Fuego

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¿Por qué?

Al darse cuenta se había aferrado a ese pequeña cuerpo sin vida, ese ser con cabellos húmedos y piel ligeramente pintada de morado sin haber dado su último aliento.

Tantas veces le lloró y le suplicó que regresara a él, sosteniéndolo entre sus temblorosos brazos, de rodillas en el frío y húmedo suelo del baño. Le suplicaba perdón y besaba esos labios morados que tenía su pequeño e inocente esposo.

Y gritaba con dolor, retorciéndose sobre la cama que alguna vez había compartido con su precioso esposo. Aquel que había aguantado todas sus estupideces, aquel que tenía fe en que un día dejaría de tratarlo tan mal.

¡Que alguien venga y sea su verdugo! Porque él no merecía el perdón de nadie y estaba dispuesto a sufrir aún sabiendo que eso no quitaba el hecho de que el amor de su vida estuviera ahora sin vida.

-¡Jimin! ¡Jimin!.— Gritaba al cielo, aferrándose al cuello de su polera lastimándose a sí mismo.— ¡Perdóname, por favor!

¡Tú lo hiciste! ¡Mataste a mi hijo! ¡Mi pequeño bebé!

Las voces de los que alguna vez fueron sus suegros resonaban lastimándole la cabeza. No quería ver al pequeño e indefenso papá de Jimin llorar ante él, no quería ver al otro señor Park culparle por la muerte de su pequeño hijo.

Porque tenían tanta razón.

Malditos sean los que lo convirtieron en una bestia como esa.

Pero no, no podía fácilmente ir a culpar a sus padres, no cuando le había jurado a su precioso esposo que lo amaría por sobre todas las cosas posibles. Y entre todas esas cosas estaba su familia.

Su maldita familia con una maldita mente cerrada que llevó a Yoongi a la ignorancia completa.

Y no se lo perdonaría, y estaba seguro que merecía una muerte lenta y dolorosa que lo dejara sin oxígeno. Es por eso que ahora la lejía mojaba el piso de la habitación, las sabanas sobre la cama.

Tomó entre una de sus manos un encendedor, aun con las lágrimas sobre sus ojos, apretando contra su pecho la polera blanca que tenía puesta en ese momento.

-Te amo, Jimin~.— Susurró por último, dejando caer al suelo el encendedor con la llama encima.—

Y el fuego se hizo grande ante sus ojos. Esos ojos gatunos que tenían recuerdos de Jimin. Esos ojos que fueron lo último que su pequeño esposo miró antes de morir. Esos ojos que ahora reflejaban el infierno frente a él, esos ojos que presenciaban la llegada de su propia muerte.

Y soltó un suspiro, dejándose caer de espaldas hacia la cama, dejando al fuego, hacer su trabajo, para desaparecerlo por completo.

Mientras el pequeño cuerpo de su esposo, yacía sin vida en el cuarto de baño, justo dentro de aquella bañera que resguardaba el delicado y hermoso cuerpo de Jimin.

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En La Bañera [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora