Capítulo 26

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Natasha me había comentado que su hermano había vuelto de un viaje, que lo había extrañado mucho y que no veía la hora para que lo conociera. Le dijo que se quedaría unos días con ella en compensación de casi todo el año en que no la llamó, la rubia me había contado lo unidos que eran.

Hablamos por teléfono alrededor de una hora, y cuando colgué fui a ver qué estaba haciendo Alex. Desde lo que pasó, estar con él me hacía sentir más segura y con mejor equilibrio. Ha pasado una semana desde eso, mi abuela lo sabe todo, y me dijo que ya estaba lo suficientemente capacitada para enfrentarme a Balaam, pero primero quería tener una práctica; quería ir al infierno.

Alex estaba haciendo un ensayo en la biblioteca, no quería interrumpirlo, pero se dio cuenta de que estaba mirándolo y me sonrió. Le sonreí de vuelta con un calor especial en el pecho.

Mis sentimientos por Alex se multiplicaron desde que salí de mi cuerpo.

— ¿Estás muy ocupado?

— Sí, todavía no termino este trabajo y tengo que entregarlo mañana. Me falta poco, pero ya la cabeza no me da...

— Puedo hacértelo, si quieres...

— Tengo muchas ganas, pero después no podré pensar en otra cosa que no seas tú y ya es tarde, si no lo hago ahorita antes de que me dé sueño no lo voy a terminar. — Abrí los ojos sorprendida y sonreí con pena.

— Me refería al ensayo.

Fue su turno de agrandar los ojos, y soltó una carcajada.

— No te dejaré hacerme la tarea, Kamila.

— ¡Pero ya la terminé, y parece que lo hubieras hecho tú! — Miró impactado la computadora y me dio una mirada severa.

— No era necesario que lo hicieras — murmuró.

— Lo sé — respondí sintiéndome ligeramente herida —, pero quería estar contigo sin que te preocuparas.

Sonrió, mostrando esas perlas que tanto me gustaban, extendió sus brazos y me senté en sus piernas. Me abrazó y metió la cara en mi cuello, dejó un beso húmedo y volteó a mirarme.

— Bueno, ¿qué quieres hacer? — me preguntó, y me quedé callada. Sus ojos mieles son tan lindos... — Kami.

— Vamos a volar un rato.

Salimos hacia el bosque y nos elevamos hacia el cielo, alto, y teníamos una competencia de quien lograba derribar al otro. Alex estaba feliz, podía sentirlo, y gozaba de una gran libertad interna. Me sentía dichosa de saber lo mucho que él disfrutaba estando conmigo.

Llegamos al árbol de los deseos y nos sentamos en la rama más alta, la que era mi favorita. Agarré una de las peras y le di un mordisco. Alex me miró alarmado.

— ¡Escupe eso! Te vas a morir.

Sonreí.

— No me hará nada.

— Pero me dijiste que aún conservaban los poderes de tu papá.

— Y es cierto, pero anulé el poder en esta pera. — Arranqué otra y se la tendí, haciéndole lo mismo —. Anda, cómetela. No te va a matar — comenté con burla y le metió un mordisco con desconfianza —. ¿Te duele algo? ¿Estás muerto?

Me robó un beso y me callé.

— ¿Te comió la lengua el ratón?

— No, mírala. — Se la saqué y reímos hasta que nos dolió el estómago.

¿Son ideas mías o te volviste más madura?

Sé demasiadas cosas como para no serlo, pero igual noto la ironía. Gracias, no me haces sentir vieja.

Krístals: La última batalla [A.C. III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora