El primer desamor

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Esta musa fue la protagonista de mis primeras mariposas en la panza, de mis primeros suspiros sinceros, de mis primeros pensamientos, de mis primeras sonrisas y mis primeras lágrimas.

Su nombre es Susana, de mirada enigmática, labios prominentes, cabello largo y abundante, estatura ideal... Menor que yo un par de años, pero perfecta.

Esa mujer llegó a mi vida antes que el Whatsapp y el Instagram, en plena época del Messenger y el Facebook, en pleno auge del “Iniciar sesión”.

Se adentró en mis entrañas cuando aún no me decidía si era bueno o malo ser lesbiana, si era aceptable o no revolucionar la tranquilidad de mi familia.

A Susana la conocí a través del amor tan grande que le profesábamos ambas a la cantante puertorriqueña de merengue
Olga Tañón.

Allí en esa euforia de grupos de Facebook donde nos hacíamos llamar “Tañoneras”, esa chica comenzó a adueñarse de mi tiempo y mi atención entre cientos de contactos conectados.

Tenía un carácter de mil demonios y creía siempre tener la razón.

Para ella no había medias tintas, al igual que Ana y como buena Librana, las cosas eras o no eran, el color era blanco o negro, en ella no figuraba la escala de grises.

Pero aún así comencé a quererla de una manera tan pero tan bonita, que no me importaba pasar dos horas con un auricular quemándome la oreja con tal de escuchar su voz.

Siento que ella no me quiso ni la mitad de lo que yo daba por su amor, pero insisto, así la idolatraba y pensaba en ese momento que las muestras de cariño no correspondidas eran “normales”.

Susana me enseñó a creer en una relación a distancia sin siquiera
habernos visto la primera vez en persona. Me enseñó a querer a
través de la pantalla de un computador, a llevar una vida como
“novias de manos sudadas” sin haber experimentado la primera
vez aquello.

A esa musa chica de edad le debo mi amor por la poesía, amor que aprendí con ella y sus enseñanzas -en ese momento estaba
adentrándose al mundo de la composición de música- y me brindó los trucos necesarios para escribir mi primer verso rimado.

Duramos mucho tiempo siendo amigas pero celándonos como
esposas... Todos los meses le escribía una carta diciéndole lo
mucho que la amaba, pero era ilusión... Nunca la amé.

Cartas que guardaba con celo, que amarraba con una cinta roja
como en el tiempo de mis abuelos. Cartas que logré entregarle un
día... La única vez que la vi en persona.

Susana fue -llamemoslo así- mi amor de adolescencia. Donde uno
no sabe lo que es amar ni mucho menos lo ha sentido, pero cree
que esa relación durará toda la vida, que si esa persona se va de tu lado morirás de repente.

Como novias no duramos ni un mes luego de ese primer y único
encuentro...

Cuando ese día tan anhelado llegó la abracé con la fuerza necesaria para que su olor se quedara impregando en mi piel. La
miré con tanta intensidad que su mirada se grabó en mis pupilas,
la besé en las mejillas con tantas ganas que mis labios se tatuaron sus mejillas.

Era la primera vez que deseaba a una mujer, la primera vez que
aceptaba que me gustaban las mujeres, la primera vez que le
regalaba algo a una mujer que me encantaba.

Mi contacto con quien pensaba sería mi amor por el resto de mis
días solo duró un par de horas, tiempo necesario para saber que la quería como nadie, tiempo para prometerle que volvería a verla...

Promesa que nunca pude cumplirle.

La distancia nos jugó una mala pasada. Éramos jóvenes, no
estábamos acostumbradas a eso y no sabíamos cómo mediar con
una relación de ese calibre.

En ese encuentro no hubo besos en la boca, ni caricias malsanas.
Solo hubo cariño de dos almas que se quieren bonito, solo hubo
sonrisas en el corazón.

Llegué a su encuentro siendo virgen con todas las letras y me fui
de su lado de la misma manera...

Tuve la osadía de dedicarle la misma canción que Leti me había
dedicado un tiempo atrás, ella jamás se entero de ello. Era nueva
en esto, no sabía que en la vida había un millón de canciones más
que se podían dedicar sin costo alguno.

Intentamos una y otra vez que esto funcionara. Le mandaba besos
virtuales y le llenaba la mente de lo que pasaría cuando nos
volvieramos a encontrar. Derramé muchas lágrimas amargas cuando discutíamos por mensajes de texto y eso provocaba que en la noche nunca “iniciara sesión”.

Se desapareció en varias oportunidades. Me confesó que tenía
novio pero eso no me importaba. Sabía que aunque tuviera cien
hombres tenía a una sola mujer y esa mujer era yo.

Aunque la celé con el novio del momento, la quería, la queria
tanto que me dolía saber que los besos que deberían ser míos le
pertenecían al sexo opuesto. Repudiaba la idea de querer estar a su lado y no poder hacerlo. Apenas era menor de edad...

Terminamos en dos ocasiones, volvimos la misma cantidad de
veces. Aunque la tercera fue la vencida. Juró lo que me había
prometido en un ataque de ira y no volvió a buscarme más.

Me quedé con el sabor en la boca de unos labios que siempre sentí míos pero que nunca pude tocar. Pensaba que sería con Susana con la mujer con la que perdería mi virginidad. Imaginé que todo lo que pasaba me lo merecía por haberle roto el ego a quien si me quería de verdad en el pasado, karma lo llaman.

El llanto y el dolor más grande que he sentido fue cuando miré
una y otra vez su perfil en Facebook y observé un álbum titulado
“superando etapas” y en las imágenes se veía como cada carta que le había escrito con tanto amor y pasión se desvanecían arropadas por un fuego amargo.

Con las lágrimas recorriendo las cataratas del dolor, pasaba foto
por foto para cerciorarme que Susana nunca me había querido, que destruía lo único que podía darle, letras y más letras, poemas que ella misma me había enseñado a escribir.

Ya no quedaba ningún recuerdo entre ella y yo... Hasta la cinta roja que amarraba ese lazo se volvió negra de tanto dolor.

Solo quedaba una foto, una única foto de nosotras que eliminé por completo de mi computador y de mi mente.

Susana se había marchado para no volver...

Meses después apareció para tratar de salvar lo insalvable. No la perdoné. Tras una canción dedicada le envié otra para decirle adiós.

Se desapareció por años. Pero su recuerdo me permitió comenzar a escribir un primer poema que dio paso a otro y a otro y a otro que ya no eran para ella.

Ahora somos buenas amigas. Todo ese resentimiento quedó atrás. Ya ella superó su etapa conmigo, yo también mi etapa con ella.

Ahora nos reímos de lo inmadura que éramos y suspiramos al saber que fuimos el trampolín para comenzar un nuevo estilo de vida.

Mis MusasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora