Fantasma

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Esta musa pasó de ser un trofeo difícil de obtener a ser un clavo imposible de sacar de mi mente y corazón.

Desde aquel día en que la conocí en medio de su faena laboral no pude dejar de observarla y mirarla al hablar, no pude dejar de sonrojarme cuando su mirada chocaba con la mía por unos instantes que parecían eternidad.

La seguí siempre cual fans con su artista favorito, la sentía tan inalcansable, tan diosa, tan hermosa, tan perfecta.

Karla era un mujerón, de buen tamaño, senos operados, curvas prominentes, glúteos de deportista, extensiones en su cabello y una sonrisa contagiosa... Karla era la mujer que buscaba.

Siempre la ví en la lejanía, pero un día necesitaba de sus servicios laborales y decidí llamarla. Seguro debió sentir mis nervios a través de esa llamada de pocos minutos pero que dejó en mí suspiros por el resto de las horas.

Con el pasar de los meses, mis encuentros con ella se hicieron más cercanos. Siempre la buscaba para culminar alguna actividad y Karla siempre estaba allí para mí.

Un día, en medio de un encuentro laboral, decidí enviarle por
primera vez un mensaje de Whatsapp, felicitándola por el ascenso el cual había obtenido a través de su gran labor.

Imaginaba que nunca obtendría respuesta de aquella mujer tan ocupada y tan hermosa pero, para sorpresa mía, un mensaje con su nombre me hizo temblar. Era ella, maravillosa, divina... Respondiendo con un “gracias guapa” esas felicitaciones que habían sido el trampolín perfecto para llegar a su atención... Y lo había logrado.

Sabía que era heterosexual, que tenía una hija y un esposo pero no me importaba. Quería conquistar a aquella bella mujer, quería
vivir con ella una aventura que aunque sabía no tenía futuro, no
quería dejar de vivirla.

Siempre buscaba la excusa perfecta para escribirle... Ella siempre
contestaba dos o tres mensajes y no respondía más. Sabía que era
una mujer ocupada pero solo me bastaban sus cortas respuestas
para que mi día terminara feliz.

Un día decidí ser más explícita y comenzar a insinuarle cosas un
tanto salidas del tema habitual para capturar al cien por ciento su
atención... y lo logré.

Sin reparo recibí de ella una pregunta que debía contestar
automáticamente ¿Eres lesbiana? …

Me quedé mirando ese mensaje por un instante y le respondía en mi mente: ¿Es que acaso no se me nota? ¿Es que acaso no vez que muero por ti?... Pero solo acepté a decirle: Sí, soy gay.

Tardó un buen rato en responder. Estaba muy nerviosa, pensaba
en que había tirado por la borda todo el esfuerzo que me había
costado ganarme la atención de aquel monumento, pero su
respuesta llegó.

Ningún mensaje hasta ese momento me había dejado sin habla, me había hecho sudar tanto, me había puesto tan nerviosa.

Su respuesta me impactó: “Carolina, yo soy heterosexual... Pero si decido tener algún día una aventura con una lesbiana, sería
contigo”.

Tuve que leer y releer ese mensaje una docena de veces para saber que era verdad lo que había visto... Definitivamente Dios me amaba tanto que me enviaba a las mujeres más hermosas para llenarlas de amor... Y pues yo cumpliría sin reparo sus designios con humildad.

Le dije lo mucho que me gustaba, lo asombrada y alagada que me
dejaba esa “invitación” y que siempre estaría disponible para
cumplirle eso que yo sabía era para ella una “fantasía sexual con
una lesbiana”.

Los días pasaron, las semanas pasaron, los meses pasaron y ella
solo se limitaba a sonreírme cuando me veía en medio de su
trabajo. Yo solo me limitaba a enviarle la sonrisa de vuelta con
ganas de llevármela y hacerla feliz.

Cuando intentaba acercarme, siempre tenía “amigos” a su
alrededor que hacían el papel de personal de seguridad y nunca
lograba un encuentro a solas con tan prestigiosa mujer.

Pero los mensajes con Karla siempre continuaron.. Y sus ilusiones
también. Un día me decía para vernos en una playa y hacerle
entrever al mundo que estábamos trabajando, pero el día llegaba y ella simplemente desaparecía.

Cuando aparecía de vuelta, un par de días después, solo se
limitaba a un simple “disculpa” y yo, como seguía babeada por
ella ni reparaba en su falta y continuaba como si nada.

Es que soy así, extremista... A las mujeres o las quiero más de lo
que recibo de cariño por parte de ellas o simplemente no las quiero lo suficiente para el cariño que ellas me profesan. ¿Por qué no puedo querer de la misma manera en la que recibo cariño?

Los mensajes continuaron. Esa mujer, a la que nunca mis labios
habían tocado, se estaba volviendo una adicción de la cual no
quería salir.

Comenzamos una noche a conversar de situaciones subidas de
tono, hasta que nos deseamos feliz noche... Pero al pasar las horas, ya de madrugada, un timbrazo en mi teléfono me hizo despertar sobresaltada. Era Karla. Solo decía ¿Estás despierta?
Automáticamente le contesté y su petición me subió la líbido
¿Podemos pasar esta noche y solo atiné a preguntarle su dirección.

Juro que la delincuencia o el peligro de la calle en la madrugada no iba a ser impedimento para ir corriendo tras esa mujer que me necesitaba, que necesitaba mis abrazos y mi calor para fundirse en un sueño profundo.

Solo se limitó a contestar. Quiero que pasemos la noche juntas
pero es muy tarde para ello. Así que la pasaremos tú en tu casa y
yo en la mía, pero no dejes de escribirme.

¿Qué me proponía? ¿Sexo virtual? ¿O simplemente una terapia de
sueño?

Comenzó a preguntarme sin pudor qué cosas le haría si la tuviera
frente a ella. Comencé a responderle todo lo que sé ella quería
escuchar. Comencé a detallarle la forma en la que quería hacerle el amor -porque con ella sí haría el amor- imaginamos que sus manos eran en realidad las mías quitándole la ropa, que sus dedos eran en realidad los míos que comenzaban a penetrarla con pasión.

A través de sus audios sentía como su respiración se iba acelerando y sus latidos se disparaban con cada respuesta que recibía. Mi teléfono se convirtió en un museo donde sus fotos desnudas eran la muestra de tan magnífica galería de arte.

Su vulva se veía divina, fascinante, quería salir corriendo y hacerle el sexo oral más rico que le hayan hecho en su vida.

Me dijo que no parara de decirle cosas obsenas, que no dejara de insinuarle lo que haría con ella, que no dejara de hacérselo virtualmente. Imaginé cómo se corría con tanta euforia, como gritaba de placer con tan suculento orgasmo.

Mi mayor regalo fue una foto de sus dedos sujetando el trofeo de su corrida, sus dedos llenos de flujo, sus uñas impregnadas de humedad. Me sentí realizada, le había hecho el amor a aquella hermosa mujer sin siquiera tocarle la piel y eso lo hacía más morboso, lo hacía más apetecible.

No hubo nuevos encuentros virtuales entre ella y yo. Mucho menos encuentros físicos. Ella regresó con su esposo -de quien se había distanciado cuando quiso pasar la noche conmigo- y no volvió a insinuarme nada. Yo lo intenté un par de veces pero solo obtuve silencio de su parte.

Mis MusasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora