El Sistema

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Era el Sistema el que había alimentado el gran mercado internacional de la confección, el enorme archipiélago de la elegancia italiana. Las empresas, los hombres, los productos del Sistema habían llegado a todos los rincones del planeta. Sistema, un término que aquí todo el mundo conoce pero que en otros sitios todavía no ha sido descifrado, una referencia desconocida para quien no está al corriente de las dinámicas del poder de la economía criminal. Camorra es una palabra inexistente, de policía. Utilizada por jueces y periodistas, y por guionistas. Es una palabra que hace sonreír a los afiliados, es una designación genérica, un término de estudiosos, relegado a la dimensión histórica. El término con el que se refieren a sí mismos los pertenecientes a un clan es Sistema: «Pertenezco al Sistema de Secondigliano». Un término elocuente, un mecanismo más que una estructura. La organización criminal coincide directamente con la economía, la dialéctica comercial es la osamenta del clan. El Sistema de Secondigliano ya dirigía toda la cadena del textil, la periferia de Nápoles era el verdadero territorio productivo, el verdadero centro empresarial. Todo lo que en otros sitios era imposible a causa de la rigidez de los contratos, de la ley, del copyright, en el norte de Nápoles se conseguía. La periferia, estructurándose en torno al poder empresarial del clan, permitía mover capitales astronómicos, inimaginables para cualquier conglomerado industrial legal. Los clanes habían creado polígonos industriales enteros de producción textil y de fabricación de zapatos y de peletería capaces de producir vestidos, americanas, zapatos y camisas idénticos a los de las grandes casas de moda italianas. Disponían en el territorio de una mano de obra de altísima calidad, que se había formado trabajando a lo largo de décadas en las grandes prendas de la alta costura, en los más importantes diseños de los creadores italianos y europeos. Los mismos oficiales que habían trabajado de forma clandestina para las firmas más importantes eran contratados por los clanes. No solo la ejecución era perfecta, sino que incluso los materiales eran los mismos, se compraban directamente en el mercado chino o eran los que enviaban las firmas a las fábricas clandestinas que participaban en las subastas. Así pues, la ropa pirateada por los clanes secondiglianeses no era la típica mercancía falsificada, la pésima imitación, lo parecido hecho pasar por verdadero. Era una especie de copia auténtica. A la prenda solo le faltaba el último paso, el permiso de la casa madre, su marca, pero ese permiso los clanes se lo adjudicaban sin pedir nada a nadie. Por lo demás, en ninguna parte del mundo el cliente estaba interesado por la calidad y el modelo. La marca estaba, luego la calidad también. Ninguna diferencia, pues. Los clanes secondiglianeses habían creado una red comercial que se extendía por todo el mundo, en condiciones de adquirir cadenas enteras de tiendas y, por lo tanto, de dominar el mercado internacional de la confección. Su organización económica también preveía el mercado del outlet. Producciones de calidad apenas inferior tenían otro mercado, el de los distribuidores ambulantes africanos, los puestos en las calles. Se aprovechaba toda la producción, sin desechar nada. Desde la fábrica hasta la tienda, desde el minorista hasta la distribución, participaban cientos de empresas y de talleres, miles de brazos y de empresarios que empujaban para entrar en el gran negocio textil de los secondiglianeses. Todo estaba coordinado y gestionado por el Directorio. Oía pronunciar constantemente ese término. En cualquier conversación de bar que tratara sobre algún negocio o sobre la simple queja habitual por la falta de trabajo: «Ha sido el Directorio el que ha tomado esa decisión», «Es el Directorio el que debería moverse y hacer las cosas todavía más a lo grande». Parecían fragmentos de un discurso de la época napoleónica. Directorio era el nombre que los magistrados de la DDA (Dirección de Distrito Antimafia) de Nápoles habían dado a una estructura económica, financiera y operativa compuesta por empresarios y boss representantes de diferentes familias de la Camorra de la zona norte de Nápoles. Una estructura con cometidos propiamente económicos. El Directorio, como el órgano colegial del Termidor francés, representaba el poder real de la organización más que las baterías de fuego y los sectores militares. Formaban parte del Directorio los clanes correspondientes a la Alianza de Secondigliano, el cártel camorrista que congregaba a diversas familias: Licciardi, Contini, Mallardo, Lo Russo, Bocchetti, Stabile, Prestieri, Bosti y también, en un nivel de más autonomía, los Sarno y los Di Lauro. Un territorio sometido desde'Secondigliano, Scampia, Piscinola, Chiaiano, Miano y San Pietro a Paterno hasta Giugliano y Ponticelli. Una estructura federativa de clanes que se han hecho cada vez más autónomos, dejando que se disgregue definitivamente la estructura orgánica de la Alianza. Por el lado de la producción, en el Directorio figuraban empresarios de varias sociedades, comoValent, Vip Moda, Vocos y Vitec, que confeccionaban en Casoria, Arzano y Melito las copias de Valentino, Ferré, Versace y Armani que después se vendían en todos los rincones de la tierra. La investigación de 2004, coordinada por el fiscal Filippo Beatrice, de la DDA de Nápoles, había puesto al descubierto el imperio económico de la Camorra napolitana. Todo había empezado por un detalle, uno de esos que pueden pasar inadvertidos. Una tienda de ropa de Alemania, Nenentz Fashion, en Dresdner Strasse 46, en Chemnitz, había contratado a un boss de Secondigliano. Un hecho extraño, insólito. En realidad, la tienda, puesta a nombre de un testaferro, era de su propiedad. Siguiendo esta pista, salió a la luz toda la red productiva y comercial de los clanes secondiglianeses. La DDA de Nápoles había conseguido, a través de los arrepentidos y de las escuchas telefónicas, reconstruir todas las cadenas comerciales de los clanes, desde los almacenes hasta las tiendas. No había sitio donde no hubieran establecido sus negocios. En Alemania había tiendas y almacenes en Hamburgo, Dortmund, Frankfurt; en Gneisenaustrasse 800 y en Witzlebenstrasse 15 de Berlín estaban las tiendas Laudano. En España estaban en el paseo de la Ermita del Santo 30 de Madrid y también en Barcelona; en Bélgica, en Bruselas; en Portugal, en Oporto y en Boavista; en Austria, en Viena; en Inglaterra había una tienda de chaquetas en Londres; en Irlanda, en Dublín; en Holanda, en Amsterdam; y también estaban en Finlandia y en Dinamarca, en Sarajevo y en Belgrado. En la otra orilla del Atlántico, los clanes secondiglianeses habían invertido tanto en Canadá como en Estados Unidos y habían llegado a Sudamérica. Se encontraban en el 253 Jevlan Drive de Montreal y en Woodbridge, en Ontario. La red estadounidense era inmensa: millones de vaqueros habían sido vendidos en las tiendas de Nueva York, Miami Beach, New Jersey y Chicago, y habían monopolizado casi por completo el mercado de Florida. Los propietarios de tiendas y centros comerciales estadounidenses querían tratar exclusivamente con intermediarios secondiglianeses. Prendas de vestir de alta costura, de los grandes diseñadores, a precios asequibles permitían que sus centros comerciales se llenaran de gente. Las marcas impresas en los tejidos eran perfectas. En un taller de las afueras de Nápoles se encontró una matriz para imprimir la cabeza de medusa de Versace. En Secondigliano se había corrido la voz de que el mercado estadounidense estaba dominado por la ropa del Directorio, y eso facilitaría las cosas a los jóvenes que querían ir a Estados Unidos a hacer de agentes comerciales, a raíz del éxito de los vaqueros de Vip Moda que llenaban las tiendas de Texas, donde se vendían como vaqueros de Valentino. Los negocios se expandían también por el otro hemisferio. En Australia, el Moda Italiana Emporio de New South Wales, 28 Ramsay Road, Five Dock, se había convertido en uno de los lugares preferidos para comprar ropa elegante, y también en Sidney tenían almacenes y tiendas. En Río de Janeiro y Sao Paulo, en Brasil, los secondiglianeses dominaban el mercado de la moda. En Cuba tenían pensado abrir una tienda para los turistas europeos y estadounidenses, y en Arabia Saudí y en el Magreb hacía tiempo que habían empezado a invertir. El mecanismo de distribución que utilizaba el Directorio era el de los almacenes. Así los llamaban en las conversaciones telefónicas intervenidas: son auténticos centros de distribución de hombres y mercancías. Depósitos a los que llegaba todo tipo de prendas. Los almacenes eran el centro de la red comercial al que acudían los agentes para retirar la mercancía que se distribuía a las tiendas de los clanes oa otros minoristas. La lógica venía de lejos. De los vendedores ambulantes napolitanos que, después de la Segunda Guerra Mundial, habían invadido medio inundo recorriendo kilómetros cargados de bolsas llenas hasta los topes de calcetines, camisas y chaquetas. Aplicando a una escala mucho mayor su antigua experiencia mercantil, los vendedores ambulantes se convirtieron en verdaderos agentes comerciales capaces de vender en cualquier sitio: desde los mercadillos hasta los centros comerciales, desde los aparcamientos hasta las estaciones de servicio. Los vendedores ambulantes más capacitados podían dar el salto cualitativo y tratar de vender grandes partidas de prendas directamente a los minoristas. Según las investigaciones, algunos empresarios organizaban la distribución de las copias y ofrecían asistencia logística a los agentes, a los «ambulantes». Anticipaban los gastos de viajes y de estancia, proporcionaban coches y furgonetas, en caso de detención o de decomiso de las prendas garantizaban asistencia legal. Y evidentemente se embolsaban el dinero de las ventas. Negocios con una facturación anual que rondaban los trescientos millones de euros para cada familia. Las firmas de la moda italiana empezaron a protestar contra el gran mercado de las copias gestionado por los cárteles de los secondiglianeses a partir del momento en que la Fiscalía Antimafia descubrió todo el mecanismo. Hasta entonces no habían diseñado una campaña publicitaria contra los clanes, nunca habían hecho ninguna denuncia ni habían revelado a la prensa los mecanismos de producción paralela que padecían. Resulta difícil comprender por qué las firmas nunca se han opuesto a los clanes. Los motivos podrían ser múltiples. Denunciar el gran mercado significaba renunciar para siempre a la mano de obra a bajo coste que utilizaban en la Campania y Apulia. Los clanes habrían cerrado los canales de acceso a las fábricas textiles napolitanas y obstaculizado las relaciones con las fábricas del este de Europa y de Oriente. Denunciar habría comprometido miles de contactos de venta en las tiendas, puesto que muchísimos puntos comerciales eran gestionados directamente por los clanes. En muchos sitios, la distribución, los agentes y el transporte son emanaciones directas de las familias. Denunciar habría supuesto sufrir incrementos de los precios en la distribución. Por lo demás, los clanes no cometían delito alguno que destrozara la imagen de las firmas, sino que aprovechaban simplemente su filón publicitario y simbólico. Producían las prendas sin estropearlas, sin enturbiar la calidad o los modelos. Conseguían no hacer una competencia simbólica a las firmas, sino difundir cada vez más productos cuyos precios de mercado los habían vuelto prohibitivos para el gran público. Difundían la marca. Si ya casi nadie se pone las prendas, si acaban por verse solo en los cuerpos de las modelos de las pasarelas, el mercado se apaga lentamente y el prestigio se debilita. Por otro lado, en las fábricas napolitanas se producían vestidos y pantalones falsos de tallas que las firmas, por cuestiones de imagen, no producen. Los clanes, en cambio, no se planteaban cuestiones de imagen ante la posibilidad de obtener beneficios. A través de la copia auténtica y del dinero del narcotráfico, los clanes secondiglianeses habían logrado comprar tiendas y centros comerciales donde los productos auténticos y los falsificados se mezclaban cada vez más, impidiendo distinguirlos. El Sistema había sostenido en cierto modo el imperio de la moda legal pese al aumento de los precios; más aún, aprovechando la crisis del mercado. El Sistema, ganando cifras cada vez más elevadas, había continuado difundiendo el «made in Italy» por todo el mundo. En Secondigliano se habían dado cuenta de que la vasta red internacional de puntos de venta era su negocio más exclusivo, por delante del de la droga. En muchos casos, los recorridos del narcotráfico se realizaban a través de los canales de venta de ropa. La fuerza empresarial del Sistema no se detuvo en la confección, invirtió también en tecnología. Según lo que muestra la investigación de 2004, los clanes traen de China y distribuyen por Europa a través de su red comercial diversos productos hi-tech. Europa tenía el contenedor, la marca, la fama, la publicidad; China tenía el contenido, el producto en sí, la producción a bajo coste, los materiales a precios irrisorios. El Sistema de la Camorra unió las dos cosas y se proclamó ganador en todos los mercados. Los clanes habían comprendido que el sistema económico estaba agonizando y, siguiendo los recorridos de las empresas que primero invertían en las periferias del sur de Italia y después, lentamente, se trasladaban a China, habían logrado descubrir las zonas industriales chinas que producían para las grandes casas de producción occidentales. Habían pensado encargar partidas de productos de alta tecnología para venderlos en Europa, evidentemente con una marca falsa que los haría más codiciados. Pero al principio desconfiaron: como si se tratara de un alijo de coca, primero probaron la calidad de los productos que les vendían las fábricas chinas a las que se habían dirigido. Tan solo después de haber comprobado en el mercado la validez de los productos, dieron vida a uno de los tráficos intercontinentales más florecientes que la historia criminal haya conocido jamás. Cámaras de fotos digitales y videocámaras, pero también utensilios para la construcción: taladradoras, radiales, martillos neumáticos, esmeriladoras, pulidoras... Todos productos comercializados con las marcas Bosch, Hammer, Hilti... El boss de Secondigliano, Paolo Di Lauro, había decidido invertir en cámaras de fotos y había llegado a China diez años antes de que la Confindustria (Confederación General de la Industria Italiana) estrechara relaciones comerciales con Oriente. Miles de modelos de Canon y de Hitachi fueron vendidos en el mercado del este de Europa por el clan Di Lauro. Productos que antes eran patrimonio de la burguesía inedia-alta se volvieron, mediante la importación de la Camorra napolitana, accesibles para un público más amplio. Los clanes solo se apropiaban de la marca final, a fin de introducirse mejor en el mercado, pero el producto era prácticamente el mismo. La inversión en China de los clanes Di Lauro y Contini -en la que se centró la investigación de 2004 de la DDA de Nápoles- demuestra la previsión empresarial de los boss. La gran empresa estaba terminada, y en consecuencia se habían disgregado los conglomerados criminales. La Nueva Camorra Organizada de Raffaele Cutolo de la década de 1980 era una especie de empresa enorme, un conglomerado centralizado. Después vino la Nueva Familia de Carmine Alfieri y Antonio Bardellino, dotada de una estructura federativa, con familias económicamente autónomas y unidas por intereses operativos conjuntos, pero también de proporciones mastodónticas. Ahora, en cambio, la flexibilidad de la economía ha determinado que pequeños grupos de boss gerentes con cientos de fábricas, cada una con tareas precisas, se hayan impuesto en la arena económica y social. Una estructura horizontal, mucho más flexible que la Cosa Nostra, mucho más permeable a nuevas alianzas que la 'Ndrangheta,[3] capaz de alimentarse continuamente de nuevos clanes, de nuevas estrategias, entrando en los mercados de vanguardia. Decenas de operaciones policiales realizadas en los últimos años han demostrado que tanto la mafia siciliana como la 'Ndrangheta han tenido necesidad de recurrir a los clanes napolitanos para comprar grandes alijos de droga. Los cárteles de Nápoles y de la Campania proporcionaban cocaína y heroína a precios ventajosos, con lo que en muchos casos resultaba más cómodo y barato que el contacto directo con traficantes sudamericanos y albaneses. Pese a la reestructuración de los clanes, la Camorra es, por su número de afiliados, la mayor organización criminal de Europa. Por cada afiliado siciliano hay cinco en la Campania, por cada 'ndranghetista, nada menos que ocho. El triple, el cuádruple que las otras organizaciones. La Camorra ha encontrado en el cono de sombra proyectado por la atención permanente que se presta a la Cosa Nostra, por la atención obsesiva que se reserva a las bombas de la Mafia, la distracción mediática perfecta para resultar prácticamente desconocida. Con la reestructuración posfordista de los grupos criminales, los clanes de Nápoles han cortado las donaciones masivas. El aumento de la presión microcriminal sobre la ciudad es una consecuencia de esta interrupción de sueldos, provocada por la progresiva reestructuración de los cárteles criminales que ha tenido lugar en los últimos años. Los clanes ya no necesitan ejercer un minucioso control militarizado, o por lo menos no siempre. Los principales negocios de los grupos camorristas se realizan fuera de Nápoles. Como demuestran las investigaciones de la Fiscalía Antimafia de Nápoles, la estructura federal y flexible de los grupos camorristas ha transformado por completo el tejido de las familias: en la actualidad, más que hablar de alianzas diplomáticas, de pactos estables, habría que referirse a los clanes como a» comités de negocios». La flexibilidad de la Camorra es la respuesta a la necesidad de las empresas de mover el capital, de fundar y cerrar sociedades, de hacer que circule el dinero y de invertir con agilidad en inmuebles sin que tenga un peso excesivo la elección territorial o la mediación política. Ahora, los clanes no necesitan constituirse en macro cuerpos. Hoy día, varias personas pueden decidir juntarse, atracar, romper escaparates y robar sin acabar asesinadas o absorbidas por el clan, como sucedía en el pasado. Las bandas que causan estragos en Nápoles no están compuestas exclusivamente de individuos que cometen delitos para llenarse los bolsillos, para comprarse un coche de lujo o disfrutar de comodidades. Suelen ser conscientes de que, si se unen y aumentan la cantidad y la violencia de sus acciones, pueden mejorar su capacidad económica convirtiéndose en interlocutores de los clanes o en sus proveedores. El tejido de la Camorra se compone de grupos que empiezan a chupar como piojos voraces y frenan todo avance económico, y de otros que, por el contrario, como rapidísimas vanguardias, impulsan su propio negocio hacia el máximo grado de desarrollo y actividad comercial. Entre estos dos movimientos opuestos, aunque complementarios, se lacen y desgarra la epidermis de la ciudad. En Nápoles, la crueldad es la práctica más complicada y conveniente para llegar a ser un empresario triunfador, el aire de ciudad en guerra que se respira por todos los poros tiene el olor rancio del sudor, como si las calles fueran gimnasios a cielo abierto donde ejercitar la posibilidad de saquear, robar, atracar, practicar la gimnasia del poder, el spinning del crecimiento económico. El Sistema ha crecido como una masa que se deja fermentar en las artesas de madera de la periferia. La política municipal y regional creyó combatirla en la medida que no hacía negocios con los clanes. Pero no fue suficiente. No prestó la atención necesaria al fenómeno, infravaloró el poder de las familias al considerarlo un deterioro de la periferia, y de este modo la Campania ha batido el récord de ayuntamientos investigados por infiltración de la Camorra. Desde 1991 hasta ahora han sido disueltos nada menos que setenta y un ayuntamientos en la Campania. Solo en la provincia de Nápoles han sido disueltos los concejos municipales de Pozzuoli, Quarto, Marano, Melito, Portici, Ottaviano, San Giuseppe Vesuviano, San Gennaro Vesuviano, Terzigno, Calandrino, Sant'Antimo, Tufino, Crispano, Casamarciano, Nola, Liveri, Boscoreale, Poggiomarino, Yompei, Ercolano, Pimonte, Casola di Napoli, Sant'Antonio Abate, Santa Maria la Caritá, Torre Annunziata, Torre del Greco, Volla, Brusciano, Acerra, Casoria, Pomigliano d'Arco y Frattamaggiore. Un número elevadísimo, que supera con creces los ayuntamientos disueltos en las demás regiones italianas: cuarenta y cuatro en Sicilia, treinta y cuatro en Calabria, siete en Apulia. Tan solo nueve de noventa y dos ayuntamientos de la provincia de Nápoles no han sido nunca objeto de intervenciones, investigaciones y auditorías. Las empresas de los clanes han establecido planes reguladores, se han infiltrado en las ASL (Instituciones Sanitarias Locales), han comprado terrenos justo antes de que fueran declarados edificables y después han construido en subcontrata centros comerciales, han instaurado fiestas patronales y sus propias empresas multiservicios, desde comedores hasta servicios de limpieza, pasando por el transporte y la recogida de basuras. Nunca había habido una presencia tan grande y abrumadora de la actividad delictiva en la vida económica de un territorio como en los últimos diez años en la Campania. Los clanes de la Camorra no necesitan a los políticos, como les sucede a los grupos mafiosos sicilianos; son los políticos los que tienen una necesidad extrema del Sistema. En la Campania se ha puesto en marcha una estrategia que ha dejado las estructuras políticas más a la vista y mediáticamente más aireadas, formalmente libres de connivencias y afinidades, pero en los pueblos donde los clanes necesitan apoyos militares, cobertura para la clandestinidad, hacer maniobras económicas más evidentes, las alianzas entre políticos y familias de la Camorra son más estrechas. Los clanes de la Camorra acceden al poder gracias a la influencia de sus negocios. Y eso es condición suficiente para dominar en todo lo demás. Los artífices de la transformación empresarial-criminal de la periferia de Secondigliano y Scampia habían sido los Licciardi, la familia que tiene su centro operativo en Villa Cardone, un auténtico feudo inexpugnable. Gennaro Licciardi, «a Scigna»: él fue el boss que puso en marcha la metamorfosis de Secondigliano. Físicamente parecía de verdad un gorila o un orangután. A finales de la década de 1980, Licciardi era lugarteniente en Secondigliano de Luigi Giuliano, el boss de Forcella, en el corazón de Nápoles. La periferia estaba considerada una zona deprimida, una zona donde no había tiendas, donde no se montaban centros comerciales, un territorio al margen de la riqueza donde las sanguijuelas de las bandas extorsionadoras no podían alimentarse de porcentajes. Pero Licciardi se dio cuenta de que podía convertirse en un centro para la distribución de droga, en un puerto franco para los transportes, en una cantera de mano de obra a precios tirados. Un territorio donde pronto aparecería el andamiaje de las nuevas aglomeraciones urbanas de la ciudad en expansión. Gennaro Licciardi no consiguió desarrollar plenamente su estrategia. Murió a los treinta y ocho años en la cárcel, como consecuencia de una insignificante hernia umbilical, un final cruel para un boss. Sobre todo, porque, cuando era más joven, mientras estaba en las celdas de seguridad del Tribunal de Nápoles a la espera de que se celebrase la audiencia, se había visto involucrado en una pelea entre afiliados a la Nueva Camorra Organizada de Cutolo y a la Nueva Familia, los dos grandes frentes de la Camorra, y le habían asestado nada menos que dieciséis cuchilladas en todo el cuerpo. Pero había sobrevivido. La familia Licciardi había transformado un lugar que era una simple cantera de mano de obra en una máquina del narcotráfico; en otras palabras, en actividad empresarial criminal internacional. Miles de personas fueron captadas, afiliadas y destrozadas por el Sistema. Textil y droga. Antes de nada, inversiones en el comercio. Tras la muerte de Gennaro «a Scigna», sus hermanos Pietro y Vincenzo tomaron el poder militar, pero el poder económico del clan estaba en manos de Maria, conocida como «a Piccerella». Después de la caída del muro de Berlín, Pietro Licciardi trasladó la mayor parte de sus propias inversiones, legales e ilegales, a Praga y Brno. Los secondiglianeses dominaron totalmente la República Checa y, utilizando la lógica de la periferia productiva, empezaron a invertir para conquistar los mercados de Alemania. Pietro Licciardi tenía perfil de gerente. Los empresarios que estaban aliados con él lo llamaban «el emperador romano», a causa de su actitud autoritaria y de la arrogancia que lo llevaba a creer que el planeta entero era una extensión de Secondigliano. Había abierto una tienda de ropa en China, una base comercial en Taiwan que le permitiría escalar también en el mercado interior chino y no solo explotar su mano de obra. Lo detuvieron en Praga en junio de 1999. Militarmente, había sido despiadado. Lo acusaron de haber ordenado poner en 1998 el coche bomba que estalló en Via Cristallini, en el barrio de Sanitá de Nápoles, durante los conflictos entre los clanes de la periferia y los del centro histórico. Una bomba que castigaría a todo el barrio y no solo a los responsables del clan. Cuando el coche saltó por los aires, fragmentos de chapa y de cristal salieron disparados como proyectiles contra trece personas. Pero no hubo pruebas suficientes para condenarlo, y fue absuelto. En Italia, el clan Licciardi trasladó la mayor parte de sus actividades empresariales en el sector textil y comercial a Castelnuovo del Garda, en el Véneto. Cerca de allí, en Portogruaro, fue arrestado Vincenzo Pernice, el cuñado de Pietro Licciardi, y algunos de los que apoyaban al clan, entre ellos Renato Peluso, que residía precisamente en Castelnuovo del Garda. Comerciantes y empresarios vénetos vinculados a los clanes cubrieron la fuga de Pietro Licciardi, no como colaboradores externos sino plenamente integrados en la organización empresarial-criminal. Los Licciardi tenían, además de una capacidad empresarial polivalente, una estructura militar. Actualmente, después de la detención de Pietro y Maria, el clan lo dirige Vincenzo, el boss prófugo que coordina tanto el aparato militar como el económico. El clan ha sido siempre especialmente vengativo. Vengaron con dureza la muerte de Vincenzo Esposito, sobrino de Gennaro Licciardi, asesinado en 1991, a la edad de veintiún años, en el barrio de Monterosa, territorio de los Prestieri, una de las familias pertenecientes a la Alianza.A Esposito lo llamaban «el Principito» porque era sobrino de los reyes de Secondigliano. Había ido en moto a pedir explicaciones por una agresión contra unos amigos suyos. Llevaba casco; lo liquidaron porque lo confundieron con un killer. Los Licciardi acusaron a los Di Lauro, estrechos aliados de los Prestieri, de haber proporcionado a los killers para eliminarlo, y según el arrepentido Luigi Giuliano fue el propio Di Lauro el que organizó el asesinato del Principito porque estaba inmiscuyéndose demasiado en determinados asuntos. Fuera cual fuese el móvil, el poder de los Licciardi era tan grande que obligaron a los clanes implicados a librarse de los posibles responsables de la muerte de Esposito. Desencadenaron una matanza que en unos días acabó con la vida de catorce personas implicadas de diferente modo, directa o indirectamente, en el homicidio de su joven heredero. El Sistema también había conseguido transformar la clásica extorsión y las dinámicas de la usura. Se dieron cuenta de que los comerciantes necesitaban liquidez y de que los bancos eran cada vez más rígidos, y se inmiscuyeron en la relación entre proveedores y vendedores. Los comerciantes que tienen que comprar sus artículos pueden pagarlos al contado, o con letras de cambio. Si pagan al contado, el precio es menor, entre la mitad y dos tercios del importe que pagarían con letras de cambio. En estas condiciones, al comerciante le interesa pagar al contado y también le interesa a la empresa vendedora. El efectivo lo ofrece el clan con un tipo de interés del 10 por ciento por término medio. De este modo, se crea automáticamente una relación mercantil de hecho entre el comerciante comprador, el vendedor y el financiador oculto, es decir, los clanes. Los beneficios de la actividad se reparten al 50 por ciento, pero puede suceder que el endeudamiento haga ingresar porcentajes cada vez mayores en las arcas del clan y que al final el comerciante se convierta en un simple testaferro que percibe un sueldo mensual. Los clanes no son corno los bancos, que se cobran las deudas arramblando con todo; ellos explotan los bienes dejando que trabajen en ellos las personas con experiencia que han perdido su propiedad. A juzgar por las declaraciones de un arrepentido en la investigación de la DDA de 2004, la Camorra domina el 50 por ciento de las tiendas de Nápoles. Ahora, la extorsión mensual, la del tipo Me envía Picone, la película de Nanni Loy, la de la puerta a puerta por Navidad, por Pascua y el 15 de agosto, es una práctica de clan de tres al cuarto a la que recurren grupos que intentan sobrevivir, incapaces de hacer empresa. Todo ha cambiado. Los Nuvoletta de Marano, periferia del norte de Nápoles, habían puesto en marcha un mecanismo más articulado y eficaz de delincuencia organizada basado en el beneficio recíproco y en la imposición del suministro. Giuseppe Gala, conocido como «Showman», se había convertido en uno de los agentes más apreciados y solicitados del negocio alimentario. Era agente de Bauli y de Von Holten, y a través de Vip Alimentara había obtenido la exclusiva de Parmalat para la zona de Marano. En una conversación telefónica grabada por los magistrados de la DDA de Nápoles en el otoño de 2003, Gala alardeaba de sus dotes como agente: «Los he aplastado a todos, somos los más fuertes del mercado». De hecho, las empresas con las que trataba tenían la certeza de estar presentes en todo el territorio que él cubría y la garantía de recibir un elevado número de pedidos. Por otro lado, los comerciantes y los supermercados estaban encantados de tener a Peppe Gala como interlocutor, pues, al poder este presionar a las empresas y a los proveedores, ofrecía descuentos bastante mayores. Puesto que era un hombre del Sistema y controlaba también el transporte, Showman podía garantizar precios ajustados y entregas puntuales. El clan no impone el producto que decide «adoptar» mediante la intimidación, sino mediante la conveniencia. Las empresas representadas por Gala declaraban haber sido víctimas del crimen organizado de la Camorra, haber padecido la tiranía de los clanes. Sin embargo, examinando los datos comerciales -que se pueden encontrar en los datos que facilita Confcommercio (Confederación General Italiana del Comercio, del Turismo, de los Servicios y de las PMI)-, se observaba que las empresas que se habían dirigido a Gala entre 1998 y 2003 habían tenido un incremento de las ventas anuales que oscilaba entre el 40 y el 80 por ciento. Mediante sus estrategias económicas, Gala incluso conseguía resolver los problemas de liquidez monetaria de los clanes. Llegó a imponer un recargo sobre el panettone en el período navideño para dar una paga extra a las familias de los presos afiliados al clan de los Nuvoletta. Pero el éxito se le subió a la cabeza a Showman. Según han contado algunos arrepentidos, intentó hacerse también con la exclusiva en el mercado de la droga. La familia Nuvoletta no quiso saber nada del asunto. Lo encontraron en enero de 2003 quemado vivo en su coche. Los Nuvoletta son la única familia de fuera de Sicilia que se sienta en la cúpula de la Cosa Nostra, no como simples aliados o afiliados, sino estructuralmente vinculados a los Corleonesi, uno de losgrupos más poderosos de la Mafia. Tan poderoso que -según las declaraciones del arrepentido Giovanni Brusca- cuando los sicilianos empezaron a organizarse para hacer estallar bombas en media Italia a finales de la década de 1990, pidieron la opinión de los maraneses y su colaboración. Los Nuvoletta consideraron la idea de poner bombas una estrategia descabellada, más ligada a favores políticos que a resultados militares efectivos. Se negaron a participar en los atentados y a dar apoyo logístico a los terroristas. Una negativa expresa sin sufrir ningún tipo de represalia. El propio Totó Anna imploró al boss Ángelo Nuvoletta que interviniera para corromper a los jueces de su primer macroproceso, pero tampoco en este caso los maraneses acudieron en ayuda del ala militar de los corleoneses. En los años de la guerra interna en la Nueva Familia, después de la victoria sobre Cutolo, los Nuvoletta mandaron llamar al asesino del juez Falcone, Giovanni Brusca, el boss de San Giovanni Jato, para que eliminara a cinco personas en la Campania y disolviera a dos en ácido. Lo llamaron como quien llama al fontanero. Él mismo reveló a los magistrados el procedimiento para disolver a Luigi y Vittorio Vastarella: Dimos instrucciones para que se compraran cien litros de ácido muriático; hacían falta contenedores metálicos de doscientos litros, de los que normalmente se utilizan para conservar aceite y están cortados por la parte superior. Según nuestra experiencia, había que verter en cada contenedor cincuenta litros de ácido, y como estaba previsto suprimir a dos personas, hicimos preparar dos bidones. Los Nuvoletta, aliados con los subclanes de los Nettuno y los Polverino, también habían modernizado el mecanismo de las inversiones en el narcotráfico, creando un verdadero sistema de accionariado popular de la cocaína. La DDA de Nápoles había demostrado en una investigación de 2004 que el clan había permitido a todo el mundo, a través de los intermediarios, participar en la adquisición de alijos de coca. Pensionistas, trabajadores y pequeños empresarios daban dinero a algunos agentes que lo reinvertían en la compra de alijos de droga. Invertir una pensión de seiscientos euros en coca significaba recibir al cabo de un mes el doble. No había garantías aparte de la palabra de los intermediarios, pero la inversión era invariablemente provechosa. El riesgo de perder dinero no era comparable al beneficio obtenido, sobre todo si se comparaba con los intereses que habrían recibido si hubieran depositado el dinero en el banco. Los únicos inconvenientes eran de tipo organizativo: a menudo hacían guardar los panes de coca a los pequeños inversores a fin de que no estuvieran almacenados siempre en el mismo sitio y de que resultara prácticamente imposible confiscarlos. Los clanes camorristas habían logrado ampliar así la circulación de capitales para invertir, implicando también a una pequeña burguesía alejada de los mecanismos delictivos, pero harta de confiar sus propios fondos a los bancos. Habían transformado, asimismo, la distribución al por menor. Los NuvolettaPolverino convirtieron las peluquerías y los centros de bronceado en los nuevos minoristas de la coca. Los beneficios del narcotráfico eran reinvertidos después, a través de algunos testaferros, en la adquisición de pisos, hoteles, participaciones en sociedades de servicios, colegios privados e incluso galerías de arte. La persona que coordinaba los capitales más sustanciosos de los Nuvoletta era, según las acusaciones, Pietro Nocera, uno de los gerentes más poderosos del territorio. Iba invariablemente en Ferrari y disponía de un avión privado. El Tribunal de Nápoles decretó en 2005 el embargo de bienes inmuebles y sociedades valorados en más de treinta millones de euros; en realidad, solo el 5 por ciento de su imperio económico. Salvatore Speranza, colaborador de la justicia, reveló que Nocera es el administrador de todo el dinero del clan Nuvoletta y se ocupa de das inversiones del dinero de la organización en terrenos y en la construcción en general». Los Nuvoletta invierten en la Emilia Romaña, el Véneto, las Marcas y el Lacio a través de Enea, cooperativa de producción y trabajo gestionada por Nocera incluso mientras era prófugo. Facturaban cifras elevadísimas, ya que Enea había obtenido contratas públicas por millones de euros en Bolonia, Reggio Emilia, Módena, Venecia, Ascoli Piceno y Frosinone. Desde hacía años, los Nuvoletta también hacían negocios en España. Nocera había ido a la ciudad de Tenerife para llamar al orden a Armando Orlando, según los investigadores en la cúspide del clan, por los gastos generados por la construcción de un imponente complejo urbanístico, Marina Palace. Nocera lo criticó por estar gastando más de la cuenta debido a la utilización de materiales demasiado caros. Yo solo he visto Marina Palace en la web, pero su página es elocuente: un enorme complejo turístico, piscinas y cemento que los Nuvoletta habían construido para participar en el negocio del turismo en España y alimentarlo. Paulo Di Lauro venía de la escuela de los maraneses y su carrera criminal empezó como la de su lugarteniente. Poco a poco, Di Lauro se alejó de los Nuvoletta hasta convertirse, en los años noventa, en el brazo derecho del boss de Castellammare Michele D'Alessandro y ocuparse directamente de él mientras estaba huido de la justicia. Su proyecto era coordinar las plazas de venta de droga con la misma lógica con la que había gestionado las cadenas de tiendas y las fábricas de chaquetas. El boss se dio cuenta de que, después de la muerte en prisión de Gennaro Licciardi, el territorio del norte de Nápoles podía convertirse en el mayor mercado de droga a cielo abierto que se hubiera visto nunca en Italia y en Europa. Todo gestionado por sus hombres. Paulo Di Lauro siempre había actuado calladamente, poseía cualidades más financieras que militares, en apariencia no invadía los territorios de otros boss, no se hallaba sometido a investigaciones y registros. Uno de los primeros en desvelar el organigrama de su organización había sido el arrepentido Gaetano Conte. Un arrepentido con una historia particularmente interesante. Era carabinero y había prestado servicio en Roma como guardaespaldas de Francesco Cossiga. Sus cualidades como miembro de la escolta de un presidente de la República le habían permitido convenirse en amigo del boss Di Lauro. Conte, después de haber organizado extorsiones y narcotráfico por cuenta del clan, había decidido colaborar con los jueces proporcionando abundantes datos y detalles que solo un carabinero habría podido saber. Paolo Di Lauro es conocido como «Ciruzzo el Millonario», un apodo ridículo, si bien sobrenombres y apodos tienen una lógica precisa, una sedimentación calibrada. Siempre he oído llamar a los que pertenecen al Sistema por su sobrenombre, hasta el punto de que en muchos casos el nombre y el apellido llegan a diluirse, a ser olvidados. Un apodo no se escoge, surge de improviso, por algún motivo, y alguien lo repite. Así, por pura casualidad, nacen los sobrenombres en la Camorra. Paolo Di Lauro fue rebautizado con el nombre de «Ciruzzo el Millonario» por el boss Luigi Giuliano, que una noche lo vio llegar a la mesa de póquer con los bolsillos rebosantes de billetes de cien mil liras y exclamó: «¡Vaya!, ¿a quién tenemos aquí? ¿A Ciruzzo el Millonario?». Un nombre que a alguien se le ocurre durante una velada resulta ser un hallazgo acertado. Pero el florilegio de apodos es infinito. A Carmine Alfieri «'o 'Ntufato», el cascarrabias, el boss de la Nueva Familia, lo llamaron así por la permanente mueca de insatisfacción y enfado en su rostro. Además, están los apodos que proceden de los sobrenombres de los antepasados y que se aplican también a los herederos, como en el caso del boss Mario Fabbrocino, llamado «'o Graunar», el carbonero: sus antepasados vendían carbón y no había hecho falta más para llamar así al boss que había colonizado Argentina con los capitales de la Camorra vesubiana. Hay sobrenombres fruto de las pasiones características de un camorrista, como «'o Wrangler», el de Nicola Luongo, un afiliado obsesionado con los todoterrenos Wrangler, que se han convertido en los modelos predilectos de los hombres del Sistema. Y están también los apodos inspirados en rasgos físicos particulares: Giovanni Birra «'a Mazza» por su cuerpo seco y largo; Costantino lacomino «Capaianca» por las canas que le salieron siendo todavía muy joven; Ciro Mazzarella «'o Scellone» por sus omóplatos salientes; Nicola Pianese llamado «'o Mussuto», o sea, el bacalao, por su piel blanquísima; Rosario Privato «Mignolino» y Dario De Simone «'o Nano», el enano. Apodos inexplicables como el de Antonio Di Fraia, llamado «'u Urpacchiello», un término que significa «fusta», de esas que se hacen con vergas de asno secas. Y también Carmine Di Girolanm llamado «'o Sbirro» por su capacidad para implicar en sus operaciones a policías y carabineros. Ciro Monteriso «'o Mago» por quién sabe qué razón. Pasquale Gallo, de Torre Annunziata, de facciones delicadas, llamado «'o Bellillo». Los Lo Russo, llamados los «Capitoni», al igual que los Mallardo los Carlantoni»; los Belforte, los «Mazzacane» y los Piccolo, los «Quaqquaroni», viejos nombres familiares.Vincenzo Mazzarella, «'o Pazzo», y Antonio Di Biasi, apodado «Pavesino», porque cuando salía a realizar operaciones militares siempre llevaba encima galletas pavesind Domenico Russo, apodado «Mimi dei Cani», boss de los Barrios Españoles, llamado así porque de pequeño vendía cachorros de perro en Via Toledo.Y Antonio Carlo D'Onofrio, «Carlucciello 'o Mangiavate», o sea, Cariños el comegatos, que según la leyenda había aprendido a disparar utilizando gatos callejeros como blanco. A Gennaro Di Chiara, que reaccionaba violentamente siempre que alguien le tocaba la cara, lo llamaban «File Scupierto». También hay apodos derivados de expresiones onomatopéyicas intraducibles: Agustino Tardi, llamado «Picc Poco"; Domenico Di Ronza, «Scipp Scipp»; la familia De Simone, llamada «Quaglia Quaglia»; los Aversano, llamados «Zig Zag»; Raffaele Giuliano «'o Zui», y Antonio Bifone, «Zuzú». Solo por pedir a menudo la misma bebida, Antonio DiVicino se convirtió en «Lemon». A Vincenzo Benitozzi, que tenía la cara redonda, lo llamaban «Cicciobello»; a Gennaro Lauro, quizá por el número de la casa donde vivía, «'o Diciassette»; a Giovanni Aprea, «Punt 'e Curtiello», porque en 1974 su abuelo participó en la película de Pasquale Squitieri Hermanos de sangre, interpretando el papel del viejo camorrista que enseñaba a los chavales a utilizar la navaja. En cambio, hay apodos cuidadosamente pensados que pueden determinar la suerte o la desgracia mediática de un boss, como el famoso de Francesco Schiavone, llamado «Sandokan», un apodo feroz escogido por su semejanza con Kabir Bedi, el actor que interpretó al héroe de Salgari. El de Pasquale Tavoletta, llamado «Zorro» también por su semejanza con el actor de la serie televisiva, o el de Luigi Giuliano «'o Re», llamado también «Lovigino», apodo inspirado por sus amantes estadounidenses, que en la intimidad le susurraban «I love Luigino». De ahí lo de Lovigino. El apodo de su hermano Carmine, «'o Done», y el de Francesco Verde, alias «'o Negus», como el emperador de Etiopía, por su hieratismo y por ser boss desde hacía mucho tiempo. Mario Schiavone, llamado «Menelik», como el famoso emperador etíope que se enfrentó a las tropas italianas, y Vincenzo Carobene, llamado «Gadafi», por su extraordinario parecido con el hijo del general libio. El boss Francesco Bidognetti es conocido como «Cicciotto di Mezzanotte», un apodo nacido del hecho de que cual quiera que se interpusiese entre él y un negocio suyo vería abatirse sobre él la medianoche, aunque estuviera amaneciendo. Algunos afirman que el sobrenombre se lo pusieron porque de joven había comenzado a escalar hacia la cúspide del clan protegiendo a las putas. A todo su clan se le llamaba ya «el clan de los Mezzanotte». Casi todos los boss tienen un apodo: es sin duda alguna el rasgo por antonomasia, el que los identifica. El sobrenombre es para un boss lo que los estigmas son para un santo. La demostración de la pertenencia al Sistema. Cualquiera puede ser Francesco Schiavone, pero solo uno será Sandokan; cualquiera puede llamarse Carmine Alfieri, pero solo uno se volverá cuando lo llamen «'o 'Nufato»; muchos pueden llamarse Francesco Verde, pero solo uno responderá al nombre de «'o Negus»; cualquiera puede haber sido inscrito en el registro como Paolo Di Lauro, pero solo uno será «Ciruzzo el Millonario». Ciruzzo había optado por una organización silenciosa de sus negocios, con un perfil militar amplio, pero de baja intensidad. Había sido durante mucho tiempo un boss desconocido incluso para las fuerzas policiales. La única vez que había sido citado por los jueces, antes de convertirse en prófugo, fue a causa de su hijo Nunzio, que había agredido a un profesor porque se había atrevido a regañarlo. Paulo Di Lauro estaba en condiciones de relacionarse directamente con los cárteles sudamericanos y de crear importantes redes de distribución a través de la alianza con los cárteles albaneses. En los últimos años, el narcotráfico tiene rutas precisas. La coca sale de Sudamérica, llega a España, y allí o bien es recogida directamente, o bien enviada a Albania por vía terrestre. La heroína, en cambio, sale de Afganistán y se dirige a Bulgaria, Kosovo o Albania. El hachís y la marihuana salen del Magreb y pasan por las manos de turcos y albaneses en el Mediterráneo. Di Lauro había conseguido tener contactos directos para acceder a todos los mercados de la droga, había conseguido, gracias a una minuciosa estrategia, convertirse en un importante empresario de la piel y del narcotráfico. En 1989 había fundado la famosa empresa Confezioni Valent de Paulo Di Lauro C., que según sus estatutos tendría que finalizar su actividad en 2002, pero que en noviembre de 2001 fue embargada por el Tribunal de Nápoles. Valent se había adjudicado diversas contratas en toda Italia para instalar cash and carry. Tenía como objeto social una enorme variedad de actividades: desde el comercio de muebles hasta el sector textil, desde la confección hasta el comercio de carne y la distribución de agua mineral. Valent suministraba comidas a diversas instalaciones públicas y privadas y tenía mataderos donde se sacrificaba toda clase de animales. Además, según su objeto social, la Valent de Paulo Di Lauro se proponía el objetivo de construir complejos hoteleros, cadenas de restauración, restaurantes y todo lo «adecuado para el tiempo libre». Al mismo tiempo declaraba que «la sociedad podrá adquirir terrenos, construir tanto directa como indirectamente edificios, centros comerciales o viviendas». La licencia comercial fue concedida por el ayuntamiento de Nápoles en 1993 y la sociedad era administrada por Cosimo, hijo de Di Lauro. Paolo Di Lauro, por causas relacionadas con el clan, había salido de escena en 1996 y cedido sus participaciones a su mujer, Luisa. Los Di Lauro son una dinastía construida con abnegación. Luisa Di Lauro había engendrado diez hijos; como las grandes matronas de la industria italiana, había aumentado progresivamente la prole al ritmo del éxito industrial. Todos estaban integrados en el clan: Cosimo, Vincenzo, Ciro, Marco, Nunzio, Salva-more, y después los pequeños, todavía menores de edad. Paolo Di Lauro tenía una especie de predilección por las inversiones en Francia; había tiendas suyas en Niza, en París, en Rue Charenton 129, y en Lyon, en el 22 de Quai Perrache. Quería que fueran sus tiendas las que dieran a conocer la moda italiana en Francia, sus camiones las que la transportaran, que de los Campos Elíseos emanara el olor del poder de Scampia. Pero en Secondigliano la enorme empresa de los Di Lauro peligraba. Había crecido deprisa y cada una de sus partes lo había hecho con gran autonomía; en las plazas de la venta de droga, la atmósfera empezaba a cargarse. En Scampia, en cambio, había esperanzas de que todo se resolvería como la última vez. Cuando, con un trago, se solucionaron todas las crisis. Un trago particular, tomado mientras Domenico, uno de los hijos de Di Lauro, agonizaba en el hospital tras un gravísimo accidente de tráfico. Dornenico era un joven inquieto. Los hijos de los boss sufren a menudo una especie de delirio de omnipotencia y creen que pueden disponer de ciudades enteras y de las personas que las habitan. Según las investigaciones de la policía, en octubre de 2003 Domenico asaltó de noche, junto con su escolta y un grupo de amigos, una pequeña localidad, Casoria: destrozaron ventanas, garajes, coches, quemaron contenedores, embadurnaron portales con espray y derritieron con encendedores los pulsadores de plástico de los interfonos. Daños que su padre pagó sin rechistar, con la diplomacia de las familias que tienen que poner remedio a los desastres de sus retoños sin perjudicar su propia autoridad. Domenico circulaba en nioto cuando, en una curva, perdió el control y cayó. Murió como consecuencia de las graves heridas sufridas, después de estar unos días en coma en el hospital. Este episodio trágico originó una reunión de la cúspide, un castigo y al mismo tiempo una amnistía. En Scampia todos conocen esta historia, una historia legendaria, tal vez inventada pero importante para comprender cómo se resuelven los conflictos dentro de la Camorra. Cuentan que Gennaro Marino, llamado «McKay», delfin de Paolo Di Lauro, fue al hospital donde estaba ingresado el joven moribundo para consolar al boss. Su consuelo fue aceptado. Después, Di Lauro hizo un aparte con él y lo invitó a beber. Orinó en un vaso y se lo tendió. Habían llegado a oídos del boss noticias sobre algunos comportamientos de su favorito que no podía aprobar en absoluto. McKay había tomado algunas decisiones económicas sin discutirlas, algunas sumas de dinero habían sido sustraídas sin rendir cuentas. El boss había advertido la voluntad de su delfin de hacerse autónomo, pero quiso perdonarlo, como si se hubiera tratado de un exceso de celo por parte de alguien que es demasiado bueno en su oficio. Cuentan que McKay se lo bebió todo, hasta la última gota. Un largo trago de orina resolvió el primer cisma que se había producido en el seno de la directiva del cártel del clan Di Lauro. Una tregua frágil, que posteriormente ningún riñón podría drenar.

Gomorra-Roberto SavianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora