2.

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Deborah se volvió, observando que ellos se mantenían en las sombras, sin moverse, quietos.

- Quédate a cenar con nosotros.

Las dos voces que escuchaba eran tan elegantes, masculinas y fuertes que mandaron una chispa de algo caliente e intenso a su cuerpo, observó a uno de ellos como pudo, se movió a un lado, corriendo una silla por el suelo de madera, instándola a sentarse. Cuando lo hizo escuchó el resto de sillas que debía de haber alrededor moverse y a ellos como pudo sentarse sin poder ver nada bien, pusieron algo ante ella, era un botellín que cayó al intentar cogerlo y uno de ellos la ayudó, haciéndola sentir una mano áspera de garras afiladas que la hizo jadear sorprendida, devolvió el botellín a sus manos, haciéndola coger la botella con ambas manos y ella sonrió hacia él intentando verlo.

- Necesito ver.

Sabía que ellos la veían a la perfección, pero ella se sentía ciega, pusieron un plato cerca de ella, pero apenas consiguió tratar de buscar un cubierto, metiendo su mano en el plato, empapándose de salsa los dedos de las manos, los subió hasta su rostro y lamió lo que pudo, cortando todo al escucharlos ronronear, enfadándose y levantándose.

- Me voy, no estoy a gusto, necesito ver con quien hablo, necesito ver lo que me meto en la boca.

Un agarre en su muñeca la detuvo en su intento de huida y la hicieron sentarse, poniendo dos manos callosas en sus hombros sus dedos, minutos más tarde ella observó que una luz lejana se encendía en alguna habitación, le preguntaron que si veía algo, ella negó, así hasta llegar a encender la de la cocina, pero allí no se veía bien, en aquella esquina del salón, encendieron una lámpara pequeña cerca y ella se quedó paralizada mirando hacia los siete, la iluminación era tenue.

Deborah.

“¡Oh Dios mío!” tengo ante mis ojos a siete tipos de más de dos metros de alto, me resulta casi imposible poder mirarlos sin sentir deseo porque son jodidamente sexys, son enormes, a pesar de ir en perfectos trajes que se amoldan a sus musculosos cuerpos puedo saber que bajo ellos puros músculos estirando las telas, llevan camisas blancas sin abotonar arriba, un par de botones por así decirlo están sueltos, aunque creo que no se podrían abrochar, porque la tela está abierta, dejando ver un poco de piel, están descalzos, sus pies son grandes, subo por sus cuerpos con mis ojos hasta sus caras, parados en medio del salón, observándome con esos ojos de oro líquido, llevan barbas de una coloración naranja, quizás amarillenta, semiclara y saturada de bello, algunos las tienen largas, atadas con un aro grueso con dibujos intrincados y formas, como si de un anillo se tratase, sus cabellos casi todos largos están recogidos en coletas, algunos están afeitados a los lados, tienen trenzas otros. No pudo evitar mirar a la cara de algunos, viendo sus pómulos marcados, sus labios gruesos, abultados en los lados por los colmillos que en alguno puedo ver, tienen la nariz más plana que una persona y un poco rosadas cerca de sus agujeros para respirar, sus ojos son anchos y grandes, compruebo a todos estupefacta a los ojos, viendo el mismo tono de oro que parece tener vida, pareciera que fluye por ellos.

- No debimos hacer esto, ¡Maldita sea!

Volví en mi misma al escuchar las palabras de uno de ellos, tuve que humedecer mis labios y negar alzando mis manos, golpeando el plato en la mesa sin darme cuenta.

- No, por favor, si…sss….simplemente me habéis impresionado.

Les rogué que tomaran asiento, me dijeron sus nombres, observé que dudosos cogían sus sillas por el respaldo, mirándome detenidamente al moverlas con sus enormes manos que no me habían llamado la atención hasta el momento en que las vi moverse, tenían garras, estaban perfectamente limadas, como las de muchos de los que vivían allí, observé mi plato, viendo un muslo de pavo cocinado sobre una salsa que tenía las marcas de mis dedos y no puedo evitar reírme bajo mientras cogía mis cubiertos alzando mis ojos hacia ellos, veo a los siete enormes hermanos casi idénticos mirándome, muy poco cambian los rasgos entre ellos. Yo no puedo evitar sonreír, observándolos con diferentes expresiones, incluso solté una carcajada cogiendo el muslo, llevándolo a mi boca, mordiéndolo y manchándome todos los labios, los veo hacer lo mismo, incluso escucho los huesos que algunos han roto con los dientes al morder la carne, observo a uno de ellos, viendo salsa caer por su cuidada barba, relamiéndome los labios.

Obsesión SalvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora