Capítulo 12

182 18 9
                                    

Antes de que Zarbon volviera a cazar Saiyajins, liberó el seguro de su nueve milímetros Smith & Wesson y miró en el interior del cañón. El Clan Saiyajin no era la clase de objetivo con el que quieres descuidarte. Caminó a través del cuarto de persuasión, haciendo un pequeño desvío alrededor de la mesa de autopsias que utilizaban para su trabajo. En la habitación había un catre donde dormía. Una ducha. Ningún retrete o cocina porque los asesinos de Freezer no comían. El único accesorio fijo terminado eran las estanterías que se extendían desde las sucias vigas bajando por toda la pared de cuarenta pies de largo. El instrumental estaba colocado, cuidado y limpio, en varios niveles: cuchillos, tornillos de sujeción, tenazas, martillos. Si había algo que pudiera arrancar un grito de dolor de una garganta, ellos lo tenían.

Zarbon tuvo la tentación de ir a las unidades de almacenaje, pero sabía que, si lo hacía, no regresaría a la caza y tenía cuotas que cubrir. Siendo el asesino jefe segundo en la jerarquía tenía algunos atractivos extras, como el tener acceso a este lugar. Pero si tenía la intención de proteger su privacidad, tenía que tener un desempeño adecuado.

La única puerta del lugar se abrió de golpe sin ninguna llamada. Zarbon miró sobre su hombro, pero cuando vio quien era, se obligó a reducir la expresión de fastidio al mínimo. El señor Dodoria no era bienvenido, pero él era el responsable de la organización F y no se le podía negar. Solo por razones de autoconservación. De pie bajo la luz de la bombilla, el asesino jefe no era un buen oponente si querías permanecer de una pieza. De un metro ochenta y dos, era como un coche: cuadrado y duro. Con un paso informal, el señor Dodoria comenzó a mirar alrededor, no estimando la disposición de los objetos, pero buscando.

—Me han dicho que ha conseguido otro.

Zarbon dejó la barra de limpiar el arma y contó las armas que llevaba encima. Un cuchillo para lanzar sobre su muslo derecho. Una Glock en la zona lumbar. Sentía no tener más.

—Lo cogí en el centro de la ciudad hace unos cuarenta y cinco minutos fuera del bar LighUp. Está en uno de los agujeros, cerca de aquí.

—Buen trabajo.

—Pienso salir otra vez. Ahora mismo.

—¿De verdad? —El señor Dodoria se paró delante de las estanterías y cogió un cuchillo de caza dentado. —Sabe, he oído algo que es bastante malditamente alarmante.

Zarbon siguió su apagado parloteo y colocó la mano sobre su muslo, acercándose más al extremo de la hoja.

—¿No va a preguntarme qué es? —Dijo el asesino jefe mientras caminaba sobre las tres unidades de almacenaje del suelo. —Tal vez porque ya sabe el secreto.

Zarbon no daba una mierda por los dos primeros cautivos. El tercero no era asunto de Dodoria.

—¿Ninguna vacante, Zarbon? —la punta de la bota de Dodoria tamborileaba dando golpecitos contra uno de los juegos de cuerdas que desaparecían debajo de cada uno de los agujeros. —Pensaba que había matado a dos después de que no tenían nada que valiese la pena decir.

—Lo hice.

—Entonces con el civil que cogió esta noche, debería haber un tubo vacío. En cambio, esto está atestado.

—Cogí otro.

—¿Cuándo?

—Anoche.

—Miente. —El señor Dodoria comenzó a levantar la cubierta de la tercera unidad.

El primer impulso de Zarbon fue de levantarse, dar dos largos pasos rápidos y perforar la garganta del bastardo de Dodoria con el cuchillo. Pero no podría hacerlo ni de lejos. El asesino jefe tenía el elegante truco de poder congelar a los subordinados en el lugar. Y todo lo que tenía que hacer era mirarte. Entonces Zarbon se quedó quieto, temblando por el esfuerzo de mantener su culo sobre el taburete. El señor Dodoria sacó un bolígrafo-linterna de su bolsillo, encendiéndolo y la dirigió hacia el agujero. Cuando un amortiguado chillido salió, sus ojos se abrieron de par en par.

Cicatrices del Alma: El DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora