—¡Aún no lo creo! No creo que MI HIJA tenga esa horrible enfermedad.
—No es una enfermedad mamá, sólo...
—¡Silencio! Descarada, no tienes compasión por mi y por tu padre, ¡Dejarnos en ridículo de esta forma! Encuciar el nombre de una familia cristiana que no tiene ni una mancha en su legajo. Eres la oveja negra de la familia, me has decepcionado.
—Pero mamá...
—¡Basta de peros! Eres una abominación del demonio, ¡Vete de aquí! No vivirás en esta casa, pecadora, insolente, ¡Vete ya! No quiero ver más tu desvergonzada cara, solo veo lujuria en tus ojos.
—¿Pero a donde iré?¡No puedes abandonarme!
—¡Por qué no fuiste como tu hermana! Estudiosa, decente, femenina, será una buena ama de casa, tú, en cambio, solo vivirás en la verguenza. ¡QUE TE VAYAS! O tendré que llamar a la iglesia para que te curen y borren esos asquerosos deseos de tu cabeza.
La iglesia, tenía horribles métodos para "curar" a la gente homosexual, pero Ángela sabía que la cura era peor que la enfermedad.
Salió corriendo de la cocina de su casa, donde discutía con su madre que había descubierto que su hija era homosexual, debido a un compañero chismoso que vio un dibujo que ella había hecho de la chica que le gustaba y se lo había informado al director, con la intención de molestarla.
Llorando, Ángela corrió hasta el frente de su ahora antigua casa y la miró por última vez, limpiando sus lágrimas.
Su hogar es una bonita casita de campo llena de flores, de una familia promedio, no era muy grande, pero era cómoda y prolija, de madera obscura con un tejado azul. Los corrales con animales rodeaban el lugar; gallinas y gallos caminaban libremente por todo el terreno, los chanchos y las ovejas en cambio, no podían volar para escapar de sus corrales. Los cabritos estaban libres porque de todas formas si los encerraban rompían las cercas.
—"Adiós"—dijo Ángela al voltear para emprender su desgraciado destino. Levantándose el sucio vestido comenzó a caminar por los prados, buscando un buen lugar donde prender una fogata, cazar alguna liebre y sobrevivir.
Su camino cada vez tenía más árboles al rededor, cada vez más, Ángela estaba entrando en un gran bosque sin siquiera percatarse.
Caminó por largas horas, hambrienta, sedienta, agotada, sin saber a donde iba, perdida, con un gran nudo en la garganta, pero sin la suficiente hidratación como para que siquiera una lágrima caiga por su mejilla.
La adolescente caminaba ya sin fuerzas, automáticamente, sin poder sentir los pies, cuando de repente vio a lo lejos, una parte del bosque repleta de flores azules y violetas en diferentes tonos.
—"Allí debe haber frutas que puedan alimentarme"—pensó Ángela, que tras quilómetros de tierra y árboles secos, había visto un lugar con una flora intacta que le había devuelto la esperanza de vivir.
La desafortunada muchacha caminó, ahora con más energía, hacía el maravilloso bosque de las flores lilas.
Una línea muy marcada separaba la tierra infértil de aquel Oasis, pero la notable diferencia no pareció preocuparle a Ángela, que se abrió paso entre los pastos y flores.
—Son Hortencias—dijo tocando una particularmente llamativa que se asomaba entre el resto—Que rico huelen. Debe haber algo comestible por aquí.
Ángela podía ver cosas comestibles por todas partes, hongos de distintos colores se asomaban entre los pastos, enormes moras gordas y jugosas colgaban de los árboles, se escuchaban pequeños animales corretear por todas partes.
—"Estaré bien aquí—pensó Ángela al ver todo lo que podía servirle de alimento en aquél hermoso lugar—.
Ángela mucho más animada, se encontraba sentada en una roca comiendo las sabrosas moras que había recolectado cuando al bajar el sol, se empezaron a prender pequeñas luces por todas partes que iluminaban cada rincón de oscuridad con su cálido color.
—Son luciérnagas ¡Que bonitas! Si las molesto se irán, no quiero que se vayan, no me gusta la obscuridad.
Ángela comenzaba a hablar consigo misma después de tantas horas de soledad.
—Que suerte he tenido de encontrar este lugar, Dios no me dejó sola después de todo.
Buscó un lugar llano donde prender una fogata, revolvió entre los pastos buscando ramas secas que puedan servir, cuando por fin tuvo lo necesario, tomó dos ramas y comenzó a frotarlas, ya tenía experiencias en fogatas, así que no fue difícil para ella.
Se calentó un poco hasta que comenzó a notar que el sol bajaba y la luna se notaba en al cielo cada vez más, así que decidió buscar un refugio.
Caminando entre los florales, la joven encontró un gran árbol de ciruelas que en su tronco tenía un agujero lo suficientemente grande para que Angelita pudiera meterse dentro de él.
"Será un buen refugio"—pensó—"Pero necesito algo de luz"
Ángela casó de su bolsillo el frasco de gotero con leche que ulitizaba para darle de comer a el pichón perdido que habia encontrado días atrás, le sacó la tapa y derramó la leche. Se sentó en el tronco, quieta, esperó algunos minutos a que una inocente luciérnaga se acercara a ella.
Cuando la víctima pasó por en frente de sus ojos, la joven la atrapó y la metió en el frasco, luego cortó una flor que también metió en el frasco.
—Ya tengo luz y tú tienes comida—le dijo entrando a su improvisado refugio—si mañana encuentro un caracol o algún gusano, prometo dártelo de comer, no te enojes—.
Aún con el frasco en la mano, Ángela miró hacia afuera, apreció como los pequeños insectos iluminaban las hermosas flores, hasta que sus ojos, del cansancio, comenzaron a cerrarse. Poco a poco, sin darse cuenta, se fue quedando dormida.
—Pss, pss, Ángela, despierta.—dijo una dulce y conocida voz—.
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El Bosque De Las Hortensias
Teen Fiction[TERMINADA] Luego de ser rechazada por su familia por su orientación sexual, Ángela no tuvo otra opción que vagar sin rumbo hacía su desafortunado destino, sin comida, sin agua, sin dinero, caminó y caminó hasta encontrar su propio paraíso.