Prólogo

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La flor roja estaba tomando posesión de cada parte de la ciudad de Tracia, las fiereza de las llamas consumían todo a su paso, sin que nadie se diera cuenta Babilonia había lanzado su ataque. El rey Darío no estaba preparado, la ciudad estaba por caer, sus soldados habían sido encontrados en sus aposentos mientras dormían, sin conocimiento alguno de que la noche seria su peor enemigo.

—Ishtar despierta—El rey sacudía a la princesa intentando sacarla de aquel sueño profundo en el que estaba perdida, ella ante la insistencia de los movimientos abrió sus ojos con sorpresa—Escúchame, Tracia esta por caer—La ayudo a ponerse de pie y le tendió una espada.

Al escuchar aquellas palabras salir de la boca de su padre su expresión adormilada fue cambiada por una mueca de terror.

—Padre...

El rey tomo las mejillas de su hija y la miro a los ojos, a pesar de que parecía estar sereno sabia de ante mano que solo un milagro podía salvar a su ciudad de tan cruel destino, Babilonia era una ciudad poderosa, lo habían tomado desprevenido y a causa de eso la mitad de la ciudad ardía en llamas.

—Tienes que salir de aquí Ishtar, pase lo que pase no mires atrás, no pienses en mí voy a estar bien—Aseguro el rey intentando calmar a su hija quien ahora lo miraba con lágrimas en sus grandes y hermosos ojos. La puerta del aposento se abrió llamando la atención de ambos.

—Majestad, aquí están—Observo comprobando a las dos damas de compañía de su hija y el soldado que había solicitado, Mirza había cumplido sus deseos, su hija no podía ir sola, mucho menos recorrer la ciudad mientras esta era tomada por los babilonios.

Tomo a su hija del brazo y la condujo casi corriendo por los pasillos desiertos, al llegar a su objetivo observo a su guardia de confianza.

—Mirza tienes que ir con ella, es lo más preciado que tengo, y si ella muere lo hago yo—Le dio la mano de su hija quien temblorosa no podía decir ninguna palabra.

—¿ Mamá y Saddam? —Pregunto ella casi en un sollozo, el rey le sonrió de manera tranquilizadora.

—Ambos estaran bien, tienes que ser una guerrera—Le dio un beso en la coronilla y le dio órdenes al soldado del sacarla del castillo. Con los ojos llenos de lágrimas, lo último que vio fue a su padre desenfundando su espada, ella sostuvo la suya en sus manos con fuerza, era un regalo de su padre, y estaba segura de que aquella espada de oro le salvaría la vida.

Pensar en que su pueblo estaba siendo asesinado de manera sanguinaria la lleno de dolor, era una luchadora, pero...pensar en los niños siendo degollados la hacía sacar a relucir su lado más humano y frágil, corrieron sin parar por más de quinientos metros, poco a poco la destrucción se dejó ver.

Los cadáveres se esparcieron por los caminos, Mirza detuvo el paso, y sin soltarla de la mano la puso detrás de él, observo a los cadáveres, los tatuajes de la marca Babilónica estaba en sus brazos.

—Son babilonios—Su tono pareció aliviado—Vamos a...—Un quejido de dolor salió de sus labios, Ishtar observo con pánico como una flecha salía del vientre del soldado, no era momento para maldecir, ni mucho menos quedarse, Mirza estaba muerto, soltó su mano y junto a sus dos sirvientes corrió, corrió sin detenerse.

Sin embargo una flecha, rozo su brazo provocando una larga y severa herida, después de dar todo de sí para huir se estaba quedando sin energías. Sus mayores miedos se hicieron realidad al observar que se había quedado sin salida, estaba en lo que en algún momento antes de su destrucción había sido el mercado principal, como pudo se sujetó de uno de los troncos que sujetaba un techo, con ayuda de una de sus sirvientes logro subir, la herida cada vez se hacía más dolorosa.

Con su corazón latiendo a mil por hora, su brazo y vestido cubiertos de sangre, logro correr unos metros más hasta el final del conjunto de casas donde su vio atrapada, con mucho pesar bajo de nuevo, llevo las manos a su pecho y tomo aire, intentando controlar los duros latidos de su débil corazón.

—Pero que tenemos aquí—De la nada se vio rodeada—Una linda chica—Volteo y observo a cinco hombres que la observaban de manera burlona, uno de ellos se acercó tanto que le arrebato el niqab que tenía sobre su rostro.

—No me toquen—Saco la espada con confianza de su funda y ataco a uno de ellos provocándole una herida que lo llevo al suelo, los demás la miraron con ira.

—¡Maldita ramera! —Dos de ellos se abalanzaron sobre ella mientras que los demás tomaban a sus sirvientes—Linda gatita, no te vallas a cortar...

—¡Princesa! —El grito de agonía de una de ellas llamo la atención de uno de los hombres, una risa malévola tomo posesión de aquel hombre, parecía divertirle observarla con la mano herida mientras con miedo ella intentaba alcanzarlo con el filo de su espada.

—La princesa Ishtar, valla regalito, llevaremos su cabeza como adorno para la entrada de Babilonia, un maravilloso trofeo para su majestad.

Un sudor frio tomo posesión se su cuerpo al sentir la punta de una espada en su nuca, justamente donde nacía su cabello, por el rabillo del ojo observo con terror a sus dos sirvientas degolladas levante suyo, estaban cubiertas de sangre mientras sus ojos estaban abiertos, era una imagen horrorosa, estaba perdida. Sus ojos escocieron, estaba a punto de morir, sin miedo callo arrodillada con la espada a sus pies delante de aquellos bárbaros.

Uno de ellos la golpeo en el rostro haciéndola caer al suelo, la brutalidad fue tal que la hizo perder la noción un poco, su mirada se nublo.

—El final de la Princesa Ishtar de Tracia, al igual que el Rey Darío estaba escrito, morirían bajo la crueldad y el poderío de la Gran Babilonia—Tomo la espada de la chica en sus manos, y justo antes de atravesarla con ella una lanza traspaso su pecho. El hombre callo delante de ella con los ojos abiertos mientras de su boca brotaba sangre.

—¡Persas! ¡Tenemos que irnos! —Los hombres corrieron con el miedo y pánico creciente en su expresión, intentaron alejarse pero uno a uno fueron cayendo ante la punta de las lanzas y flechas. Los ojos de Ishtar se cerraban lentamente, sus sentidos captaron el sonido de unos zapatos a lado suyo, la suela rozaba la arena color naranja de Tracia.

—¿Está muerta?—Preguntó uno de ellos.

—No, esta inconsciente solamente—Esa voz, una voz varonil y demandante, aquel melódico sonido la acompaño hasta que sus ojos se cerraron.

Darian observaba con detenimiento a la mujer, tenía un enorme corte en el brazo, con unas suturas estaría bien, su pie tropezó con la mano de un babilonio, se colocó cuclillas y observo su mano moverse, su lanza lo traspaso sin piedad arrebatándole el último aliento de vida, sus ojos captaron con detenimiento el tatuaje en el brazo del ahora cadaver y sonrió con placer.

El príncipe Darian era conocido por su modo sanguinario de matar, nunca había perdido ninguna batalla, y había llevado a la Gran Persia a ser temida incluso por Babilonia. Sus ojos verdes miraron a la chica, unos segundos más tarde y esa mujer hubiera muerto.

Hubiera sido una lastima-Pensó.

—¿Qué hacemos con la chica mi señor? —Saco su lanza del hombre y regreso en dirección donde la chica yacía tirada en el suelo. Su largo y ondulado cabello le cubría su rostro, era una chica bonita, sin embargo estaba seguro de que no lograrían despertarla, además la ciudad no era segura. La tomo en sus brazos como si fuera una pluma y la condujo dentro de una de las casas más cercanas.

—Cuida a esta mujer, cuando hallamos terminado hasta el más asqueroso babilonio, volveremos por ella—Dando aquella orden, abandono la casa dejado a Ashtar inconsciente al cuidado de uno de sus mejores soldados, primero tenían que ayudar a Tracia, para después hacerse cargo de la joven.

Persia© | Libro I (Bilogía)/ Only DreameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora