Nate Brown, un empresario millonario marcado por la soledad y un pasado de lucha y cicatrices, encuentra un inesperado contrapunto en Yeih Coffie, una escritora valiente y dueña de una editorial, cuyo optimismo y perseverancia la han definido.
Él es...
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Yeih
No, no, no, no.
—Claro, los dejo solos. —dijo Shane sin dudar, y salió ¿Ahora qué?
—Hola. —saludó el chico del cóctel captando mi atención, yo solo fui a sentarme en el borde de la camilla.
—¿Cómo estás? —susurré, mirarlo fue una mala idea ya que eso me ponía todavía más nerviosa.
— ¿Qué? —preguntó con una sonrisa ladina, dios, amo su sonrisa.
—Te pregunté algo. —dije esta vez con calma, y en un volumen considerable.
— ¿Qué? — volvió a decir, junté mis cejas sin entender—. Oh, es que no te escucho, ¿Podrías acercarte más? no sé, es una sugerencia; ya sabes, para conversar el receptor debe entender bien el mensaje.
—Pero usamos el mismo código, no creo que haya inconveniente, ¿No te parece? —le seguí el juego.
—Pues me agrada la comunicación lingüística ¿A ti no? y creo que para tener ese "contacto" —hizo comillas con sus dedos, reí ante el gesto—. Deberías acercarte más.
—Don Juan. —dije al acercarme a su lado, simuló estar ofendido, llevándose la mano al pecho.
—Impulsiva. —exclamó.
—¿Crees que es un insulto? sé que lo soy. —admití con orgullo.
—Exacto, por eso no me queje por lo que acabas de decirme. —En fin, solo quería saber si estabas bien, y ahora que lo confirmé, me retiro; vecino —afirmé con simpleza, como si fuera tan fácil.
Y como si no quisieras quedarte. —mi conciencia, siempre molestando ¿Me pasa solo a mí?
El chico del cóctel me sujeta del brazo al instante, aunque lo hace suavemente, lo miro y no puedo evitar fijarme en que estaba frunciendo el ceño, sus cejas eran pobladas, pero bien marcadas, y sus pestañas largas —que envidia—, un par de orbes oscuros me enfrentaban sin disimulo.