Las ciudades cambian cuando llueve. El tráfico se vuelve intenso, los peatones, escasos, corren a refugiarse. Las luces brillan más, reflejadas en los charcos. El aire huele distinto.
A mucha gente le gustan las noches de tormenta, acurrucados en sus camas, sintiendo el viento azotar los postigos, las gotas repiquetear en el techo y los cristales, los truenos retumbar entre el cielo y la tierra y los relámpagos, iluminar todo con un destello azul.
A Evana no.
Evana esta atemorizada y muerta de frío.
Vive en el tercer piso de un bloque antiguo de edificios en un barrio obrero, construido en la década de los sesenta que no cuenta con apenas aislamiento, ni calefacción. Hay dos cristales rotos, por los que entra el aire y la lluvia, cada trueno se escucha como si pudiera hacer caer el edificio entero sobre su cabeza.
Está sola.
Hacía dos meses que tuvo que viajar hasta Bilbao para vivir con su hermano mayor. Se suponía que él tenía un buen trabajo en España. Bueno, las cosas no eran tal y como ella había imaginado, empezando por el lugar en el que tenían que vivir, y el tipo de trabajo que desarrollaba su hermano. En sí, no era ni bueno ni malo. Portero de una discoteca. Pero claro, consumir coca a diario era caro. A veces se le olvidaba pagar el alquiler. Aquellos pisos eran una garantía de que por muy mal que le fueran las cosas, al menos tendría para pagarlo. Era lo bueno de conformarse con vivir en un lugar que se caía a pedazos, en estado de semiabandono, en aquella ciudad donde parece que siempre lloviznea.
Y se sentía sola, horriblemente sola. No podía dejar de pensar en su antigua vida, cuando todos, papá, mamá, Yanko y ella vivían juntos en la misma casa, y cuando ella tenía una cama, con mantas, en una habitación que no se mojaba, que no estaba agujereada. Odiaba sentir que no era nada, que no le importaba a nadie y que aquella noche infernal no acabaría nunca.
¿Y si moría allí de frío? ¿Y si moría allí de miedo?
Con el siguiente trueno no pudo evitar gritar atemorizada.
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Las ciudades cuando llueve.
RomanceLlovía, mucho. En una pequeña habitación, fría y oscura. Sola, y lejos de casa, lo que menos quieres es oír la gran tormenta ahí fuera. No, cuando no puedes sentirte segura, no, cuando no puedes sentirte a salvo. Pero al parecer alguien puede escuch...