― ¡Ismael! ¡Esto es precioso! ― exclamó Clara con una sonrisa de oreja a oreja.
Él apartó la mirada embobada de ella y le echó un vistazo al paisaje que los rodeaba. Lo cierto es que había tenido que conducir durante hora y media bajo las constantes preguntas curiosas de ella para llegar hasta allí. Pero había merecido la pena. Se encontraban en un bosque abandonado, rodeados por centenares de árboles ya sin hojas. Tantos eran que sus ramas se enredaban las unas a las otras, elevándose hasta el cielo o acariciando la superficie cristalina del lago que bordeaban. Sus aguas se mantenían en completa quietud, como un espejo del cielo rosado que se alzaba sobre sus cabezas. Incluso aquellas orillas embarradas parecían hermosas bajo las últimas luces del día.
― Me alegro de que te guste. ― sonrió Ismael ― En cuanto vi el sitio supe que era perfecto para ti.
Ella le devolvió la sonrisa, con aquel rubor tan típico en ella sobre sus mejillas.
― Eres el mejor. ― aseguró abrazándole con fuerza.
Él depositó un beso suave sobre su coronilla, con el corazón latiéndole a mil por hora como cada vez que ella se acercaba a él. Jamás creyó que nadie pudiera hacerle tan feliz como ella le hacía sentir con tan solo una mirada.
― Te quiero. ― murmuró en voz muy baja, preguntándose si debería esperar o entregarle el anillo ya.
― Y yo mil millones más, cielo. ― respondió Clara, rompiendo su abrazo al tiempo que enredaba sus manos ― ¿Tú crees que podríamos bañarnos?
Era ya principios de Septiembre, y una brisa fresca revolvía sus cabellos de vez en cuando, pero Ismael no sería capaz de negarle nada a aquellos enormes ojos color café. Su vital pregunta podía esperar. Al fin y al cabo él llevaba meses esperando a que fuera el momento correcto, compaginando sus trabajos en el restaurante y el taller mecánico con sus citas. Ahorrando todo el dinero que pudo para empezar su vida juntos. Podía esperar un poco más.
― Claro que sí.
Ambos se quitaron sus ropas y se adentraron en las orillas del lago entre alegres chapoteos y gritos sobre lo congelada que estaba el agua. Una vez que estuvieron hundidos hasta el cuello Ismael se dejó llevar y comenzó a flotar por la superficie con los ojos cerrados. Lo cierto es que tenía la piel completamente de gallina y sabía que cuando salieran el frío sería peor, pero en aquel momento de paz nada le importaba. Sintió las heladas manos de Clara sobre sus hombros y acariciando su pelo y apenas pudo contener una enorme sonrisa de felicidad. Quería quedarse en aquel instante para siempre.
Sin embargo de pronto oyó una risita mal contenida y se vio incapaz de tomar aire, repentinamente hundido bajo las gélidas aguas del lago. Sobresaltado, abrió los ojos, intentando ver algo que le indicase dónde estaba la superficie, pero a su alrededor solo extendía una oscuridad turbia. Una sensación de pánico comenzó a apoderarse de él mientras trataba, sin éxito, de buscar alguna luz. Pataleó con fuerza, cada vez con menos oxígeno en sus pulmones. No podía acabar así, ahogado en un estúpido lago, demasiado lejos de cualquier población.
Empezaba a sentirse mareado cuando notó un brusco agarre en uno de sus tobillos que tiraba de él hacia quién sabía dónde. ¡Era ella! ¡Ella estaba allí para asegurarse su compañía durante toda la eternidad, arrastrándolo hasta las negras profundidades! Se sacudió intentando liberarse y sus manos se aferraron al cuerpo que lo lastraba. Apretó con fuerza su frágil garganta, tratando de acabar con ella de una vez por todas, mientras notaba como su propia cabeza daba vueltas. Sintió unos dedos recorriendo sus brazos, arañándolos mientras trataba de huir de su férreo abrazo. Pero no pensaba soltarla, en ese momento acababa su pesadilla para siempre.
Eternos segundos después, pudo sentir cómo dejaba de sacudirse y la soltó, asqueado, mientras se dejaba arrastrar por las corrientes. Abrió la boca, decidido a rendirse de una vez y tomó una bocanada de... ¿aire? Parpadeó, confuso, para encontrarse las primeras estrellas brillando sobre él. ¡Estaba vivo!
― ¡Clara! ― la llamó con la voz rasposa como un graznido.
Pero ya no estaba.
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Ismael
HorrorHay momentos en la vida de una persona; segundos, escenas; que la marcan con una espesa tinta indeleble e invisible. Y no importa el tiempo que pase, llegará el punto en el que la carga será demasiado pesada, demasiado eterna. Cuando llega ese insta...