Terremoto de Pasión

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Pamela llegó a mi vida como un terremoto de 9.8 en la escala del amor. Movió mis cimientos, me tambaleó y dejó fisuras en las paredes de mi cerebro y corazón.

Mujer de mirada penetrante, con la picardía en su sonrisa como carta de presentación. Serena y llena de encanto, así describiré a esta, mi novena musa.

Mi historia con Pamela comenzó como una simple amistad. Admito que desde el día en que la conocí (hace más de una
década) mis ojos se perdieron en su cuerpo que, aunque no es figura de modelo, siempre tuvo algo que llamó mi atención.

Sin embargo, ese gusto solo quedó allí, en un gusto que me
limitaba a disfrutar de reojo cada vez que coincidíamos en alguna actividad laboral o, simplemente, en plena calle o centro
comercial.

Pamela para la época en la que nos conocimos estaba felizmente enamorada y nunca quise meterme en ese corazón que, sabía, no podría corresponderme como quería.

Debo admitir que mi relación con Pamela en ese momento era solamente casual. Nos saludábamos cada vez que nuestras
miradas se encontraban y, al despedirnos, disimuladamente la observaba mientras se alejaba de mí.

Los años fueron pasando, no la vi más pero cada vez que su foto
aparecía entre las publicaciones de mis redes sociales, mi suspiro por ella se acrecentaba. Recordaba su risa desbordante, sus
labios carnosos dibujando una curva ascendente cada vez que me veía y su voz seductora al hablarme.

Aunque nos teníamos como amigas en redes y habíamos
chateado un par de veces, nunca nos habíamos intercambiado nuestros números de teléfono. A Pamela la miraba como esa fruta prohibida que no podía tomar del árbol y hacerla mía de un mordisco.

La veía tan inalcanzable que jamás llegué a pensar que el mismo gusto que yo sentía por ella era el que ella sentía por mí.

Un mensaje suyo preguntándome como estaba fue el primer
temblor en mi cuerpo. No hablaba con esa picardía hecha mujer
desde hacía más de un año y su mensaje revolucionó esas
mariposas de lujuria que sentía por ella y que jamás me había
atrevido a confesarle.

Tras un par de mensajes ida y vuelta, tomé el valor y le pedí su
número de teléfono con la excusa de que no me gusta hablar por
el chat de Facebook. Ella sin dudarlo me lo envió.

Comenzamos a hablar y, entre palabras bonitas de vaivén, no me
pude resistir más, respiré profundo y dejé que todas mis
emociones salieran a flote: no sabía si ganaría o perdería pero
me la jugué.

Su respuesta me dejó sin palabras por varios minutos. Me
confesó que también le gustaba “desde siempre” y que se perdía
entre mis curvas al mirarme disimuladamente tras cada
encuentro. Pero su pregunta final fue la que hizo acelerar mi
corazón cómo el galope de un caballo desenfrenado: antes
porque tenía pareja pero, ¿Qué nos impide ahora disfrutar?
Su propuesta la acepté sin pensarlo.

Quería conocer mas de esa mujer tan fascinante pero a la vez tan misteriosa. Los mensajes fueron yendo y viniendo como las olas del mar y con cada respuesta suya a mis interrogantes me enganchaba más a sus encantos, a su forma de tratarme, a su manera tan fantástica de responder.

…Con cada foto provocativa que me enviaba mi cuerpo se iba
tensando de tal forma que sentía como mi cerebro le enviaba
vibraciones de placer a mis muslos y estos arropaban mi vulva
hasta hacerla chorrear como manantial.

Con cada día que pasaba subida a ese tren y dentro de ese
contrato de mutuo acuerdo que firmamos donde disfrutaríamos
la una de la otra sin ningún tipo de compromiso, mis días eran de
frenesí y aceleración del corazón.

Esa mujer me mostró sus más íntimos secretos, me dejó mirar
cada parte de su cuerpo a través de la pantalla de un móvil, me
fue conquistando con cada palabra, con cada piropo tras una
imagen o vídeo que le enviaba. Me fue envolviendo con sus
encantos, con cada foto de sus pezones erectos, con cada vídeo
corriéndose a borbotones tras un rico orgasmo.

Dicen que en la vida nada es eterno, que todo tiene su final y que
nada dura para siempre; pero lo que jamás pensé fue que ese
momento llegaría de forma tan abrupta.

Pamela llegó como un huracán, me arropó con sus encantos, me
conquistó con esa manera tan particular de tratarme, me sedujo
con esa picardía tan brillante, revolucionó mi mundo pero soltó
la cuerda justo en el momento donde mas alto me tenía volando
y me desplomé sin más.

Admito que mi caída fue abrupta. Qué me dejó la boca echa agua
tras mostrarme ese rico dulce que luego se llevó y no me dio ni
una miga para probar. Pero entendí también que Pamela es una
especie de ave cantarina, libre y con unas alas muy hermosas
que necesita mostrarlas al mundo y volar, volar y volar.

Pamela me enseñó que mientras más quieras acariciar a un
pajarito este más se alejará de ti pero, sin embargo, si dejas tu mano tranquila y no lo forzas a nada, el vendrá sin que lo llames y se posará sobre ella.

Pamela me motivó a perder completamente la pena y el tabú, para ella hice cosas que jamás pensé que haría por ninguna
mujer. Me mostré sin retoques, sin prejuicios… Me mostré tal cual soy y lo disfruté tanto.

De esos momentos me quedó un muy buen sabor de boca.

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