le había visto tan emocionado en su vida. Insistió, incluso, en acompañarle a comprar el anillo que ahora reposaba en su bolsillo.

― No sabes cuánto me alegro por vosotros, Ismael. Especialmente por ti, aunque esté mal que lo diga. Después de lo que pasó en tu familia... ― negó con la cabeza, sin percatarse del escalofrío que serpenteaba por la columna vertebral del chico. ― Esperaba equivocarme pero... Pensé que eso te habría roto. Sin embargo, tu madre desapareció y un milagro hizo que te adoptase aquella excelente familia y... ― dio una sonora palmada, sonriendo de oreja a oreja ― ¡Y aquí estás!

Ismael intentó formar una sonrisa, que acabó como una mueca temblorosa. Los recuerdos... No quería pensar en ellos y, aun así, cada vez que miraba al padre de Clara no podía evitar culparle por su maldición. Él había sido el juez encargado de encerrar a aquella loca de por vida y no había sido capaz. Si se hubiera esforzado un poco, solo un poco más, él ya no tendría que vivir con ese miedo que congelaba sus venas y...

― ¡Mi niña! ¡Estás preciosa! ― exclamó José, sobresaltando a Ismael.

Este levantó la vista con una sonrisa genuina adornando su rostro por primera vez desde la última que la vio. Solo ella conseguiría hacerle sonreír así.

IsmaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora