5: Las Matemáticas y él son tal para cual

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Lo único que pensaba en este momento era: "Definitivamente reprobaré".

Mi actitud positiva había sido minada en el último periodo de este primer día. El primer estallido sucedió cuando el temible profesor Harrison se presentó como nuestro maestro de Matemáticas; el segundo, cuando nos tomó una práctica que él mismo juzgó de "muy sencilla" y, para finalizar, no pude resolver ni uno solo de los 10 problemas.

Todos mis compañeros se apresuraron por salir del salón ni bien sonó la campana, dejándome a mí y a unos cuantos todavía guardando nuestras cosas.

La mayoría, por vergüenza, evitó hacer preguntas en la explicación que el profesor hizo de uno de los problemas "más complicados" (lo que me pareció un eufemismo) y solo un par de compañeras se atrevieron a preguntar por la número 7, pero después de ello, todos estuvieron callados. Que sonara la campana fue casi una salvación para todos. Incluso para mí, tenía que admitirlo. Unos minutos más de una explicación que no comprendía, y habría terminado por rendirme desde ya. Pero ahora, al ver a un grupo de compañeros adelante haciéndole preguntas al profesor, me armé de valor para acercarme. No pensaba darme por vencida en el primer día.

Tal vez después del primer examen.

Recogí mi libro acercándome a ellos. Tenía la esperanza de alcanzar a escuchar algo de lo que el profesor parecía estarles enseñando, pero llegué justo cuando ellos se marchaban, revelando detrás a Matt Anderson.

Él no estaba en esta clase, lo sabía porque en el llamado de asistencia no lo nombraron; sin embargo, su visita animó al profesor Harrison de inmediato, y gustoso recibió el cuaderno que Matt le ofrecía.

«Curioso», pensé. Todas las personas siempre se mostraban felices de verlo.

Eché un ligero vistazo hacia la ordenada letra plasmada en la hoja, aprovechando que ninguno se percató de mi presencia, y mis ojos se abrieron ante lo que me pareció algún idioma muy avanzado de Matemáticas. El profesor Harrison solo le hacía algunas correcciones mínimas con un lapicero azul, nombrando fórmulas que nunca había escuchado y anotándolas a un lado.

Con sutileza, me preparé para irme. Mi pregunta no era nada si la comparaba con la suya y no pretendía hacerla frente a él y su, de seguro, arrogancia. Pero, lejos de lograr mi cometido, el profesor Harrison me llamó antes de que pudiera dar tres pasos.

—Nunca es bueno irse a casa con una duda sin resolver. —Elevó su mirada sobre sus lentes unos segundos—. ¿No lo cree, alumna...? Wright, ¿verdad?

—Sí, profesor—respondí, sintiéndome avergonzada—. Discúlpeme, no quería interrumpir.

El enfoque de la atención de Matt cambió de objetivo hacia mí ni bien me escuchó. Ignoré su presencia como si se tratara de cualquier otro compañero al que no conocía, aunque por un momento temí que fuera a decir algo.

—He terminado. —El profesor Harrison examinó nuevamente el cuaderno frente a sí y se lo devolvió a Matt, enfocándose en mí ahora—. Dígame, ¿en qué puedo ayudarle, Wright?

—No es urgente —me excusé de inmediato—. Revisaré otra vez los problemas que resolvió y... —Ni yo me creía lo que estaba diciendo. Mis apuntes eran flojos y estaba segura de que no los entendería, aunque los estudiara a fondo más tarde. Me esforcé por no reflejar mis pensamientos en mi cara—. En todo caso, preguntaré a algún otro compañero o a usted en la próxima clase.

—¿Segura? —Consultó su reloj—. Tengo unos minutos más.

Asentí: —Sí, está bien, no hay ningún problema.

«Qué ironía», me respondió mi conciencia.

No añadí más. Demasiadas excusas dejarían en evidencia mi incomodidad y apuro por irme. Sin mencionar que sería descortés.

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⏰ Última actualización: Sep 25 ⏰

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Una historia de amor bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora