Ghost of You (2)

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Siete años después...

El sonido de mi móvil sonando me despertó, me quejé y estiré el brazo para cogerlo. Atendí la llamada sin siquiera abrir los ojos para ver quién era.

— ¿Sí?

—Señor Anderson, el señor Harrison canceló la reunión de esta tarde y pidió de pasarla para la semana que viene ya que debe salir de la ciudad por problemas personales de último momento y no cree regresar para antes del Viernes.

—La semana que viene me caso y me iré por dos semanas, Emily. No puedo verlo hasta después de la luna de miel.

—Sí, lo sé, por eso mismo le comunicaba...

—Dile eso. Nos veremos cuando regrese. Ahora déjame dormir un poco más, nos vemos luego en la oficia —y corté sin esperar su respuesta.

Dejé el móvil a un lado y suspiré, dispuesto a seguir durmiendo. Había pasado hasta bien entrada la madrugada en una videoconferencia con el presidente de Royalty Hotels Group China, la empresa de mi familia y de la cual desde hacía unos años estaba a cargo. Por lo general era el primero en llegar a la oficina, pero esta vez realmente necesitaba descansar un par de horas más. Ventajas de ser el jefe.

Mandé al demonio mis planes cuando volví a escuchar el tono de mi móvil. Atendí nuevamente.

— ¿Y ahora qué, Emily? —sonaba molesto, pero había sonado peor de lo que quería.

— ¿Emily? ¿Tu secretaria?

Joder. Suspiré.

—Sí. Lo siento, me llamó para decirme de una reunión que se canceló y creí que era ella nuevamente.

—Uhm. Claro. Te llamaba para recordarte que hoy cenaremos juntos y que mañana me iré con las chicas a Miami para la despedida de soltera.

—De acuerdo, sí —murmuré mientras me levantaba de la cama y me dirigía al baño.

— ¿Y tú qué harás, cielo?

—Iremos a Las Vegas.

Escuché un bufido de su parte.

— ¿En serio? Estarán rodeados de mujerzuelas, de putas. ¿Tus amigos no piensan en otra cosa? Tienen treinta años y más, son patéticos.

Ahí va de nuevo...

—Miami no es muy diferente, cariño. Que Disney World esté en el mismo estado no significa que Miami Beach sea una ciudad familiar.

—Sí pero...

—Sam, tengo que ir a la oficina. Luego hablamos.

—De acuerdo. Te amo, bebé.

—Y yo a ti.

Colgué y finalmente pude pararme frente al retrete. Aún no había ido al baño y ya había empezado mi día.

Luego de ducharme y vestirme me dirigí a la cocina para desayunar mientras me ponía al día con las noticias y los mails del trabajo. Entretanto el café se preparaba aproveché para abrir las ventanas y que así entrara más luz. Lo mejor de este penthouse era la vista, desde oeste a sur tenía una espectacular vista de Manhattan. Admiré la belleza de la luz solar reflejarse en los rascacielos de la ciudad y no pude evitar pensar en alguien que amaría despertar con esta vista todos los días. Simplemente se sentaría allí con su café y admiraría en silencio aquel espectáculo que sucede todos los días, pero que al mismo tiempo nunca es igual. Quizá iría por su cámara o su celular y tomaría algunas fotografías. Y durante el atardecer igual, pero cambiando el café por una copa de vino o una botella de agua algún que otro día. Se quedaría allí un buen rato, pensando en mucho o en nada, y seguramente se olvidaría del tiempo y se le haría tarde para ir a la universidad o al trabajo, o, si era el atardecer, se olvidaría de la cena que había dejado preparándose en la cocina y probablemente tendría que terminar pidiendo a domicilio. La cafetera sonó y volví a la realidad, suspiré. Siempre que miraba a través de aquellos ventanales pensaba en ella.

Pequeños Grandes AmoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora