Capítulo 8

293 47 4
                                    

Me dolía el cuerpo, mis ojos ardían cada que parpadeaba; los sentía secos. Los abría y cerraba lentamente, estaba tan cansada que lo único que quería era dormir. Dejé caer mi cabeza al suelo y fue como si toda mi energía me abandonara, como si pudiera respirar por puro milagro. De pronto, las puertas del gimnasio se abrieron de golpe y cerré los ojos por lo aturdido del sonido.

— ¡Mierda! — gritó alguien y corrió hacia mí. Habían tardado en venir. Me tomaron del rostro y me palmaron las mejillas con algo de fuerza, pero no la suficiente para hacerme daño —. Guapa, guapa, despierta. — Abrí los ojos y me topé con una cabellera rubia que podría distinguir hasta con miopía.

Me examinó por unos segundos con la mirada y reparó en mis nudillos, volvió a soltar una maldición a quien sabe qué y se levantó. Miraba a todas las direcciones indeciso, preocupado y tal vez asustado.

El desastre que hice sí que había sido grande y podría traerme problemas. Vi la sombra de unas alas a sus espaldas y se hicieron notorias unas venas naranjas en sus pies; se elevó un poco y mi cabeza dolió al intentar llevar mi mirada hacia él, así que desistí. 

Al pisar el suelo, agarró algo y se lo colocó en los hombros, trotó hacia mí y me cargó como si fuera un bebé. Quise protestar, pero ni siquiera emití algún sonido gutural.

¿Qué más da? 

Miré el techo y me sorprendí de que estuviera como si no lo hubiese destrozado hace unos instantes. Con que ese es el poder de Zack, nunca lo había visto usarlo.

Subió las escaleras conmigo en brazos y agradecí que nadie estuviera fuera de sus habitaciones. Empujó la puerta de mi cuarto y la cerró con el pie. Me dejó sobre la cama y tomó mis manos, hizo una leve presión sobre mis nudillos que apenas sentí; agrandó sus ojos y con desconcierto miré nuestras manos, me asusté un poco al ver las suyas tornadas de blanco y temblando por la fuerza que ejercía, y sus dedos estaban manchados de sangre. 

Mi sangre...

— ¿Segura de que estás viva?

— Sí, ¿qué no me ves?

Me soltó asustado y fue al baño, regresó con un botiquín de primeros auxilios. Limpió mis heridas y me vendó. Su mirada subió hasta mis ojos y parecía querer decir algo, pero estaba medio ido.

— ¿Qué? — le pregunté. Comenzó a balbucear, hasta que logré entenderle algo.

— Tus ojos son dorados.

Los cerré con fuerza y los volví a abrir. — ¿Y ahora?

— No, ya no.

Nos quedamos en silencio un rato, hasta que me abrazó. Me quedé rígida por un momento, pero me relajé y me dejé mimar por él.

— Ay, Kamila. Eres muy importante para mí, te pareces tanto a mi gemela... pero cuando los cazadores arremetieron contra nuestra casa ella no sobrevivió — murmuró y se le cayó una lágrima, pasó su mano por su mejilla y me sonrió con nostalgia —. Tenía quince años cuando sucedió, y no pude protegerla... pero a ti sí puedo. Puedes confiar en mí para lo que sea, estaré ahí cuando necesites un abrazo y no tengas a nadie. Hasta el día de mi muerte prometo ser tu consuelo y tu apoyo. Lo juro por Zara...

Reventé a llorar y él lloró conmigo; lo abracé con fuerza y me apretó contra su pecho, sus lágrimas caían sobre mi hombro y las mías mojaban su camisa. Dejó un beso en mi cien y acarició mi mejilla mirándome con cariño. Sonreí con lástima. Me dijo que descansara y se fue con la cara roja y humedecida. 

Estábamos sentados en la mesa esperando a que Raquel sirviera la cena. Alex estaba sentado frente a mí y sentí como mi corazón saltaba de alegría cuando lo pillé mirándome; le sonreí contenta, pero él no me devolvió la sonrisa. Zack a mi lado tomó mi mano por debajo de la mesa y sonrió para reconfortarme, le devolví el gesto y el apretón.

Krístals: La última batalla [A.C. III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora